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Mostrando entradas de enero, 2011

La Puerta y El Pino - Robert Louis Stevenson

Aborrecía el conde a cierto barón alemán, forastero en Roma. Las razones de este aborrecimiento no importan; pero como tenía el firme propósito de vengarse, con un mínimo de peligro, las mantuvo secretas aun del barón. En verdad, tal es la primera ley de la venganza, ya que el odio revelado es odio impotente. El conde era curioso e inquisitivo; tenía algo de artista; todo lo ejecutaba con una perfección exacta que se extendía no sólo a los medios o instrumentos. Cabalgaba un día por las afueras y llegó a un camino borrado que se perdía en los pantanos que circundaban a Roma. A la derecha había una antigua tumba romana; a la izquierda, una casa abandonada entre un jardín de siemprevivas. Ese camino lo condujo a un campo de ruinas, en cuyo centro, en el declive de una colina, vio una puerta abierta y, no lejos, un solitario pino atrofiado, no mayor que un arbusto. El sitio era desierto y secreto; el conde presintió que algo favorable acechaba en la soledad; ató el caballo al pino, encen

El mayordomo - Roald Dahl

En cuanto George Cleaver ganó el primer millón, él y la señora Cleaver se trasladaron de su pequeña casa de las afueras a una elegante mansión de Londres. Contrataron a un cocinero francés que se llamaba monsieur Estragón y a un mayordomo inglés de nombre Tibbs. Ambos cobraban unos sueldos exorbitantes. Con la ayuda de estos dos expertos, los Cleaver se lanzaron a ascender en la escala social y empezaron a ofrecer cenas varias veces a la semana sin reparar en gastos. Pero estas cenas nunca acababan de salir bien. No había animación, ni chispa que diera vida a las conversaciones, ni gracia. Sin embargo, la comida era excelente y el servicio inmejorable. -¿Qué demonios les pasa a nuestras fiestas Tibbs? -le preguntó el señor Cleaver al mayordomo-. ¿Por qué nadie se siente cómodo? Tibbs ladeó la cabeza y miró al techo. -Espero que no se ofenda si le sugiero una cosa, señor. -Diga, diga. -Es el vino, señor. -¿Qué le pasa al vino? -Pues verá, señor, monsieur Estragón sirve una comid

El deseo - Roald Dahl

Bajo la palma de la mano, el niño notó la costra de una antigua cortadura que se había hecho en la rodilla. Se inclinó para observarla atentamente. Una costra siempre era algo fascinante; suponía un reto muy especial al que nunca podía resistirse. Sí, pensó; me la voy a arrancar aunque todavía no esté punto, aunque esté pegada por el centro y me duela muchísimo. Se puso a hurgar cuidadosamente en los bordes con una uña. La metió por debajo y cuando levantó la costra un poquito, se desprendió toda entera, dura y marrón, limpiamente, dejando un circulito de piel suave y roja muy curioso. Estupendo. Se frotó el círculo y no le dolió. Cogió la costra, se la puso en el muslo, le dio un golpecito que la hizo salir volando y aterrizar en el borde de la alfombra, aquella enorme alfombra roja, negra y amarilla que ocupaba todo el vestíbulo desde las escaleras en las que él estaba sentado hasta la lejana puerta. Era una alfombra gigantesca, más grande que la pista de tenis. Sí, mucho más gra

Nacido De Hombre Y Mujer - Richard Matheson

X - Hoy cuando apareció la luz mamá me llamó monstruo. Eres un monstruo me dijo. Vi en los ojos de mamá que estaba enojada. ¿Qué quiere decir monstruo? Hoy cayó agua de arriba. Cayó por todas partes. Yo la vi. Vi la tierra por la ventanita. La tierra se chupó el agua como una boca que tiene sed. Bebió demasiado y se enfermó y se puso oscura. No me gustó. Mamá es bonita yo sé. Donde yo duermo con todas las paredes frías alrededor tengo un papel detrás de la estufa. Ahí dice “Estrellas de cine”. En las figuras veo caras como las de mamá y papá. Papá dice que son bonitas. Una vez lo dijo. Y también mamá dijo. Mamá tan bonita y yo bastante bien. Mírate dijo papá y no tenía una cara buena. Le toqué el brazo y dije está bien papá. Papá se sacudió y se fue donde yo no podía alcanzarlo. Hoy mamá me sacó la cadena un rato así que pude mirar por la ventanita. Vi el agua que caía de arriba. XX - Hoy está amarillo arriba. Sé que lo miro y los ojos duelen. Después de mirar el sótano es rojo.

El Diablo y el Relojero - Daniel Defoe

Viva en la parroquia de St. Bennet Funk, cerca del Royal Exchange, una honesta y pobre viuda quien, después de morir su marido, tomó huéspedes en su casa. Es decir, dejó libres algunas de sus habitaciones para aliviar su renta. Entre otros, cedió su buhardilla a un artesano que hacía engranajes para relojes y que trabajaba para aquellos comerciantes que vendían dichos instrumentos, según es costumbre en esta actividad. Sucedió que un hombre y una mujer fueron a hablar con este fabricante de engranajes por algún asunto relacionado con su trabajo. Y cuando estaban cerca de los últimos escalones, por la puerta completamente abierta del altillo donde trabajaba, vieron que el hombre (relojero o artesano de engranajes) se había colgado de una viga que sobresalía más baja que el techo o cielorraso. Atónita por lo que veía, la mujer se detuvo y gritó al hombre, que estaba detrás de ella en la escalera, que corriera arriba y bajara al pobre desdichado. En ese mismo momento, desde otra parte d

Los niños y la literatura de horror - Ricardo Bernal

Sólo los niños conocen el horror Nunca olvidan que debajo de su piel está escondido un esqueleto NESTOR ZENER Pregúntale a cualquier niño acerca de los Olmecas o la Revolución Mexicana y seguramente habrá olvidado la lección; pregúntale acerca de Drácula, Frankenstein o el hombre lobo y te hablará, emocionado y sin titubear, de estos y otros monstruos. Y no es que una cosa sea mejor que otra, sino que lo no obligatorio, lo que estimula la imaginación de una manera interesante y entretenida es más fácil de guardar en la memoria. Nada como el horror para estimular la imaginación. A los ojos de los adultos es más práctico simplificar el mundo, las cosas son como son y en honor a la paz mental resulta preferible no cuestionarse acerca de la muerte, el dolor o el más allá. Para un niño esto no tiene por qué ser así forzosamente: el cristo malherido que cuelga en la recámara de mamá es terrible y monstruoso, al igual que la sonrosada cabezota de cerdo que descansa en la vitrina del

¡AY MIS HIJOS...! - Doris Camarena

Dicen que aparece caminando sola. Que su paso es lento y majestuoso, o simplemente un andar igual a cualquier otro. Que su llanto aterrador y lastimero es capaz de enloquecer al que lo escucha. Es una madre en busca de sus hijos perdidos para siempre. Es el dolor de todas las madres unido en un solo espectro y vaga dispuesta a llorar por ellos hasta el fin de los tiempos. Es “La llorona”, una de las leyendas más antiguas y también una de las más vigentes de la historia de México. Quizá también una de las más sobrecogedoras. Su origen se remonta en realidad hasta la época prehispánica, bajo el nombre de la diosa Cihuacoatl, una deidad de apariencia terrible, con su rostro permanentemente surcado por lágrimas, su gesto petrificado en el esplendor de un gemido eterno. La Cihuacoatl recibía en su reino a las almas de las mujeres que, al morir dando a luz, ascendían a la categoría de diosas y se convertían en cihuateteos, lloronas menores, espíritus divinos que desde aquel reino

Monsieur le revenant - Fernando Iwasaki

Todo comenzó viendo televisión hasta la medianoche, en uno de esos canales por cable que sólo pasan películas de terror de bajo presupuesto. Luego vinieron el desasosiego y los bares de mala muerte, las borracheras vertiginosas y las cofradías siniestras de la madrugada. Por eso perdí mi trabajo, porque dormía de día hasta resucitar en la noche, insomne y hambriento. No es fácil convertirse en un trasnochador cuando toda la vida has disfrutado del sol y de los horarios comerciales, pero la noche tiene sus propias leyes y también sus negocios. Así caí en aquella mafia de hombres decadentes y mujeres fatales. Malditos sean. Siempre regreso temeroso de las primeras luces del alba para desmoronarme en la cama, donde despierto anochecido y avergonzado sobre vómitos coagulados. Tengo mala cara. Me veo en el espejo y me provoca llorar. Lo del espejo es mentira. Lo de los crucifijos también.

La jarra - Ray Bradbury

      Era una de esas cosas que guardan dentro de jarras, en las tiendas de las ferias en las afueras de un pueblito somnoliento. Una de esas cosas pálidas que flotan en plasma de alcohol, y sueñan y dan vueltas y vueltas, de ojos despellejados y muertos que te miran y nunca te ven. De algún modo, son parte del silencio de las últimas horas de la noche, cuando sólo se oye el chirrido de los grillos y las ranas que sollozan en las tierras húmedas. Una de esas cosas que se guardan en jarrones y te revuelven el estómago, como cuando ves un brazo conservado en una vasija de laboratorio. Charlie le devolvió la mirada un largo rato. Un largo rato, las manazas rudas y de dedos velludos apretaron la cuerda que retenía a la gente curiosa. Charlie había pagado y ahora miraba. Se hacia tarde. El tiovivo se adormecía cayendo en un perezoso tintineo mecánico. Los vendedores de entradas fumaban detrás de una tienda y maldecían jugando al poker. Las luces se apagaban y sobre la feria había un resp