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Mostrando entradas de enero, 2022

Aullidos de libertad - Manuel Yáñez

Pesaba ciento cuarenta kilos, medía dos metros y treinta centímetros de estatura y se hallaba encadenado a la pared. Todo en él era odio y deseos de venganza. No sabía que los seres humanos nacidos de mujer tienen un nombre propio. Le habían crecido en el rostro, especialmente sobre el labio superior, unos pelos que le parecían muy distintos a los que cubrían su cabeza. Vivía en la oscuridad aunque no podía ser considerado ciego. Sus recuerdos, escasos y primarios, se formaban de unos sonidos y de unas emociones apenas sin imágenes y carentes de palabras. Había sabido hablar, de eso hacía mucho tiempo, pero terminó por perder la voz de tanto gritar que le sacaran de allí. Por eso actuaba con su instinto racional, a la espera de la ocasión de descargar la hiel que almacenaba. Ignoraba la existencia del espejo, del peine y de la higiene personal. Sólo conocía aquel sótano, su reducido universo, aunque la imaginación le decía que tras aquella puerta, tan cercana e inalcanzable, debía

Una noche de espanto - Antón Chéjov

Iván Ivanovitch Panibidin estaba pálido cuando, con voz cargada de emoción, comenzó a narrar su experiencia: «Una espesa niebla cubría todo el pueblo en el último día del año. Yo volvía a mi hogar después de haber celebrado una fiesta en el de un amigo. La mayor parte del tiempo la dedicamos a comentar sucesos relacionados con el espiritismo. Las calles oscuras que me vi obligado a cruzar carecían de alumbrado, aunque me he acostumbrado a caminar sirviéndome de las manos para no tropezar con los obstáculos que, por cierto, acostumbran a estar siempre en el mismo lugar, debido a que en mi barrio no sucede casi nada. He de advertir que estaba residiendo en Moscú, casi en el extrarradio. El camino resultaba bastante largo, lo que propició que empezaran a bullir mis pensamientos. Pronto noté que un cierto pesar agobiaba mi corazón y mi mente... »“Tu vida agoniza... Debes pedir perdón de tus pecados y errores...”, me advirtió el espíritu de Espinosa, al que me atreví a consultar durante

La mano - Guy de Maupassant

La mayoría de los ocupantes de la estancia rodeaban al señor Bermutier, que desempeñaba el cargo de juez de instrucción, debido a que estaba ofreciendo su parecer sobre el misterioso asesinato de Saint-Cloud. Todo un mes llevaba el caso apasionando a los habitantes de París. Se formulaban infinidad de hipótesis, pero nadie parecía contar con la definitiva. El magistrado se hallaba en pie, dando la espalda a la chimenea, mientras exponía sus razonamientos. Se apoyaba en las pruebas proporcionadas y, sin embargo, no terminaba por dar una opinión definitiva. A pesar de esto, varias mujeres continuaban mirándole atentamente, a la vez que le escuchaban estremeciéndose, debido a que las frases que salían de aquellos labios no podían ser más apasionadas. En realidad sentían más miedo que curiosidad, acaso por esa tendencia tan humana de querer satisfacer sus dosis de terror, como si ésta fuera una necesidad propia de nuestra época. Hasta que una de ellas, la más decidida y pálida, se at