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Mostrando entradas de febrero, 2011

Informe negro - Francisco Hinojosa

1. Agoté la Constitución y el Código Civil. Como no encontré ninguna ley que lo prohibiera me autonombré detective privado en una ceremonia íntima y sencilla. 2. Mandé imprimir un ciento de tarjetas de presentación con un logotipo moderno que yo mismo diseñé. 3. La sala de la casa quedó transformada en una auténtica oficina de detective. Ordené mis libros detrás del escritorio, en una vitrina que resté al mobiliario del comedor, desempolvé un viejo sillón de familia para los clientes y dispuse el carrito-cantina junto al escritorio. 4. Pagué un anuncio en el periódico en el que ofrecía absoluta eficacia y discreción en toda índole de investigaciones. 5. Renuncié por teléfono a mi trabajo en la fábrica de clips. Mi jefe se lamentó: "Nos mete en un apuro, señor Sanabria, nadie como usted conoce esta empresa. Es una lástima." 6. Me puse corbata nueva y un saco sport, eché las piernas sobre el escritorio y me entregué a la lectura del periódico en espera de la llamada d

El tritón malasio - Jane Yolen

Las tiendas no eran visibles desde la calle principal, y además casi se perdían en el laberinto de callejones. Pero la señora Stambley era una experta en antigüedades. Una ciudad nueva y un callejón nuevo excitaban sus instintos de cazadora y coleccionista, como ella gustaba explicar a su grupo en el hogar. Que esa ciudad se hallara a medio mundo de distancia de su cómoda casa de Salem, Massachusetts, no la preocupaba. Ella suponía que sabía cómo buscar, en Inglaterra o en los Estados Unidos. Había dormitado al sol mientras el barco recorría el Támesis. A su edad las cabezadas eran importantes. Su cabeza se bamboleó tranquilamente bajo la cubierta de flores plegadas en una diadema de color vino. Ni siquiera escuchó la perorata del guía turístico. En Greenwich desembarcó mansamente junto con el resto de turistas, pero se escabulló con facilidad del yugo del guía, que llevó al resto del rebaño a comprobar el tiempo medio de Greenwich. La señora Stambley, con su abultado bolso de cuero n

El cuenco de cobre - George Fielding Eliot

Yuan Li, el mandarín, se recostó en su sillón de palisandro y habló sin alzar la voz: —Está escrito que un buen servidor es un don de los dioses, mientras que uno malo... El alto y corpulento hombre que permanecía humildemente en pie ante la figura enfundada en una túnica y sentada en su sillón, hizo tres reverencias apresuradas y sumisas. A pesar de que iba armado y de que le consideraban un hombre valiente, el miedo brilló en sus ojos. Podría haber quebrado al menudo mandarín de rostro lampiño doblándolo sobre su rodilla, y sin embargo... —Diez mil perdones, ¡oh magnánimo! —le dijo—. Lo he hecho todo obedeciendo vuestra honorable orden de no matar al hombre ni causarle una lesión permanente... He hecho todo cuanto he podido, pero... — ¡ Pero no habla! — murmuró el mandarín —. ¿Y me vienes con el cuento de que has fracasado? ¡No me gustan los fracasos, capitán Wang! El mandarín jugueteó con un pequeño cortaplumas que estaba sobre la mesi

Las ratas del cementerio - Henry Kuttner

El viejo Masson, guardián de uno de los más antiguos y descuidados cementerios de Salem, sostenía una verdadera contienda con las ratas. Hacía varias generaciones, se había asentado en el cementerio una verdadera colonia de ratas enormes procedentes de los muelles. Cuando Masson asumió su cargo, tras la inexplicable desaparición del guardián anterior, decidió eliminarlas. Al principio colocaba cebos y comida envenenada junto a sus madrigueras; más tarde, intentó exterminarlas a tiros. Pero todo fue inútil. Seguía habiendo ratas. Sus hordas voraces se multiplicaban e infestaban el cementerio. Eran grandes, aún tratándose de la especie de «decumagus», cuyos ejemplares miden a veces más de treinta y cinco centímetros de largo sin contar la cola pelada y gris. Masson las había visto hasta del tamaño de un gato; y cuando los sepultureros descubrían alguna madriguera, comprobaban con asombro que por aquellas malolientes galerías cabía sobradamente el cuerpo de una persona. Al parecer, los b

El héroe es único - Harlan Ellison

Cort estaba acostado con los ojos cerrados, fingiendo que dormía, desde hacía exactamente una hora después de que ella empezara a roncar. De vez en cuando permitía que sus ojos se abrieran formando pequeñas rendijas para seguir el paso del tiempo en la esfera luminosa del reloj que había dejado en la mesilla. A las cinco en punto de la mañana salió de la cama del motel, que parecía una piscina olímpica, recogió la ropa del enmarañado montón que había en el suelo y se vistió con rapidez en el cuarto de baño. No encendió la luz. Como no recordaba el nombre de ella, no dejó una nota. Como no deseaba degradar a la chica, no dejó un billete de veinte dólares en la mesilla. Como no podía irse con la celeridad que deseaba, sacó el coche del aparcamiento empujándolo y dejó que cobrara impulso por el silencioso solar hasta llegar a la calle. A través de la abierta ventanilla giró el volante, cogió la puerta antes de que el vehículo rodara hacia atrás, se metió y sólo entonces puso en marcha