Ensayo a mi madre - Sivela Tanit

Mi madre fue la mujer más maravillosa del mundo. Puedo comenzar así, pero yo sé que no es cierto, porque la madre de cada uno de nosotros fue la más maravillosa del mundo. Así que seré más realista y quiero aprovechar que tengo la capacidad de describir a mi madre en una sola palabra: aguantadora (para bien y para mal).

Aguantó decepciones, dolores, partos, amenazas, miedos, pérdidas, a sus hijos, un matrimonio que torció su camino, un marido irresponsable, trabajar toda su vida, el amor de sus hijos, el amor de sus nietos, su cansancio, su vejez, sus enfermedades… el peso del mundo.

Mi madre fue un enorme bloque, siempre de pie, firme y en sus momentos de flaqueza, (pues fue una persona muy sensible) sólo se rajaba ese bloque, a veces se le caían moronas y se convertían en guijarros que su enorme orgullo hacía a un lado, a veces, ese mismo orgullo recogía los guijarritos y los pegaba con saliva, de regreso a su gran monolítico bloque.

A veces nos contaba sobre su infancia, y me encantaba oírla porque ella, era una gran narradora, su voz y sus flexiones en la voz hacían que sus palabras fueran interesantes. Recuerdo que una ocasión, para la escuela me dejaron de tarea escribir una historia familiar, de mi madre yo recordaba dos o tres historias muy interesantes, así que fui a la cocina y le pedí que me las contara, así lo hizo, recuerdo que tomé nota  hasta copie algunas de sus expresiones. Y cuando leía mis apuntes, su voz quedó allí, tatuado en mi cerebro y taladrado en mi memoria auditiva. Ella estaba allí.

Desde niña siempre la vi como una mujer firme y fuerte, sólo es hasta ahora de adulta, que me doy cuenta que en realidad era una mujer frágil y sensible, a quien las circunstancias de la vida la llevaron a tornarse en lo que yo conocí. Mis hermanas mayores, me imagino, conocieron más a mi madre. Quizás ellas vieron más esa parte sensible, yo no. A mí me tocó vivir la madre luchona, trabajadora, madre soltera con un marido inútil, me tocó vivir el enojo, la decepción. Siempre pienso que cada uno de mis hermanos y hermanas tuvo una madre diferente.

De la biografía de mi madre sólo tengo lo que ella me contó, no tengo tíos o parientes a quienes pudiera preguntarle sobre ella. A mi abuela materna María no la conocí, murió quizá cerca de nueve años antes de que yo naciera, mi abuelo materno Víctor falleció aproximadamente 35 años después que mi abuela. Por supuesto que lo conocí, pero nunca me aproximé a él. Tengo dos tíos vivos mayores que mi madre, pero con una se rompió la relación hace tanto que en realidad es una completa desconocida, mi tío, el mayor de los hermanos es muy grande de edad y divaga enormemente. De mi tío sólo puedo citar un adjetivo para mi madre: Era una cabrona. Una sentencia dura, tajante e inamovible. 

La infancia de mi madre es desde mi perspectiva y jugando a los adjetivos inapelables: incomprendida. Por supuesto, que yo no tengo más que la referencia de mi madre, no puedo confirmar si era así o no. Esto nace por una enfermedad física que ella presentaba. Comentaba que de la nada, estando parada se desvanecía. Desmayada. Los doctores nunca supieron darle nombre a su padecimiento, sólo decía que no tenía nada. Y así con la nada siguió creciendo y desmayándose, por precaución no la dejaban salir mucho.

Una vez nos contó que se desmayó y su familia llegó a pensar que seguramente estaba fingiendo, así que la nalguearon, pero hablo de las nalgadas del siglo XX, fuertes, firmes, con la mano marcada en los glúteos. Para su sorpresa no se despertó, así que decidieron que ella no fingía. Por supuesto que se despertó y entonces sí sintió el residuo de esos golpes. Y aquí es donde yo pienso que la ignorancia es brutal, después de fallecida mi madre, descubrimos que ella padecía una enfermedad hereditaria llamada Síndrome Síncope Congénito. Lo cual, a su vez, me sorprende, porque su corazón aguantó cuatro partos, una operación de cadera, varias caídas fuertes, huesos fracturados y simbólicamente su corazón roto.

También nos contaba de los deberes que le correspondían, lavar el patio todos los días, asear la casa y vivir con la diabetes de mi abuela, mi abuelo fue un personaje deambulante, se convirtió en pastelero y consiguió un trabajo en Ferrocarriles Nacionales, por lo tanto viajaba mucho al año. Era un hombre trabajador y responsable, pero a veces se iba por meses y no enviaba dinero a su casa, entonces estaban en apuros económicos para pagar la renta y comer.

Una de mis historia favoritas era que a su casa llegaba de visita una ancianita blanca como la nieve, peinada con su larga trenza blanca, era pariente de mi abuela, llegaba de Michoacán y les llevaba suficiente pinole para llenar una olla tamalera. A mi madre le gustaba el pinole y lo llevaba a su escuela, allí sus compañeras le pedían y a ella se le ocurrió venderlo, ponía un poco en pequeños cucuruchos y lo daba a 5 centavos, esto pasaba por la década de 1950. Con el dinero que ganaba compraba timbres con los que llenaba una planilla, era algo que se acostumbraba en su escuela, eso lo hacía con la maestra, al final del año escolar se les daba a los padres el dinero que habían ahorrado en todo el curso escolar.

Con la venta del pinole pudo comprar muchos timbres, cuando terminó su curso la maestra no le quiso dar el dinero a mi mamá, dijo que era mucho y tenía que dárselo a sus papás. Mi madre obedeció, mi abuela estaba escéptica, no se explicaba cómo era posible que por unos cuentos pesos la hicieran ir. Su sorpresa fue enorme cuando la felicitaron porque su hija era una excelente ahorradora. Llegó a juntas algo así como 20 pesos (casi millonarios) por supuesto que cuando le preguntaron a mi mamá de dónde había salido todo… pues ya no había nada de pinole para cocinar.

La escuela a la que fue mi madre todavía existe, es la Primaria Benito Juárez ubicada en Jalapa 272, colonia Roma Sur. Asistía por la tarde y nos describía que estaba dividida en dos secciones, una para niños y otra para niñas. Una reja los separaba. Decía que ella llevaba una pequeña canasta y a veces las de sexto grado la usaban como correo entre ellas y los muchachos, le daban las cartas que escondía en su canastita y con su manita las pasaba entre la reja, mi madre les cobraba con dulces u otra cosa esos favores.

Mi madre siempre me pareció muy astuta y hábil en el comercio, entre otras cosas. No sé bien que habrá pasado con aquellas habilidades, cuando uno está fuera del contexto de la vida se le hace muy fácil ver todo el éxito que la persona pudo llegar a tener, pero no es fácil tener esa capacidad estando sus zapatos. Extraño a mi madre, cada día desde su fallecimiento la extraño. Con todo y sus defectos la echo de menos. Mi madre no fue maravillosa, ella simplemente fue un humano que me enseñó de límites, cambios, errores, aciertos. Ella sólo fue una persona aguantadora.

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