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Mostrando entradas de 2009

Vampire The Masquerade - Vampiros y el sexo

(Se escuchan demasiados murmullos) VENTRUE: Gracias a todos por venir. Como es de costumbre tenemos una situación entre manos de la cual necesitamos hablar. TOREADOR: ¿El desastre ocurrido en el Instituto de Arte por alborotadores anónimos? (mirada agresiva a Brujah). TZIMISCE: ¿Caitiff corriendo como salvajes? (mirada agresiva a Brujah). TREMERE: ¿El desastre en las librerías públicas? (mirada agresiva a Brujah). BRUJAH: (lanza una encantadora sonrisa a todos y sube los pies a la mesa). VENTRUE: No. Esta noche tenemos que discutir... y lo digo con dificultad... sexo. (Se hace un profundo silencio) MALKAV: (Se levanta moviendo los brazos hacia delante y detrás, mirando hacia Gangrel) Vamos a hablar de SEXO ne-na. Vamos a hablar de TU y YO. GANGREL: (Con furia) Mejor no. RAVNOS: Juro por la sangre de mi familia que ella me dijo que tenía 18. VENTRUE: Malkav, por favor siéntate yo... (parpadea y voltea hacia Ravnos) Um... bueno... (niega con la cabeza). Ésta es una discusión S

Señor amor tímido - Fabián Sevilla

     Archivaldo era muy pero muy tímido. Tanto que se pedía permiso para mirarse en el espejo. Estaba enamorado de una chica que viajaba en el mismo colectivo que él, de lunes a viernes, a la ida y vuelta del trabajo. Linda y de ojos tristones, se sentaba siempre hacia la ventana, en la séptima fila, de la Línea 60.      Él jamás le habló o la miró de frente. Fue todo un logro animarse a ocupar el asiento del pasillo junto a ella en cada viaje, de lunes a viernes de ida y vuelta del trabajo, en los últimos cinco años.      Una vez carraspeó la garganta para llamar su atención. Pero la chica ni lo escuchó. Siempre leía el diario, de ida y vuelta, de lunes a viernes, durante los últimos cinco años. Otra vez, Archivaldo quiso ofrecerle una pastilla, pero se puso tan nervioso que en una frenada las mentitas rodaron por todo el colectivo. Ella, leía. Ni lo notó.        Un día, el tímido enamorado sacó coraje y puso este aviso en la página 3 del diario:      A la chica de ojos tristones q

El juego más antiguo - Alberto Chimal

     Y pasó que en la tierra de Mundarna, en un cruce de caminos, una tarde de invierno, se encontraron dos brujas. Una se llamaba Antazil, la otra Bondur. Eran expertas en sus artes y sobre todo en el de la transformación, que permite a sus adeptos mudar de apariencia y de naturaleza. Venían de lugares lejanos, igualmente distantes, y se odiaban.    La causa no es tan importante: los conflictos de los poderosos son los nuestros, igual de terribles o de mezquinos, por más que ellos se empeñen en pintarlos dignos de más atención, de horror o maravilla, de arrastrar pueblos y naciones. Básteme decir que habían conversado, por medios mágicos, y decidido: que ninguna podía tolerar más la existencia de la otra, y que allí, lejos de miradas indiscretas, lejos de cualquiera que pudiese sufrir daño, resolverían sus diferencias de una vez.       Una llegó por el norte, caminando. La otra por el sur. Cuando estuvieron cerca, a unos palmos de tierra fría la una de la otra, se detuvieron. Se mira

Álbum - Alberto Chimal

La cara de su madre. La muñeca que arrojó por la ventana. Los billetes que quemó. La pecera que vació en la sala. La muñeca a la que arrancó las piernas. Su primer psiquiatra. El tazón con el que golpeó a su madre. Su niñera poco antes de marcharse. Su abuela materna poco antes de marcharse. Su padre poco antes de marcharse. La cara de su madre. El gato al que metió en el horno. Su segundo psiquiatra. Su primer kinder. El niño al que pateó. Su tercer psiquiatra. La trenza cortada de su compañera. El rincón en el que estuvo castigada. La cara cortada de su compañera. Su cuarto psiquiatra. Su segundo kinder. El perro al que destripó. La silla a la que fue atada. El brazo en cabestrillo de su madre. El brazo en cabestrillo de su maestra. El brazo en cabestrillo de su quinto psiquiatra. Su tercer kinder. El niño que la golpeó. Un trozo de la oreja del niño que la golpeó. Su cuarto kinder. La denuncia en su contra. El bolso de su madre. La ceremonia de fin de año a la que no asistió. El di

El geniecillo y Jack - Clive Barker

     El geniecillo no acertaba a averiguar por qué los poderes (que puedan presidir el tribunal por largo tiempo, que por largo tiempo puedan iluminar las cabezas de los condenados) lo habían mandado desde el infierno a seguir los pasos de Jack Polo.  Siempre que elevaba una demanda, por mediación del sistema, a su amo, planteando la simple pregunta de «¿Qué estoy haciendo aquí?», se le contestaba con un rápido reproche por su curiosidad. «No es asunto tuyo», era la réplica. «Tú hazlo. O muere en el intento.»  Y, después de seis meses de perseguir a Polo, el geniecillo empezaba a ver en la extinción una salida fácil. Este interminable juego del escondite no beneficiaba a nadie y sólo contribuía a su inmensa frustración.  Temía las úlceras, la lepra psicosomática (enfermedades a las que estaban sujetos los demonios inferiores como él) y, sobre todo, temía perder del todo el control y matar al hombre en el acto en un arrebato irreprimible de resentimiento. ¿Qué era Polo, a fin de cuentas

El tonel de amontillado - Edgar Allan Poe

     Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo.     No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. Téngase en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato para dudar de mi buena disposición.       Tal como me lo había propuesto, seguí sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora, de la idea de su inmolación. Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aun de temer. Enorgullecíase de ser u