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Mostrando entradas de 2013

Sentencia de muerte para la grosería - Jack Ritchie

-¿Qué edad tiene usted? -pregunté. Sus ojos no se separaban del revólver que yo sostenía en la mano. -Escuche señor, no hay mucho dinero en la registradora pero lléveselo todo. No le proporcionaré dificultades. -No me interesa en absoluto su asqueroso dinero, al menos desde su punto de vista. Podría usted haber vivido otros veinte o treinta años más si se hubiera tomado la más mínima molestia de ser cortés. El hombre no me comprendió. -Vaya matarle -añadí- por culpa del sello de cuatro centavos y por el dulce. El hombre no sabía lo que yo quería decir con aquello del dulce, pero sí parecía caer en la cuenta sobre lo del sello. El pánico se exteriorizó en sus facciones. -Usted debe estar loco. No puede matarme a causa de eso. -Sí que puedo. Y así lo hice. Cuando el doctor Briller me dijo que solamente me quedaban cuatro meses de vida me sentí, por supuesto, muy perturbado. -¿Está usted seguro de que no se han mezclado las radiografías mías con otras? He oído que a veces suce

El muchacho que predecía los terremotos - Margaret St. Clair

-Naturalmente, tú eres escéptico -dijo Wellman. Se sirvió agua de una jarra, se colocó una píldora en la lengua y, con ayuda del agua, se la tragó -. Es lógico y comprensible. No te culpo por ello, ni soñarlo. Aquí, en el estudio, había un buen montón de gente que, cuando empezamos a programar a ese chico, Herbert, sustentaba tu misma actitud. Y, entre nosotros, no me importa admitir que yo mismo sentía bastantes dudas respecto a que un programa de esa clase pudiera dar buen resultado en televisión. Wellman se rascó detrás de la oreja, mientras Read le escuchaba con interés científico. -Bueno, pues estaba equivocado - siguió Wellman, bajando la mano -. Me complace decir que erré en un mil por ciento. El primer programa del muchacho, que no fue anunciado y careció de publicidad, aportó casi mil cuatrocientas cartas. Y hoy en día recibe... -El hombre se inclinó hacia Read y susurró una cifra. -¡Oh! - exclamó Read. -Aún no hemos divulgado esa información, porque esos borregos de Purpl

La muchacha de oro - Ellis Peters

-Shakespeare... - dijo el sobrecargo, pensativo, mientras tomaba su segunda cerveza después de salir del teatro -. Desde luego, este año sólo se representa a Shakespeare. Sin embargo, él también plagió lo suyo. Eso de "mis ducados y mi hija"... Hubo otro tipo que escribió eso mucho mejor. Una vez la obra se llamaba El judío de Malta, y el autor era un tal Marlowe. "¡Oh, fortuna, oh, muchacha! ¡Oh, belleza! ¡Oh, mi dicha!" Esta noche, viendo El Mercader, me he acordado. Y de un caso real que conocí... sólo que ella no era su hija, ni mucho menos. "Entonces era yo un jovenzuelo inexperto, y servía a las órdenes del viejo McLean, en el Áurea. De esto hará... bueno, unos diez años o así. Algunas veces sueño con ello, aunque ahora no me ocurre con tanta frecuencia. Ibamos a zarpar a Liverpool con destino a Bombay. Era mi tercera travesía. Aquella pareja llegó durante el bullicio anterior a la salida, y, no obstante, nadie dejó de fijarse en ellos a causa de la chic

Los Brown no tienen baño - Margot Bennet

Antes de que el agente de bienes raíces tuviera tiempo de parpadear, se encontró con que había alquilado la casa a la señora Brown. Esta la aceptó, sin verla, y firmó un contrato de arrendamiento por diez años. Mientras regresaba al cuarto sótano en el que ella y su marido vivían en aquellos momentos, la mujer depositó una libra en el sombrero de un artista que pintaba en la acera. Para la señora Brown, aquella libra marcaba el final de un año de esfuerzos por ocultar su furiosa desesperación tras una fachada de despreocupada y casi aristocrática serenidad. Ahora, al fin, había encontrado un hogar. Al abrir la puerta delantera de su nueva casa, la mujer se sintió como Robinson Crusoe echando el primer vistazo a los que iban a ser sus dominios. El sol habría dado de lleno sobre el feo mosaico del vestíbulo de no ser por los turbios y policromos cristales de la galería. El suelo de ésta era de ladrillos, lo cual permitía que en ella se pudieran poner macetas. -Una preciosa casita –dijo

El Origen - Sivela Tanit

Sólo y con frío, el engendro chilló y sus gritos movieron la materia, se crearon mundos, se disgregó lo oscuro de lo luminoso, hubo tiempo y orden, aparecieron seres… Cansado y hambriento, el engendro murió al dar su séptimo grito.

Barba Azul - Charles Perrault

Érase una vez un hombre que tenía hermosas casas en la ciudad y en el campo, vajilla de oro y plata, muebles forrados en finísimo brocado y carrozas todas doradas. Pero desgraciadamente, este hombre tenía la barba azul; esto le daba un aspecto tan feo y terrible que todas las mujeres y las jóvenes le arrancaban. Una vecina suya, dama distinguida, tenía dos hijas hermosísimas. Él le pidió la mano de una de ellas, dejando a su elección cuál querría darle. Ninguna de las dos quería y se lo pasaban una a la otra, pues no podían resignarse a tener un marido con la barba azul. Pero lo que más les disgustaba era que ya se había casado varias veces y nadie sabia qué había pasado con esas mujeres. Barba Azul, para conocerlas, las llevó con su madre y tres o cuatro de sus mejores amigas, y algunos jóvenes de la comarca, a una de sus casas de campo, donde permanecieron ocho días completos. El tiempo se les iba en paseos, cacerías, pesca, bailes, festines, meriendas y cenas; nadie dormía y se pa

Año Nuevo 2013

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"Cigüeñas" - Mary Cano Año Nuevo 2013