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Mostrando entradas de marzo, 2021

Pobre pequeño guerrero - Brian W. Aldiss

     Claude Ford sabía exactamente cómo se cazaba un brontosaurio. Se arrastraba sin hacer caso por el barro entre los sauces, a través de las pequeñas flores primitivas con pétalos verdes y marrones como en un campo de fútbol, por el barro como si fuera loción de belleza. Atisbaba a la criatura tumbada entre los juncos, su cuerpo airoso como un calcetín lleno de arena. Allí estaba, dejando que la gravedad lo abrazara al pantano húmedo, con sus grandes ventanas de la nariz a treinta centímetros de la hierba en un semicírculo, buscando con ronquidos más juncos. Era hermoso: aquí el horror había llegado a sus límites, se había cerrado el círculo y finalmente había desaparecido por su propio esfínter. Sus ojos relucían con la viveza del dedo gordo de un cadáver de una semana, y su aliento fétido y la piel en sus cavidades auditivas eran particularmente para ser recomendados a alguien que de otro modo se habría sentido inclinado a hablar amorosamente del trabajo de la madre Naturaleza. Per

Eddy C. Bertyn - Cuestión de rivalidad

Abrí la puerta del cuarto de espera luego de echar una ojeada a mis notas y ver quién era el próximo en la lista. -Pase, por favor, señor Thomson -dije. Entró, como la mayoría de ellos, poco seguro de sí mismo, secándose él sudor de sus grandes manazas rojas en el abrigo. Aunque hacía mucho calor aquella tarde y no hay duda de que debía estar sudando de lo lindo dentro de su abrigo de pieles, prefirió conservarlo puesto, lo mismo que su sombrero. Cogió, sin embargo, una silla y se sentó, mientras yo tomaba asiento detrás de mi gran mesa de caoba. De nuevo rechazó mi oferta de que se quitara el abrigo y el sombrero. Le examiné de arriba abajo. El señor Thomson era un hombre menudo y delgado, con el rostro como el de un halcón y una nariz demasiado larga. Tenía los ojos saltones como los de un sapo, lo que contribuía a darle aquella eterna expresión embobada. Sus manazas eran una contradicción al resto de su físico. No parecía dispuesto a empezar a hablar por impulso propio. -¿Qué puedo

Fuego infernal - Isaac Asimov

Hubo la agitación correspondiente a un muy cortés auditorio de primera noche. Sólo asistió un puñado de científicos, un escaso número de altos cargos, algunos congresistas y unos cuantos periodistas. Alvin Horner, perteneciente a la delegación de Washington de la Continental Press, se hallaba próximo a Joseph Vincenzo, de Los Álamos. -Ahora nos enteraremos de algo -comentó. Vincenzo le miró a través de sus gafas bifocales y dijo: -No de lo importante. Horner frunció el entrecejo. Iban a proyectar la primera película a cámara superlenta de una explosión atómica. Mediante el empleo de lentes especiales, que cambiaban en ondulaciones la polarización direccional, el momento de la explosión se dividiría en instantáneas de mil millonésimas de segundo. Ayer, había explotado una bomba A. Y hoy, aquellas instantáneas mostrarían la explosión con increíble detalle. -¿Cree que producirá efecto? -preguntó Horner. -Sí que surtirá efecto -repuso Vincenzo con aspecto atormentado-. Hemos hecho prueb

Armagedón - Fredric Brown

  Tuvo lugar, entre todos los lugares del mundo, en Cincinnati. No es que tenga nada en contra de Cincinnati, pero no es precisamente el centro del universo, ni siquiera del estado de Ohio. Es una bonita y antigua ciudad y, a su manera, no tiene par. Pero incluso su cámara de comercio admitiría que carece de significación cósmica. Debió de ser una simple coincidencia que Gerber el Grande -¡vaya nombre!- se encontrara entonces en Cincinnati. Naturalmente, si el episodio hubiera llegado a conocerse, Cincinnati se habría convertido en la ciudad más famosa del mundo, y el pequeño Herbie sería aclamado como un moderno San Jorge y más celebrado que un niño bromista. Pero ni uno solo de los espectadores que llenaban el teatro Bijou recuerda nada acerca de lo ocurrido. Ni siquiera el pequeño Herbie Westerman, a pesar de tener la pistola de agua que tan importante papel jugó en el suceso. No pensaba en la pistola de agua que tenía en un bolsillo mientras contemplaba al prestidigitador que ejecu

El cuento de la gacela - Las mil y una noches

       Sabe, ¡oh gran efrit! [ Efrit: astuto, sinónimo de genio] que esta gacela era la hija de mi tío [ Por eufemismo suelen llamar así los árabes a sus mujeres. No dicen sue­gro, sino tío; de modo que la hija de mi tío equivale a mi mujer. ]  carne de mi carne y sangre de mi sangre. Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dió un hijo varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.        La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su in­fancia en la brujería y el arte de los encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la escl