El ojo en el dedo - Raúl Avila

Una tarde llegó un anciano a un pueblo. Se veía fatigado y hambriento. Tocó en la puerta de una casa.
– ¿Quién es? –respondió una niña.
– ¡Soy yo! -dijo el anciano.
–¿Quién es yo?
– ¡Pues yo! ¿Quién más ha de ser?
La niña pensó que era algún latoso. Pero como en ese momento estaba jugando a “la casita” con sus amigas, se imaginó que todo era parte del juego y abrió la puerta.
–¿Qué quieres? –le dijo al viejito.
–Quiero pan –contestó.
–¿Y si no te dan?
–Entonces quiero queso.
–¿Y si te dan un hueso?
–Lo acepto si está cubierto.
–¿Con plata y oro?
–Con carne y todo.
Entonces la niña le dijo al señor que pasara. Éste si sabe jugar –pensó–. Ahora si nos vamos a divertir mucho. Así pues, lo llevó a donde estaban jugando a “la casita” y allí le dieron muchas cosas de comer. Se ve que el viejito tenía hambre, pues se comió treinta y dos pasteles, quince caldos, veinticinco empanadas, nueve platos de ensalada y dos gelatinas (es que no les habían salido muy buenas a las niñas). Además, cada vez que se comía algo se bebía un vaso –o mejor: un dedal– de agua. En total fueron setenta y un vasos de agua, de siete colores diferentes. Al final las niñas estaban tristes porque ya casi no tenían comida.
Entonces el anciano les dijo:
–Ya veo que están tristes porque casi me acabé la comida. Pero no se preocupen. Yo soy mago, y como ustedes han sido muy buenas conmigo, les voy a conceder un deseo.Todas se pusieron a saltar de gusto, y empezaron a pedir muchas cosas. Uno pidió una muñeca grandota que fuera obediente. Otra quería una casa chiquitita, pero de a de veras. Otra deseaba globos irrompibles. En fin, pidieron de todo: espejos, pelotas, trastecitos, patines, bicicletas y mil cosas más.
Total, que entre tantos deseos no se podían poner de acuerdo, porque el mago sólo iba a conceder una cosa.
A la única que no le hacían caso era a Almendrita, una niña de cuatro años. Desde hacía rato decía que quería un ojo chiquito. Por fin la escucharon, pues gritaba muy fuerte.
–¡Tonta! -dijeron las demás-. ¿Para qué quieres un ojo chiquito si ya tienes dos grandotes?
–Para ponérmelo en el dedo.
–¿En el dedo? ¡Niña boba! ¿Para qué sirve un ojo en el dedo?
–Es que cuando voy al cine nunca puedo ver porque siempre me tapan. Con un ojo en el dedo puedo levantar la mano y ver muy bien.
–¡Qué inteligente! –dijeron todas–. Y empezaron a ver que un ojo en un dedo sería muy útil.
Carmelita dijo que podría buscar las cosas debajo de la cama sin tener que agacharse. Beatriz vio que así se podría peinar sin tener que verse en el espejo. Zoila -que era un poco miope– se preocupó al pensar que a lo mejor necesitaría también un anteojo –o “antededo”– para su nuevo ojo. Licha dijo que podría copiar a sus compañeros sin que la vieran. Chela pensaba que no le convenía tener el ojo en el dedo índice de la mano derecha porque se le pondría morado cuando escribiera. Paz y Oralia vieron que así encontrarían más fácilmente lo que guardaban en sus bolsas de mano, que siempre estaban llenas de cosas raras. Gloria dijo que si tuviera ese ojo podría vigilar a sus sobrinos con sólo levantar la mano y darle vuelta al dedo.
Total, que el mago, ante el entusiasmo de todas, aceptó concederles el deseo, pero puso una condición: que cada quien dijera en qué dedo quería el ojo y para qué lo usaría.
¿Puedes decirlo tú?

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