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Mostrando entradas de enero, 2023

El cerebro rojo - Donald Wandrei

  Al alcance de la mano yace la muerte tibia del universo. ¿Podría el frío intelecto subsistir, o...? Una tras otra, las pálidas estrellas que poblaban el firmamento titilaron cada vez más débilmente, hasta desaparecer. Una tras otra, aquellas luces llameantes se atenuaron y oscurecieron. Una tras otra se habían desvanecido para siempre, y en su lugar se formaron como enormes manchas de tinta que emborronaban inmensas áreas del cielo que en otro tiempo estuviera iluminado por las estrellas. Transcurrieron años; siglos enteros huyeron hacia el pasado; los milenios se acumularon hasta convertirse en millones, y también ellos se perdieron en el olvido de la Eternidad. La Tierra había desaparecido. El Sol se había enfriado y endurecido y se disolvió en el polvo de su tumba.  Tanto el sistema solar como otros innumerables sistemas se desmenuzaron y desaparecieron, y sus fragmentos se convirtieron en nubes de polvo que fueron tragándose el universo entero.  A lo largo de billones de añ

Ese Hombre - Rodolfo Walsh

El guardia civil pregunta el nombre, consulta su lista, abre la puerta del parque. El tenue sol madrileño quita de las rodillas la lluvia de París, funde la nieve de Praga.  En la casa me recibe el secretario discreto, urgido por irradiación cotidiana. Yo sé que debería estar observando los detalles pero no veo más que la alfombra, el artesonado, la penumbra de la sala donde enseguida aparece el Viejo, su voz tranquila. Me estaba esperando.  Sigue alto y erguido, indestructible. Se agacha un poco para darme la mano.  -Lo estaba esperando -dice.  -Tenía muchos deseos de conocerlo -aseguro.  Todo es claro y ordenado en su despacho: libros en los anaqueles, un Martín Fierro a caballo, el banderín argentino, Juan XXIII bajo el vidrio del escritorio.  Cuando se sienta, veo por primera vez la desollada cara del Viejo, la cascada de venitas rojas que no aparece en las fotos o que las fotos olvidan, lo mismo que uno.  -¿Café? -dice-. ¿Coñac?  Ofrece Winstons, se inclina hacia adelante para dar

Nieve, manzanas y cristal azogado - Neil Gaiman

  No sé qué clase de ser sea ella. Nadie lo sabe. Mató a su madre al nacer, pero eso no es suficiente para juzgar. Me llaman sabia pero estoy lejos de serlo, pues todo lo que pude vaticinar fueron fragmentos, momentos congelados atrapados en pilas de agua o en la fría superficie de un trozo de cristal azogado. Si hubiera sido sabia no habría tratado de cambiar lo que vi. Si hubiera sido sabia me habría inmolado antes de encontrarla, antes de haberlo atrapado a él. Sabia, y hechicera, es lo que ellos dicen; y yo había visto su rostro varonil en sueños y en superficies reflejantes durante toda mi vida: dieciséis años de soñar con él antes de que él atara su caballo junto al puente esa mañana y preguntara por mi nombre. Me ayudó a subir en su alto caballo y cabalgamos juntos hacia mi pequeña cabaña, mi cara sepultada en el oro de su cabellera. Él reclamó lo mejor que yo tenía; el derecho de un Rey, hablando con propiedad. Por la mañana su barba era de un rojo cobrizo, y lo reconocí, no