Boxeador - Carlos Wynter Melo

No sabemos si Martínez es mala persona. Tampoco podríamos decir que es un alma de Dios. Ausente, si alguna palabra lo define es esa: ausente. Y nadie conoce sus emociones ni entiende por qué es feliz con una vida tan simple, de figuras de sombra y boxeo.

Martínez no conocía a Orlando el Nica Mojica; no, señor. Habrán intercambiado saludos alguna vez, no más que eso. No tenían por qué odiarse, como han insinuado algunos periódicos. La Sombra Martínez -le he dicho a los reporteros- es incapaz de odiar a alguien. 

Hay quien pudiera, viendo la apariencia distraída de Martínez, pensar que es tonto. Tampoco es el caso. No se le puede llamar tonto a quien proyecta figuras en la pared con semejante maestría. Si se me pregunta, les diré que Martínez es sencillamente un libro en blanco. Nada más y nada menos. Y nadie sabe al instante siguiente qué aparecerá en sus páginas. El tipo vive tras sus ojos y, en el momento justo, ¡zas!, sale a la superficie. 

Entonces es un genio; como cuando exhibe su boxeo matemático. Aún ahora, con los años encima, la manera como planea y desarrolla un combate es ilustre. 

En la víspera de la pelea con el Nica, la Sombra me contó su sueño. Más que un sueño, era una pesadilla. Y es que basta recordar la vida que llevaba Martínez antes de ser campeón: pobre que era, un muerto de hambre en todo el sentido de la palabra. 

Cuando tenía como seis años -y eso es algo que no olvidó nunca-, un tipo le robó los chicles que vendía. Le dijo: "Pelaíto, yo te voy a comprar todos tus chicles, todos, pero tienes que dármelos y esperar un momentito aquí; yo regresaré con tu plata". El tipo, por supuesto, nunca regresó. Ese día Martínez juró por todos los santos que no volverían a aprovecharse de él. 

Me dijo en una ocasión:
-Yo, de niño, era muy tonto, después cambié y me hice hombre. 

En el sueño, a la Sombra le daban una tunda, una soberana paliza. Varias veces soñó lo mismo: se miraba en un espejo y del azogue oscuro brotaba un rostro que no alcanzaba a definirse y salía un puño y otro y Martínez no sabía ni de dónde le venían los puñetes. 

Mientras lo apaleaban, una voz le decía: "Ya estás viejo, boxeador, ya estás muy viejo, te has vuelto débil". Despertaba empapado en sudor y con los brazos tensos. Durante el sueño, el miedo no lo dejaba ni respirar. 

Me comentó después un poco asustado:
-Hombre, no me sentía así desde hacía años. Estaba indefenso. No quiero dormir por no sentirme igual. 

Quizás ese miedo oculto lo llevó a esforzarse extraordinariamente. Él nunca aceptó que estaba viejo. Para él, había Martínez para rato. Y ya a nadie le cabe duda después de su pelea con el Nica. La gente lo respeta otra vez.

La Sombra ha ganado mil apuestas haciendo figuras en los muros. Es tan natural para él como respirar. Le dicen "haz una pantera" y él rápidamente crispa los dedos de una mano, acomoda los de la otra y la pantera aparece. Su figura preferida es la de un niño caminando, con su perfil muy bien definido, los brazos moviéndose al compás de la marcha y las piernas flexionándose una y otra vez.

Alguien dijo una noche, maravillado por la habilidad del boxeador, que bien podían ser las sombras las que proyectaban a Martínez. Yo lo he observado mucho y por Dios que, a simple vista, eso parece.

Por su parte, el Nica era un tipo -que Dios me perdone- bocón. Era de esos que repiten una y otra vez que nadie les dura más de un asalto y que el contendiente acabará hecho papilla.

Martínez permaneció tranquilo ante sus bravuconadas. En vez de gastar pólvora en gallinazo, se concentró en los entrenamientos. Fue obsesivo. Y me causaba dolor verlo así; le dije más de una vez que eso no era normal.
En fin, llegó el día del combate y ocurrió lo que todos sabemos: la Sombra mató al Nica. 

¡Fue una zurra histórica! No podemos quitarle méritos al Nica -que en paz descanse-: se portó a la altura. Pero la Sombra fue implacable. Recibió golpes como un animal y, aun así, mantuvo su ofensiva. 

Cuando el Nica cedió a la presión, la Sombra aplicó su estrategia ganadora: lo trabajó con la izquierda y, de inmediato, con volados de derecha. Ya para entonces, ambos tenían las caras bañadas con sangre. Y cayó el Nica. Su cuerpo empezó a convulsionar sobre la lona. Entró el médico y eso fue todo. 

La Sombra seguía saltando sobre las puntas de sus pies, sin que se pudiera decir si estaba compungido o contento.

Sacamos a Martínez cubierto por su bata de lujo. Muchas personas lo abuchearon y algunos periodistas lo siguieron. Nos llovían latas y restos de comida. Bueno, eso es lo que todos sabemos. Voy a contar ahora lo que solo yo sé; yo, que fui a visitar a la Sombra durante su convalecencia y que lo escuché como solo lo hacen quienes quieren de verdad.

Sé, por ejemplo, las razones por las cuales el campeón dejó su carrera boxística. Y sé también lo que lo cambió de manera tan drástica, lo que lo hizo, precisamente, otra persona.

Recuerdo que me recibió con una amplia y juguetona sonrisa y que él fue el primero en hablar:
-Se nos murió el Nica.
Solo asentí.
-No he dejado de pensar en él. Las pesadillas continuaron después de su muerte, ¿sabes? Yo pensé que al ganarle iban a parar.
-¿Y qué tienen que ver las pesadillas con el Nica, campeón?
-Se me metió entre ceja y ceja que el Nica era el rostro en el espejo, el de la pesadilla. Creí que el Nica era mi destino y me daba un hijueputa miedo mi destino, ¿me entiendes?

Nos quedamos en silencio. Era la primera vez que la Sombra me hablaba desde su corazón. Añadió como si hablara solo:
-Las pesadillas continuaron después de su muerte porque yo no he resuelto nada con vencer al Nica. Me concentré en superar mi destino y en realidad no superé nada.

Volvimos a callar.
-¿Recuerdas lo que dijo el tipo de mis sombras?, ¿que no sabía si ellas eran quienes me proyectaban a mí? Bueno, yo tampoco lo sé. Yo no sé si el odio me movía contra el Nica. Yo no sé si le pegué con saña. No lo sé.
-Ya no pienses en eso -le dije para calmarlo.
-No te preocupes. No hablo con angustia. 

De este momento en adelante, soy libre, para bien o para mal. Ya nada me importa demasiado. ¡Descubrí la identidad del rostro de la pesadilla! Todo es muy obvio, amigo: cuando uno se mira en un espejo, ¿de quién es la cara que aparece?  

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