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Mostrando entradas de 2023

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 7)

Encontró el anillo y, poniéndoselo en el dedo, corrió de nuevo junto a Olimpia. Al subir las escaleras, y cuando se encontraba ya en el vestíbulo, oyó un gran estrépito que parecía venir del estudio de Spalanzani. Pasos, crujidos, golpes contra la puerta, mezclados con maldiciones y juramentos: —¡Suelta! ¡Suelta de una vez! —¡Infame! —¡Miserable! —¿Para esto he sacrificado mi vida? ¡Este no era el trato! —¡Yo hice los ojos! —¡Y yo los engranajes! —¡Maldito perro relojero! —¡Largo de aquí, Satanás! —¡Fuera de aquí, bestia infernal! Eran las voces de Spalanzani y del horrible Coppelius que se mezclaban y retumbaban juntas. Nataniel, sobrecogido de espanto, se precipitó en la habitación. El profesor sujetaba un cuerpo de mujer por los hombros, y el italiano Coppola tiraba de los pies, luchando con furia para apoderarse de él.  Nataniel retrocedió horrorizado al reconocer el rostro de Olimpia; lleno de cólera, quiso arrancar a su amada de aquellos salvajes. Pero al instante Coppola, con la

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 6)

  —¡Separarnos, separarnos! —exclamó furioso y desesperado Nataniel. Besó la mano de Olimpia y se inclinó sobre su boca; sus labios ardientes se encontraron con los suyos helados. Se estremeció como cuando tocó por primera vez la fría mano de Olimpia, y la leyenda de la novia muerta le vino de pronto a la memoria; pero al abrazar y besar a Olimpia sus labios parecían cobrar el calor de la vida. El profesor Spalanzani atravesó lentamente la sala vacía, sus pasos resonaban huecos y su figura, rodeada de sombras vacilantes, ofrecía un aspecto fantasmagórico. —¿Me amas? ¿Me amas, Olimpia? ¡Sólo una palabra! —murmuraba Nataniel. Pero Olimpia, levantándose, suspiró sólo: —¡Ah…, ah…! —¡Sí, amada estrella de mi amor! —dijo Nataniel—, ¡tú eres la luz que alumbrará mi alma para siempre! —¡Ah…, ah…! —replicó Olimpia alejándose. Nataniel la siguió, y se detuvieron delante del profesor. —Ya veo que lo ha pasado muy bien con mi hija —dijo este sonriendo —: así que, si le complace conversar

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 5)

  Lotario apareció en el cenador y Clara tuvo que contarle lo que había sucedido; como amaba a su hermana con toda su alma, cada una de sus quejas caía como una chispa en su interior de tal modo que el disgusto que llevaba en su corazón desde hacía tiempo contra el visionario Nataniel se transformó en una cólera terrible.  Corrió tras él y le reprochó con tan duras palabras su loca conducta para con su querida hermana, que el fogoso Nataniel contestó de igual manera. Los insultos de fatuo, insensato y loco, fueron contestados por los de desgraciado y vulgar. El duelo era inevitable. Decidieron batirse a la mañana siguiente detrás del jardín y conforme a las reglas académicas, con afilados floretes. Se separaron sombríos y silenciosos. Clara había oído la violenta discusión, y al ver que el padrino traía los floretes al atardecer, presintió lo que iba a ocurrir. Llegados al lugar del desafío se quitaron las levitas en medio de un hondo silencio, e iban a abalanzarse uno so

Peligro - Sara María Larrabure

A toda carrera salí hacia el campo. Había un lugar donde no me encontraría. Era un escondrijo que me había tardado largo tiempo hallarlo. Quedaba en una huerta, o lo que quedaba de lo que antes fuera una huerta. Nadie se  ocupaba ahora de hacer crecer en ella plantas verdes, pegadas a la tierra, alineadas correctamente; solo algunas matas de fresas ocupaban un minúsculo rincón del gran terreno. En el resto, las hierbas espurias, los matorrales salvajes, habíanla cubierto casi en su totalidad.  En partes existían claros en los que emergía algún árbol y para llegar a estos yo tenía que arrastrarme por entre el matorral, siguiendo un túnel sombrío, pero perfecto; una obra de ingeniería hecha tal vez por un conejo o una vizcacha.  El túnel no seguía una línea derecha, se retorcía sinuosamente hasta que llegaba al claro cuyo centro era el árbol. Luego había que buscarlo nuevamente, ya que la entrada se hallaba disimulada, pero yo la distinguía porque la cubrían matas sospechosas. No lo habí

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 4)

Nadie podría imaginar algo tan extraño y maravilloso como lo que le sucedió a mi pobre amigo, el joven estudiante Nataniel, y que voy a referirte, lector. ¿Acaso no has sentido alguna vez tu interior lleno de extraños pensamientos? ¿Quién no ha sentido latir su sangre en las venas y un rojo ardiente en las mejillas?  Las miradas parecen buscar entonces imágenes fantásticas e invisibles en el espacio y las palabras se exhalan entrecortadas. En vano los amigos te rodean y te preguntan qué te sucede. Y tú querrías pintar con sus brillantes colores, sus sombras y sus luces destellantes, las vaporosas figuras que percibes, y te esfuerzas inútilmente en encontrar palabras para expresar tu pensamiento.  Querrías reproducir con una sola palabra todo cuanto estas apariciones tienen de maravilloso, de magnífico, de sombrío horror y de alegría inaudita, para sacudir a los amigos como con una descarga eléctrica, pero toda palabra, cada frase, te parece descolorida, glacial, sin vida

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 3)

  Nataniel a Lotario Me resulta muy penoso el que Clara, por un error que causó mi negligencia, haya roto el sello de mi carta y la haya leído. Me ha escrito una epístola llena de una profunda filosofía, según la cual me demuestra explícitamente que Coppelius y Coppola sólo existen en mi interior y que se trata de fantasmas de mi Yo que se verán reducidos a polvo en cuanto los reconozca como tales.  Uno jamás podría imaginar que el espíritu que brilla en sus claros y estremecedores ojos, como un delicioso sueño, sea tan inteligente y pueda razonar de una forma tan metódica. Se apoya en tu autoridad. ¡Han hablado de mí los dos juntos! Le has dado un curso de lógica para que pueda ver las cosas con claridad y razonadamente.  ¡Déjalo! Además, es cierto que el vendedor de barómetros Coppola no es el viejo abogado Coppelius. Asisto a las clases de un profesor de física de origen italiano que acaba de llegar a la ciudad, un célebre naturalista llamado Spalanzani. Conoce a Coppo

El perro - Yelinna Pulliti Carrasco

La aguja del medidor cayó y el auto se detuvo. Angello se apeó y le arreó una patada. Acababa de quedarse sin gasolina, hacía un frío endemoniado y, para colmo, estaba a cien kilómetros del área poblada más cercana. —¡Por la grandísima...! Intentó mantener la calma, pero ya le era bastante difícil. Estaba varado junto a un camino solitario en el que, con suerte, vería pasar a alguien después de varios días. No le gustaba la idea de estar en un lugar desconocido sin agua ni comida, rodeado apenas por la hierba seca y un aire capaz de helarle los pulmones, y todo por haberse desviado de la carretera para acortar el trayecto unas pocas horas. —¿Por qué tenía que pasarme esto justo ahora? Se juró nunca más aceptar entregar encomiendas en lugares remotos, sin importar cuánto dinero le ofrecieran. Según sus cálculos, debía estar de regreso en la capital en la madrugada. Unas horas de retraso y eran capaces de acusarlo de robo. Le dio otra patada al auto. Abrió la puerta y se recostó en el as