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Mostrando entradas de mayo, 2019

Relato de acontecimiento - Rubem Fonseca

En la madrugada del día 3 de mayo, una vaca marrón camina por el puente del río Coroado, en el kilómetro 53, en dirección a Río de Janeiro. Un autobús de pasajeros de la empresa Única Auto Ómnibus, placas RF 80-07-83 y JR 81-12-27, circula por el puente del río Coroado en dirección a São Paulo. Cuando ve a la vaca, el conductor Plínio Sergio intenta desviarse. Golpea a la vaca, golpea en el muro del puente, el autobús se precipita al río. Encima del puente la vaca está muerta. Debajo del puente están muertos: una mujer vestida con un pantalón largo y blusa amarilla, de veinte años presumiblemente y que nunca será identificada; Ovídia Monteiro, de treinta y cuatro años; Manuel dos Santos Pinhal, portugués, de treinta y cinco años, que usaba una cartera de socio del Sindicato de Empleados de las Fábricas de Bebidas; el niño Reinaldo de un año, hijo de Manuel; Eduardo Varela, casado, cuarenta y tres años. El desastre fue presenciado por Elías Gentil dos Santos y su mujer Lucília, vecinos

Teoría de Dulcinea - Juan José Arreola

En un lugar solitario cuyo nombre no viene al caso hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta. Prefirió el goce manual de la lectura, y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante embestía a fondo uno de esos vagos fantasmas femeninos, hechos de virtudes y faldas superpuestas, que aguardan al héroe después de cuatrocientas páginas de hazañas, embustes y despropósitos. En el umbral de la vejez, una mujer de carne y hueso puso sitio al anacoreta en su cueva. Con cualquier pretexto entraba al aposento y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana, de joven mujer campesina recalentada por el sol. El caballero perdió la cabeza, pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente, se echó en pos a través de páginas y páginas, de un pomposo engendro de fantasía. Caminó muchas leguas, alanceó corderos y molinos, desbarbó unas cuantas encinas y dio tres o cuatro zapatetas en el aire. Al volver de la búsqueda infructuosa, la muerte le aguardaba en la puert

El suicida - Enrique Anderson Imbert

Al pie de la Biblia abierta  -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo-  alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó. Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno. ¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos. Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien. Tomó la cuchilla de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando navajazos. La hoja se hundía en las carnes blandas

El tutú - Paul Fournel

Josette Baconnier nunca tuvo edad de bailar. Había nacido en una familia de temperamento y de gustos rústicos, en la que cada día le prometían que bailaría al día siguiente. Cuando el día siguiente llegó y pudo ir a su primer baile, conoció al hombre de su vida, que se casó con ella tras haber bailado juntos un único tango. Le reclamó otros más, pero su esposo, que era el mejor hombre del mundo, respondía a todos sus pedidos con un lacónico: «Ya no es propio de nuestra edad». Josette se acostumbró a la idea de que era muy vieja para bailar... Aunque eso no hizo, que el deseo desapareciera. Pensó que la maternidad la curaría definitivamente y lo cierto es que en los últimos meses de su primer embarazo no soñó más con cabriolas, pero, no bien hubo nacido su hijo, se vio forzada a admitir que el deseo había regresado. Y después del nacimiento del tercero, este era más fuerte aún. Tuvo, pues, que vivir con él. Decidió bailar a escondidas. Hizo el cálculo de los momentos de soledad disponib

El enviado - Jesús Abascal

Corrió hacia la boca del pozo como un desesperado. De las profundas aguas de su interior, a más de un centenar de pies de la superficie, los quejidos se hacían más prolongados y estremecedores. Moisés se inclinó sobre el brocal de piedras y asomó la sudorosa cabeza por el oscuro círculo. Abajo, alguien se ahogaba. Con sólo echar una soga el infeliz podría salvarse. Moisés tenía en sus manos la vida de aquel hombre. Afirmándose con cuidado en las piedras, Moisés gritó con decisión: "¡Hermano, no te angusties más, que tu agonía ha terminado!". Al escuchar este mensaje redentor el desdichado inmerso columbró un luminoso rayo de esperanza. Y con la voz ronca y entrecortada sollozó con inmensa gratitud: "¡Gracias, Dios mío, por oír mis plegarias!". Entonces Moisés, instrumento del Altísimo, cumplió la promesa que había  hecho y tomando entre sus recios brazos una pesada rueda de hierro que había cerca, la dejó caer dentro del pozo. Como no volviera a escuchar ningún otr