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Mostrando entradas de marzo, 2009

El geniecillo y Jack - Clive Barker

     El geniecillo no acertaba a averiguar por qué los poderes (que puedan presidir el tribunal por largo tiempo, que por largo tiempo puedan iluminar las cabezas de los condenados) lo habían mandado desde el infierno a seguir los pasos de Jack Polo.  Siempre que elevaba una demanda, por mediación del sistema, a su amo, planteando la simple pregunta de «¿Qué estoy haciendo aquí?», se le contestaba con un rápido reproche por su curiosidad. «No es asunto tuyo», era la réplica. «Tú hazlo. O muere en el intento.»  Y, después de seis meses de perseguir a Polo, el geniecillo empezaba a ver en la extinción una salida fácil. Este interminable juego del escondite no beneficiaba a nadie y sólo contribuía a su inmensa frustración.  Temía las úlceras, la lepra psicosomática (enfermedades a las que estaban sujetos los demonios inferiores como él) y, sobre todo, temía perder del todo el control y matar al hombre en el acto en un arrebato irreprimible de resentimiento. ¿Qué era Polo, a fin de cuentas

El tonel de amontillado - Edgar Allan Poe

     Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo.     No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido. Téngase en cuenta que ni mediante hechos ni palabras había yo dado motivo a Fortunato para dudar de mi buena disposición.       Tal como me lo había propuesto, seguí sonriente ante él, sin que se diera cuenta de que mi sonrisa procedía, ahora, de la idea de su inmolación. Un punto débil tenía este Fortunato, aunque en otros sentidos era hombre de respetar y aun de temer. Enorgullecíase de ser u

Conejo - Alberto Chimal

No tengo nada contra ellos como personas, es decir, si se puede hablar así de los conejos. Pero son muchos. Muchísimos. Y dañinos. No hay que investigar demasiado para darse cuenta de esto. Quiero decir, si se les deja libres en cualquier sitio, y quiero recalcarlo en CUALQUIERA..., se reproducen como..., como conejos. Por eso decimos así y no como cucarachas o como otro animal. Y se vuelven miles, y millones, y acaban comiéndose la comida de todas las otras especies, y matándolas de hambre, y destruyendo todo. Es terrible. No respetan nada. Nada les importa. Y ni siquiera tienen que ser muchos. Australia, por ejemplo, se arruinó por dos conejos que alguien dejó allá. DOS CONEJOS. Luego ya no había espacio para nadie, ya no había plantas, ya no había nada... Y todo estaba lleno de excremento y porquerías... Está en los libros. No es ningún secreto. Y yo, por lo menos, no me puedo quedar cruzado de brazos. Todo mundo dice que las personas comunes no podemos hacer nada por tratar de

Cuesta trabajo - Lucía Rivadeneyra

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Cuesta trabajo Cuesta trabajo mantener abiertos los ojos pero sé a veces lo he visto que disfrutas mis gemidos que aplaudes mi taquicardia sudorosa que contienes con suspiros al eros epiléptico que taladra mis células de brasa Yo lo sé a veces lo adivino Rescoldos . p. 14

Prosa de la calavera - José Emilio Pacheco

Prosa de la calavera En vez de temerme o ridiculizarme por obra de tu miedo deberías estarme agradecido. Sin mí qué cárcel sería la vida en la tierra. Que tormento si nada cambiara ni envejeciera. Y durante siglos y siglos de desesperación sin salida la misma gente diera vueltas y vueltas a la misma noria. Gracias a mí todo es inexpresivamente valioso porque todo es efímero y jamás se repite. Porque voy con ustedes a todas partes. Siempre con él, con ella, contigo, esperando sin protestar, esperando. De la pulverización de mis añicos está amasada la tierra. Volverás a la oscura tierra y yo, que en cierta forma soy tu hija, heredaré tu nada y tu nombre. Seré tus restos, tus despojos, tus residuos, tus sobras: el testimonio de que por haber vivido estás muerto. Así, quién lo diría, yo -máscara de le muerte- soy la más porfunda entre tus señales de vida, tu huella final, tu última ofrenda de basura al planeta que ya no cabe en sí mismo de tantos muertos. Y