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Mostrando entradas de enero, 2012

Encontrado por la policía - Sivela Tanit

Última entrada del diario de un joven necrófilo: “Hoy me masturbaré por primera vez”

El hombre con dedos de cobre - Dorothy L. Sayers

El Club de los Ególatras es uno de los sitios más cordiales de Londres. Se trata de un lugar al que uno puede acudir cuando siente necesidad de narrar el extraño sueño que tuvo la noche anterior, o si desea anunciar el magnífico dentista que ha descubierto. Y si uno quiere y tiene el temperamento de una Jane Austen, también puede escribir cartas a ese club, ya que en él no existen salas en las que esté prohibido hablar, y donde parecer ocupado o absorto cuando otro miembro le dirige a uno la palabra, sería una violación de las normas del club. Sin embargo, no pueden hacerse referencias a la pesca ni al golf. Si la moción del honorable Freddy Arbuthnot es aprobada ante la próxima reunión del comité (y hasta ahora, la opinión respecto a ello parece muy favorable), tampoco se podrá hablar de la radio. Como dijo lord Peter Wimsey el otro día, cuando surgió el tema en la sala de fumar, esos son asuntos sobre los que uno puede conversar en cualquier lugar. Por otra parte, el club no es espec

Panorama desde la terraza - Mike Marmer

El anaranjado sol, completado su recorrido descendente, iba a salir del cielo de Jamaica; pero, antes de hundirse del todo tras el horizonte del Caribe, pareció inmovilizarse un momento, como en una divina exposi-ción fotográfica. Las sombras de última hora de la tarde se alargaron, extendiendo un leve tinte oscuro sobre la bougainvillea y los hibiscos de brillantes colores, para, por fin, ir a dar contra la brillante y blanca fachada del más lujoso hotel de la Bahía de Montego: el "Dorado". Y en cierto modo pareció un detalle de mal gusto que aquel paisaje de postal fuera alterado por la caída del cuerpo de George Farnham que, agitando las manos y arrastrando tras sí un último grito, atravesó las ramas de las palmeras y se desplomó contra el suelo del patio. Veinte minutos más tarde, en la suite del piso doce, desde la cual el finado señor Farnham había iniciado su descendente viaje, la viuda, inmóvil, sentada en un sofá, constituía la viva imagen de la desolación. Frente a