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Mostrando entradas de abril, 2019

El ojo en el dedo - Raúl Avila

Una tarde llegó un anciano a un pueblo. Se veía fatigado y hambriento. Tocó en la puerta de una casa. – ¿Quién es? –respondió una niña. – ¡Soy yo! -dijo el anciano. –¿Quién es yo? – ¡Pues yo! ¿Quién más ha de ser? La niña pensó que era algún latoso. Pero como en ese momento estaba jugando a “la casita” con sus amigas, se imaginó que todo era parte del juego y abrió la puerta. –¿Qué quieres? –le dijo al viejito. –Quiero pan –contestó. –¿Y si no te dan? –Entonces quiero queso. –¿Y si te dan un hueso? –Lo acepto si está cubierto. –¿Con plata y oro? –Con carne y todo. Entonces la niña le dijo al señor que pasara. Éste si sabe jugar –pensó–. Ahora si nos vamos a divertir mucho. Así pues, lo llevó a donde estaban jugando a “la casita” y allí le dieron muchas cosas de comer. Se ve que el viejito tenía hambre, pues se comió treinta y dos pasteles, quince caldos, veinticinco empanadas, nueve platos de ensalada y dos gelatinas (es que no les habían salido muy buenas a las niñas). Además, cada ve

La plapla - María Elena Walsh

Felipito Tacatún estaba haciendo los deberes. Inclinado sobre el cuaderno y sacando un poquito la lengua, escribía enruladas “emes”, orejudas “eles” y elegantísimas “zetas”. De pronto vio algo muy raro sobre el papel. –¿Qué es esto?, se preguntó Felipito, que era un poco miope, y se puso un par de anteojos. Una de las letras que había escrito se despatarraba toda y se ponía a caminar muy oronda por el cuaderno. Felipito no lo podía creer, y sin embargo era cierto: la letra, como una araña de tinta, patinaba muy contenta por la página. Felipito se puso otro par de anteojos para mirarla mejor. Cuando la hubo mirado bien, cerró el cuaderno asustado y oyó una vocecita que decía: –¡Ay! Volvió a abrir el cuaderno valientemente y se puso otro par de anteojos y ya van tres. Pegando la nariz al papel preguntó: –¿Quién es usted señorita? Y la letra caminadora contestó: –Soy una Plapla. –¿Una Plapla?, preguntó Felipito asustadísimo, ¿qué es eso? –¿No acabo de decirte? Una Plapla soy yo. –Pero la

El regalo de boda - Neil Gaiman

Después de las alegrías y los quebraderos de cabeza de la boda, después de la locura y la magia de todo el acontecimiento (sin olvidar la vergüenza por el discurso del padre de Belinda al final de la cena, con proyección de diapositivas de familia y todo), después de que la luna de miel se hubiera acabado literalmente (aunque metafóricamente aún no) y antes de que sus nuevos bronceados se hubiesen atenuado en el otoño inglés, Belinda y Gordon se pusieron manos a la obra para abrir los regalos de boda y escribir las cartas de agradecimiento: por cada toalla y cada tostadora, por el exprimidor y la máquina de hacer pan, por la cubertería y la vajilla y el juego de té y las cortinas. ―Bien ―dijo Gordon―. Los objetos grandes ya están. ¿Qué nos queda? ―Sobres con cosas dentro ―dijo Belinda―. Cheques, espero. Había varios cheques, unos cuantos vales para regalos e incluso un vale de diez libras de parte de Marie, la tía de Gordon, que era más pobre que las ratas, le dijo Gordon a Belinda, pe