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Mostrando entradas de julio, 2021

Algo mío - Sivela Tanit

     La lectura, para mí, significó abrir una dimensión nueva y espectacular, la vida adquiría sentido y un motivo. Siempre leía lo que caía en mis manos, como suele suceder mi primer acercamiento fue con la biblioteca de mi casa, recuerdo los cuentos que venían en los libros de la escuela, mi mamá me compró una enciclopedia para niños permeada de muchas historias, cuentos, poemas, resúmenes de novelas y artículos de conocimiento en general.     Más adelante, estando en secundaria comencé a leer cosas que les encargaron a mis hermanos mayores de cuando cursaron su secundaria o preparatoria, como “Corazón: Diario de un niño” escrita por Edmundo de Amicis; “María” de Jorge Isaacs; “Las dos caras de la moneda” del autor Ellery Queen; “Un mundo feliz” novela del escritor Aldous Huxley, entre otras. El acercamiento con cada uno de esas novelas me dio una perspectiva diferente de lo que se podía crear. Debo confesar que en ese entonces no tenía la capacidad de entender la lectura en un

Combate Singular - Robert Abernathy

Salió con extremo cuidado de la cámara subterránea y cerró tras él la puerta con llave. Sus tensos nervios le empujaron repentinamente a huir. Subió corriendo la escalera. Tropezó con un peldaño podrido, recuperó a duras penas su equilibrio, y se detuvo, las piernas temblando, jadeante, luchando contra su pánico. Tranquilo. Nada te empuja. Calmosamente, regresó a la puerta y comprobó una vez más la solidez de la maciza cerradura. Se metió la llave en el bolsillo, luego la volvió a sacar con una mueca de disgusto, y la arrojó a la reja metálica que cubría el desagüe. La llave golpeó contra uno de los travesaños y rebotó, reluciente, en el cemento. Febrilmente, como un hombre pateando un escorpión, la empujó hacia la reja. La llave se colgó a uno de los travesaños, osciló durante unos segundos, tintineó contra el metal, y luego desapareció de su vista. Se sentía nuevamente dueño de sus reacciones nerviosas. Subió los peldaños sin girarse, y se detuvo en la embocadura de la desierta c

Maniático - Fredric Brown

     He oído el rumor —dijo Sangstrom— de que usted… —Volvió la cabeza y miró a su alrededor para asegurarse de que el farmacéutico y él estaban solos en la pequeña botica. El farmacéutico era un hombrecito de aspecto retorcido cuya edad podía situarse entre los cincuenta y los cien años. Estaban solos, pero Sangstrom bajó todavía más la voz—… de que usted tiene un veneno que no deja el menor rastro. El farmacéutico asintió. Dio la vuelta al mostrador y cerró la puerta de la botica. Luego se dirigió hacia una puerta situada detrás del mostrador. —Precisamente iba a cerrar para tomar una taza de café —dijo—. Venga conmigo y lo tomaremos juntos. Sangstrom aceptó la invitación y entró en una trastienda, en la cual había hileras de estanterías llenas de botellas y de frascos, desde el suelo hasta el techo. El farmacéutico enchufó una cafetera eléctrica, sacó dos tazas y las colocó encima de una mesa que tenía una silla a cada lado. Hizo una seña a Sangstrom para que ocupara una de

Un asesinato refinado - Jack Ritchie

    Creo que la salchicha es una de las invenciones más nobles del género humano —dijo Henry Chandler—. Y presentada en forma de bocadillo, no sólo es nutritiva, sino también sumamente práctica. Permite seguir comiendo mientras se realizan otras tareas: leer, vigilar, o empuñar un revólver… En la pared, el reloj eléctrico señalaba las doce y cuarto del mediodía, y aparte de Chandler y de mí mismo, en las oficinas no había nadie. Chandler mordió el bocadillo, masticó y tragó. Luego sonrió. —Usted y mi esposa han sido discretos, Mr. Davis. Excepcionalmente discretos, cosa que ahora redundará en beneficio mío. Desde luego, arreglaré las cosas de modo que parezca que usted se ha suicidado. Pero si la policía no se deja engañar y llega a la conclusión de que se ha cometido un asesinato, no podrá dar con el motivo. No hay nada que nos relacione de un modo especial, aparte del hecho de que soy un empleado suyo… al igual que otros veinte. Coloqué mis helados dedos encima del escritori

Una coartada de dos minutos - George Harmon Coxe

      Cuando se abrió la puerta que daba a la sala del tribunal y el ujier dijo: «El doctor Lane, por favor», Thomas Lane se puso en pie y se arregló la americana antes de lanzar una ojeada al joven y a la muchacha que estaban sentados junto a él, en el banco de madera. Janet Watkins le devolvió la mirada, su rostro pálido pero tranquilo, rodeado por el halo de cabellos rubio ceniza, sus ojos color de avellana abiertos e indefensos, hasta el punto que podía leerse claramente en ellos la duda y la incertidumbre, en el preciso instante en que trataba de esbozar una sonrisa de aliento. Janet Watkins había sido ya interrogada y no podía hacer más que esperar la decisión que liberaría a Don Maynard o le inculparía de asesinato. A su lado, Maynard exhibía una sonrisa estereotipada y fingida, pero su mirada fue franca y segura cuando se cruzó con la de Lane, reflejando más confianza que temor y reafirmando el convencimiento del médico de que Maynard no podía haber asesinado a su esposa.