Espacio oscuro - Rober F. Young

    Vivo en una cueva.

No tengo nombre. La mayor parte del tiempo la paso durmiendo.

Siempre llevo la misma ropa. Camisa roja, pantalones color canela, botas negras.

El ruido de algunas piedras en la pronunciada colina que conduce hacia la boca de la cueva me ha despertado. Esto mismo ya ha ocurrido muchas veces. Estoy acostado sobre mi espalda en el suelo de la cueva. Me vuelvo sobre mi estómago, me apoyo sobre las manos y las rodillas y atisbo hacia la entrada de la cueva. 

Extrañamente, aunque esta experiencia se ha repetido muchas veces, nunca sé quién es mi visitante hasta que le veo. Es una muchacha. No, en realidad no es una muchacha, sino una mujer, pero pienso en ella como si fuese una muchacha. Nos miramos bajo la luz grisácea y ella está tan sorprendida de verme a mí como lo estoy yo de verla a ella. En ese momento profiere un grito y se lanza colina abajo.

Corro detrás de ella.

La colina es la pronunciada elevación de un pequeño valle. Los bosques cubren el valle. Cuando la muchacha se interna entre los árboles, yo hago lo mismo. Ella sigue gritando.

Los árboles son en su mayoría alerces, pero algunos son acacias y no faltan tampoco los nogales. A1 principio ignoraba el nombre de estos árboles, pero uno a uno se han instalado en mi memoria.

Corro detrás de la muchacha, pero no consigo alcanzarla. Nunca lo hago. Finalmente ambos llegamos a una estrecha corriente de agua, ella la atraviesa a la carrera y desaparece. Yo también trato de cruzar la corriente, pero es una especie de barrera y no puedo siquiera introducir un pie. En ese momento me siento débil y apenas tengo fuerzas para regresar a la cueva. Me dejo caer en el suelo y vuelvo a dormirme.

Básicamente, la experiencia nunca varía.

Esta vez, cuando la muchacha me despierta nos hallamos frente a frente en la boca de la cueva y trato de cogerla. Mi mano roza su hombro antes de que logre retirarse. Tiene un rostro muy atractivo. Sus ojos son de un azul pálido y tiene pómulos altos. Sus mejillas son finas y la boca tiene forma de arco. 

Está vestida de azul y la ropa se ciñe a su cuerpo. Siempre lleva esa clase de ropa. En ocasiones la ropa es de color verde claro en lugar de azul claro, a veces es amarillo claro. El material es tan fino que puedo ver su cuerpo a través de él. Pero nunca me muestro interesado por su cuerpo. Me lanzo en su persecución por una única razón: para matarla.

Después de evitar mi intento de cogerla, ella grita y corre colina abajo. Me lanzo nuevamente detrás de ella. Casi puedo tocarla con los dedos y percibo su olor. Su olor es una mezcla de perfume y sudor. Pero no hace que la desee. ¿Desearla cómo?, me pregunto. No lo sé. Sólo sé que quiero matarla.

Penetra en el bosque. Su pelo se agita detrás de ella. Trato de cogerlo y mis dedos rozan las puntas. Pero no puedo acercarme lo suficiente para asirlo. A través del bosque. El bosque está muerto. No hay vida en él, salvo la de la muchacha y la mía. ¿Por qué debiera haber vida?, me pregunto. ¿A qué clase de vida me refiero? Algunas palabras afluyen a mí. Pájaros. Insectos. Pequeños animales. Pero no hay señales de ellos. Sí, el bosque está muerto.

No importa. Acelero mi carrera. Delante de mí alcanzo a ver la corriente de agua. La muchacha la atraviesa velozmente y desaparece. Yo también intento cruzarla, aunque sé que no podré hacerlo. Como siempre, ni siquiera puedo introducir un pie en el agua.

Estoy exhausto, y los árboles se agitan furiosamente. Regreso trabajosamente a la colina y me las arreglo para llegar a mi cueva. Me arrastro hacia el interior. Hago un gran esfuerzo por no volver a dormirme y, por un momento, tengo éxito. Entonces las paredes parecen caer sobre mí y giran del mismo modo en que lo han hecho los árboles y mis últimos vestigios de lucidez acaban por desaparecer.

Hoy, después de haber perseguido a la muchacha infructuosamente, me las arreglo para permanecer despierto más tiempo que nunca.

«Hoy» es una palabra nueva en mi vocabulario, pero no es la más apropiada para aplicarla a los períodos de tiempo en que estoy despierto. Asocio la palabra «día» con un cielo luminoso y un sol elevándose en él, y campos y árboles y casas debajo. 

Pero no hay sol en el cielo que cubre el valle, y el cielo es siempre gris. Tampoco hay campos ni casas en el mundo que me rodea. El pequeño mundo en el que vivo, en cualquier lugar donde se halle, nunca cambia de un período de vigilia a otro.

Pero no puedo pensar en una palabra mejor que «día» para atribuirla a mis períodos de tiempo.

Mientras estoy en la cueva tratando de permanecer despierto, descubro súbitamente que conozco a la muchacha a quien deseo matar. Pero no puedo pensar en su nombre, y tampoco en por qué quiero matarla.

Después de haber perseguido a la muchacha hasta la corriente de agua y de que ella haya desaparecido, permanezco junto al agua y miro hacia la inasequible orilla. Un momento después descubro a alguien que, desde la otra orilla, me está mirando. Es un hombre delgado que lleva una camisa roja, pantalones color canela y botas negras. 

No lleva sombrero y su pelo es del mismo color castaño que el mío. Su rostro me resulta familiar. Lo he visto en otra parte... muchas veces. No dejo de mirarle y el otro hombre hace lo mismo, hasta que, finalmente, descubro que ese rostro es el mío, con la parte derecha y la izquierda invertidas como en un espejo, y que ese hombre soy yo.

Nuevamente la muchacha. Nuevamente la persecución a través del bosque. La miro cuando desaparece al otro lado del río. Desaparece en el mismo instante en que sus pies alcanzan la orilla opuesta. Alicia a través del espejo. Comienzo a recordarlo todo.

Me miro a mí mismo a través de la corriente de agua.

Ahora comprendo que mi valle es sólo la mitad del valle.

¿Hasta dónde se extiende a mi derecha y a mi izquierda? ¿Qué hay detrás de la colina donde se encuentra mi cueva?

Cuando regreso a la colina, subo hasta la cueva y no me detengo. Subo y subo y sigo subiendo. Finalmente me doy cuenta de que no estoy subiendo sino descendiendo. De pronto, llego a otra cueva. Miro hacia ella. No, no se trata de otra cueva, es mi cueva. Apenas tengo tiempo de arrastrarme hacia el interior antes de que el sueño me engulla.

Pienso en mis períodos de conciencia como sucesos diurnos. Pero, ¿lo son? Tal vez, entre uno y otro duermo durante varios días. No tengo forma de saberlo. Mis despertares dependen totalmente del capricho de la muchacha. Ella es la única capaz de devolverme a la vida. Me pregunto por qué lo hace. Seguramente ya sabe que vivo en la cueva. ¿Por qué, entonces, sigue subiendo la colina hasta aquí?

Parece sorprendida cada vez que me ve. ¿Acaso no recuerda mi existencia de una a otra visita? Aparentemente no, o de otra forma se mantendría alejada de la cueva.

Mis períodos conscientes son ahora más prolongados y aumentan su duración con cada despertar. Estoy tratando de salir del valle. Hoy, en lugar de regresar directamente a la cueva después de que la muchacha hubiese vuelto a huir a través del río, me volví hacia la derecha y eché a andar a través del valle. Caminé durante horas. 

Al cabo de un tiempo comprendí que pasaba debajo de árboles que estaba seguro de haber visto antes. Me aproximé a la ladera del valle. Un momento después, y a través de las ramas de un árbol, descubrí la negra boca de una cueva. Subí rápidamente la ladera en dirección a ella. La forma de la entrada me resultó familiar. Entré en ella. Sí, era mi cueva. El sueño se apoderó de mí.

No intentaré salir del valle caminando en la otra dirección. Sé que si lo hago acabaré regresando al punto de partida. Un término extraño me ha venido a la mente: «Cinta de Möbius.» Sí, una curvatura del espacio. Eso es el valle, una curvatura del espacio. Una cinta de Möbius tridimensional. Un cruel callejón sin salida del que me resulta imposible escapar y del que sólo la muchacha tiene la llave.

He recordado la comida. La gente come para poder sobrevivir. Soy una persona. ¿Por qué no necesito comida?

¿Por qué no necesito agua? Uno también necesita agua para sobrevivir.

¿Por qué nunca siento calor ni frío?

He recordado mi nombre. Ha venido a mi mente mientras perseguía a la muchacha a través de los árboles. Wishman. Charles Wishman.

Ese nombre hizo que otros nombres aparecieran en mi mente. John Ranch. Carl Jung. Immanuel Kant. Paul Cuiran. Janice Rowlin. Cheryl Wishman...

¿Acaso es Cheryl el nombre de la muchacha?

Ella lleva mi apellido. ¿Es posible que sea... mi esposa?

Me concentro en la palabra «esposa». Pasa un rato antes de que pueda comprender -recordar- su significado. Cuando logro recordarlo me siento confundido. Si Cheryl Wishman es mi esposa, ¿por qué quiero matarla?

Hoy, en mi afán por atrapar a la muchacha, me lancé hacia adelante y la cogí por las piernas. Pero, de alguna manera, logró escabullirse. Sus pies están descalzos y uno de ellos me golpeó en la garganta. Pero ni siquiera sentí el golpe.

Una vez de pie me echó una mirada por encima del hombro. Su rostro era una máscara de terror, pero alcancé a distinguir rasgos familiares debajo de esa máscara, y ahora sé positivamente que era mi esposa. ¿Era? ¿Por qué digo «era»? Ella debe de ser todavía mi esposa. Pero, si es mi esposa, ¿por qué quiero matarla? Finalmente la respuesta aparece claramente en mi mente: porque ella te mató a ti.

Pero es una respuesta equivocada. Ahora sé que ella me mató, pero no recuerdo cómo ni por qué; pero no es ésa la razón por la que deseo matarla. Quiero matarla porque ella espera precisamente eso.

Ahora estoy nuevamente de pie y persiguiéndola a través del bosque. Pero, como siempre, ella llega al río antes que yo, cruza la corriente y desaparece en la orilla opuesta.

Estoy sentado en el suelo de la cueva, pensando. Mis períodos de conciencia son cada vez más largos.

¿Por qué me mató mi esposa?

¿Por qué no estoy muerto?

Una nueva palabra aparece en mi mente. Endoanalista.

Es una palabra clave y revela mucho de lo que estoy intentando recordar.

Yo era un endoanalista. Estudié cuiranismo en la John Ranch School de Endopsicología. Abrí una consulta en Beech Street en la subciudad de Forestview, N.A. Compré una casa en la colina en las afueras de la ciudad y me instalé allí con mi esposa Cheryl. Teníamos muchos amigos. Organizábamos fiestas y asistíamos a las que organizaban nuestros amigos. Mi trabajo marchaba viento en popa. Durante la temporada de caza, Cheryl y yo solíamos cazar venados.

Pero no me es posible comprender/recordar qué significa cuiranismo.

Hoy la muchacha -no, la llamaré Cheryl, porque es Cheryl-, hoy Cheryl se cayó mientras huía colina abajo. Pero logró esquivarme cuando intenté cogerla y rodó por la ladera. Mientras me internaba en el bosque tras sus pasos me oí a mí mismo gritando la palabra «asesina» una y otra vez. Es como si ella hubiese puesto esa palabra en mis labios.

¡Ya lo tengo! Cuiranismo es la teoría de Paul Cuiran relativa a la naturaleza de los sueños.

De la naturaleza de la realidad.

Pero es algo más que una simple teoría. Hace mucho tiempo que la hizo realidad. Pero los analistas freudianos se han negado a aceptarla. Ellos siguen intentando dejar a Cuiran al margen de sus especulaciones.

Han sido incapaces de hacerlo.

A finales del siglo pasado, Cuiran combinó las propiedades de la estética trascendental de Kant y del inconsciente colectivo de Jung y comenzó a hablar de Espacio Luminoso y Espacio Oscuro. El Espacio Luminoso, afirmó Cuiran, es la realidad tal como la percibimos. El Espacio Oscuro es el reino de los sueños. Ambos, decía Cuiran, constituyen la cosa-en-sí kantiana, y ninguno de los dos posee tiempo ni, a pesar del nombre que se les aplica, espacio. Tiempo y espacio, sostenía él, son impuestos por el espectador.

Cuiran concentró sus esfuerzos en la investigación del Espacio Oscuro. Después de desarrollar una droga, a la que llamó cuirano, que servía para establecer un nexo emocional con ellos, Cuiran descubrió que podía entrar en los sueños de sus pacientes. Entonces se concentró en sus sueños recurrentes y comenzó a curarles destruyéndolos o cambiándolos. Se llamó a sí mismo endoanalista. En los Catskills, John Ranch, su discípulo más famoso, construyó la John Ranch School de Endopsicología.

Yo he entrado en miles de sueños.

Sueños recurrentes.

Un endoanalista competente no se preocupa de los sueños ordinarios. Incluso las llamadas pesadillas son inocuas. Es en los sueños obsesivos donde concentramos toda nuestra atención.

Los pacientes con sueños recurrentes acudían a mí. Yo penetraba en esos sueños y les curaba. Yo sé lo que es el Espacio Oscuro. Es muchas cosas si uno explora sus ramificaciones arquetípicas jungianas; pero para el endoanalista avezado no es más que lo que el soñador quiere, y su reloj es la mente del paciente. Invariablemente, los dos «niveles» de realidad de la cosa-en-sí están divididos por una barrera simbólica. Cuando el soñador despierta; él/ella pasa a través de esa barrera. El soñado nunca puede hacerlo.

Yo me encuentro ahora en el Espacio Oscuro. Pero no como endoanalista. Yo soy el soñado.

La mente soñante de Cheryl ha formado en el Espacio Oscuro un bosque que revierte en sí mismo, y una colina sin cima. Como barrera, ella usa una corriente de agua.

Ella me asesinó y ahora continúa soñando que yo me oculto en una cueva, esperando para matarla. Pero su mente durmiente sigue olvidando que estoy aquí e, ignorante de mi presencia, su yo soñante sigue subiendo la colina hasta mi cueva.

¿Por qué me asesinó?

¿Cómo?

No puedo recordarlo. Las paredes de la cueva parecen cernirse sobre mí cuando intento pensar. La boca de la cueva se oscurece. Justo antes de que los últimos rastros de conciencia desaparezcan, un relámpago de terror cruza mi mente. ¡Si ella no vuelve a soñar ese sueño estaré verdaderamente muerto!

Aquel día salimos de caza. Sí, ahora lo recuerdo.

Hace poco que Cheryl desapareció más allá de la corriente/barrera. Estoy sentado en el suelo de mi cueva.

Sí, aquel día salimos de caza.

Ella y yo.

El día es oscuro. Mis pensamientos me llevan más allá de él. Vuelvo a ser lo que era antes de mi asesinato. Un endoanalista. Estoy sentado en mi consultorio de Beech Street, escuchando el relato de los sueños de mis pacientes. 

Soy cada vez más rico. En los círculos profesionales se dice que mis honorarios son exorbitantes. Tal vez lo son. Pero si un médico no roba a sus pacientes, su prestigio profesional se verá resentido. En cualquier caso, lo que cobro está perfectamente justificado. 

Hube de pasar cinco largos años adquiriendo la experiencia que ahora poseo. Incluso con el cuirano, uno no se adentra alegremente en los sueños. Y cada sueño es diferente, y uno debe aprender del paciente qué es lo que habrá de encontrar antes de entrar en el sueño, y debes saber de antemano qué hay que hacer para destruir el sueño o para alterarlo de un modo tal que él o ella no vuelva a soñarlo y se cure de la enfermedad que le ha provocado el sueño.

¡Yo he entrado en esos sueños!

Una mujer camina por la calle. Ve un desfile de niños que se aproxima y se detiene para mirarlos. Ve que cada niño lleva una lanza. Cuando el centro del desfile llega junto a ella, el líder grita «¡Alto!» y los niños se detienen. «¡Vista a la izquierda!», grita el líder, y todos los niños se vuelven simultáneamente para mirar a la mujer. La mitad son niños y la otra mitad, niñas. 

Las niñas llevan uniformes de color rosa y los niños de color azul. Cada uno de ellos tiene una gran cruz dorada pendiente de una cadena de oro en torno al cuello. No hay sol, pero las cruces relucen como si el sol brillase en lo alto del cielo. «¡Falange!», grita el líder, y la segunda, cuarta y sexta líneas dan un paso hacia la derecha. «Cerrar líneas, bajar las lanzas y avanzar.» La falange se aproxima a la mujer mientras las puntas de las lanzas despiden destellos bajo la luz del inexistente sol. 

Aterrorizada, la mujer trata de alejarse de la compacta línea de lanceros, pero se ve acorralada contra el sólido muro de un edificio. Entonces trata de huir calle arriba, pero la falange le corta el paso. Yo me encuentro en un portal contiguo. Sabía lo que eran esos niños antes de entrar en el sueño. Esos niños eran los que ella hubiese dado a luz si no hubiera desafiado a la Iglesia tomando píldoras anticonceptivas. 

Yo sé que ella despertará antes de que los niños la alcancen, pero debo impedir que la mujer vuelva a tener ese sueño. Me quito el cinturón, camino hasta donde se halla la mujer, me apoyo sobre una rodilla y coloco a la mujer encima de la otra. Levanto su vestido, le bajo las bragas y comienzo a golpear sus nalgas desnudas con mi cinturón. 

Ella grita de dolor. La falange se detiene, los niños bajan sus lanzas y se echan a reír. Un momento después el sueño finaliza. Nunca más volverá a soñar lo mismo.

Un hombre joven está escalando un risco. No es un montañero y está verdaderamente aterrorizado. Ha alcanzado una zona del risco desde la que no puede encontrar ningún asidero. Su situación es precaria y, en breves momentos, caerá al vacío. Entonces se despertará. 

A partir de su descripción de este sueño recurrente he deducido que el risco es la universidad en la que está realizando un curso de medicina, y he llegado a la conclusión de que no ha obtenido las calificaciones necesarias para convertirse en médico. No puede llegar más alto porque no desea llegar más alto, y es precisamente esta situación la que debe admitir.

Yo me he colocado a una considerable distancia por encima de él y ahora le lanzo una cuerda.

-Debe deslizarse hacia la derecha -le grito-. Ahí hay un saliente.

Coge desesperadamente la cuerda, se impulsa y realiza un movimiento pendular hacia el saliente. Se trata de un saliente de gran tamaño y desde ahí parte una gran fisura que conduce a la cima del risco. De modo que ahora, en lugar de despertarse, termina de escalar el risco. 

Se trata de una ruta tan sencilla que el joven comprende que ésa es la forma lógica de llegar a la cima y que debe abandonar la ruta anterior, aun cuando el nuevo camino le lleve a una cumbre diferente.

Cuando llega a la cima, se siente encantado con la vista y liberado de su atolladero.

¡Qué sueños!

Yo acostumbraba a entrar en muchos de los sueños de mi esposa.

La había perseguido otra vez y luego había regresado a mi cueva. Cuando desperté tuve la sensación de que había dormido durante siglos.

A1 principio entré en sus sueños sólo por curiosidad. Solamente deseaba saber qué soñaba. Tomaba una dosis de curiano antes de meterme en la cama y luego, acostado junto a ella en la oscuridad, deslizaba mi yo soñante dentro de su mente.

Sus sueños eran muy simples y me aburrían. Pero yo ya estaba aburrido. De ella. Y me irritaba descubrir que era tan inocente como parecía.

Su simplicidad siempre había sido una afrenta a mi inteligencia. Me colocaba en situaciones comprometidas en las fiestas al hablar en el momento menos oportuno, al reírse cuando no debía hacerlo o al no reír cuando debía hacerlo. Y además estaba aquella situación mía con Janice Rowlin. 

Todos mis pacientes eran ricos -debían serlo para permitirse el lujo de acudir a mi consulta-, pero Janice era obscenamente rica. Sus padres habían construido un castillo junto al Hudson. A1 igual que muchas de mis pacientes, Janice se había enamorado de mí. Era sólo una chiquilla y un día heredaría la inmensa fortuna de sus padres. Pero el dinero no era lo único que la volvía fascinante. Era sofisticada, culta, inteligente... todo lo que Cheryl no era. 

Deseaba casarme con ella, pero Cheryl era una mujer chapada a la antigua y yo sabía que tendría que librar una verdadera batalla para que me concediera el divorcio y temía que la publicidad afectara a mi profesión.

Hay dos formas diametralmente opuestas que un endoanalista puede escoger para matar a alguien. Puede hacerlo desde fuera... o desde el interior.

Cheryl soñaba a menudo con agua. Ella soñaba que estaba en la orilla del mar y veía que una enorme ola se aproximaba a la playa. Una tsunami. Ella echaba a correr. Yo hacía que tropezara, aumentando así su angustia. Se arrastraba por la arena, rodaba sobre sí misma y veía que la ola estaba prácticamente sobre ella y gritaba. 

También me veía a mí pero yo pensaba que simplemente creía que soñaba conmigo. Cheryl se ponía de pie y echaba a correr nuevamente sin dejar de gritar. Por supuesto, se despertaba antes de que la ola la alcanzara. Entonces se acurrucaba junto a mí, gimoteando durante un rato antes de volver a dormirse.

Otro sueño recurrente de Cheryl era uno que supuse que se trataba de un sueño infantil. En realidad no se puede decir que era un sueño recurrente en el sentido usual del término, porque no le provocaba ningún malestar psicológico. De hecho, antes de que yo pudiese entrar en él, el sueño la aliviaba.

En el sueño aparecía su osito. Ella era apenas una niña y entraba en un cuarto de niños cuyas paredes estaban empapeladas con dibujos de juguetes y cajones de arena, columpios y caballitos, y buscaba su osito. Al no encontrarlo se asustaba. Lo buscaba por todas partes. Debajo de la cama, debajo del ropero, en el armario, detrás de las cortinas. 

Finalmente, lo encontraba debajo de la almohada de su pequeña cama, lo abrazaba con fuerza y se acostaba en la cama sin soltarlo, y, cuando se dormía, se encontraba durmiendo en su verdadera cama junto a mí. A la mañana siguiente se despertaba radiante y feliz y cantaba una de sus canciones favoritas mientras se vestía.

Las primeras veces que entré en su sueño me mantuve alejado de su punto de observación y ella ignoraba que me encontraba allí. Entonces, una noche, la seguí hasta la pequeña habitación y, después de que hubo encontrado el osito, se lo quité de los brazos y le arranqué los ojos. Luego se lo devolví y ella permaneció sollozando sobre la cama. Cuando el sueño terminó pude oír cómo lloraba junto a mí en la oscuridad.

Arranqué los ojos del osito en sucesivos sueños y luego cambié de táctica. Ahora, cuando le quitaba el osito, lo cogía de una pata y le golpeaba la cabeza contra la pared. Cada vez que yo hacía esto, Cheryl se despertaba profiriendo alaridos. Lo repetí una y otra vez. 

En todos esos sueños yo me convertía en un viejo con una gran nariz en forma de gancho y pequeños ojos malignos, y estaba seguro de que ella creía que el viejo no era más que otro elemento perverso añadido al sueño. Pero me traicioné a mí mismo al entrar en sus sueños de agua con mi verdadera identidad. 

Las mañanas que seguían a los sueños del osito, Cheryl despertaba con los ojos hinchados y el rostro macilento. Durante el desayuno sólo bebía una taza de café. Creo que no probaba bocado en todo el día. A medida que transcurría el tiempo, Cheryl se volvía cada vez más delgada. Se hundía progresivamente dentro de sí misma. Yo estaba seguro de que acabaría matándose. Pero no lo hizo. Me mató a mí.

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