Los Brown no tienen baño - Margot Bennet

Antes de que el agente de bienes raíces tuviera tiempo de parpadear, se encontró con que había alquilado la casa a la señora Brown. Esta la aceptó, sin verla, y firmó un contrato de arrendamiento por diez años. Mientras regresaba al cuarto sótano en el que ella y su marido vivían en aquellos momentos, la mujer depositó una libra en el sombrero de un artista que pintaba en la acera. Para la señora Brown, aquella libra marcaba el final de un año de esfuerzos por ocultar su furiosa desesperación tras una fachada de despreocupada y casi aristocrática serenidad. Ahora, al fin, había encontrado un hogar.
Al abrir la puerta delantera de su nueva casa, la mujer se sintió como Robinson Crusoe echando el primer vistazo a los que iban a ser sus dominios. El sol habría dado de lleno sobre el feo mosaico del vestíbulo de no ser por los turbios y policromos cristales de la galería. El suelo de ésta era de ladrillos, lo cual permitía que en ella se pudieran poner macetas.
-Una preciosa casita –dijo Charles, con leve tono dubitativo.
El cerebro de la señora Brown trabajaba afanosamente.
-Si compramos una alfombra de segunda mano, desde luego, podremos cubrir esas baldosas.
-¿Y cómo taparemos la vía del tren que pasa bajo la ventana del dormitorio? - preguntó Charles.
La mujer abrió una puerta de color amarillo y atisbó escaleras abajo.
-¡Charles! - dijo, excitada -. ¡Aquí hay un baño! Ambos examinaron el cuarto.
-No es muy práctico - admitió ella.
-No -dijo Charles-. Pero supongo que uno puede zambullirse desde el primer escalón de arriba y, al salir, secarse en el recibidor.
Greta corrió al piso de arriba.
-¡Mira! -llamó -. Aquí hay una habitación que, en realidad, no vale para nada. ¿No crees que podríamos trasladar el baño a este piso?
-No conseguiríamos que nadie nos lo hiciera hasta, por lo menos, dentro de seis meses.
-¡Qué tontería! Podemos hacerla nosotros mismos. Cortamos el agua, trasladamos el baño, telefoneamos a la compañía de agua y a la del gas y decimos que nuestro baño no está conectado. Entonces tendremos prioridad. Podemos hacer el trabajo con cuerdas.
-Empiezo a comprender el motivo de que esta casa estuviese por alquilar - refunfuñó Charles.
Greta dijo que había pensado explicarle el motivo de aquello. La casa perteneció a un hombre llamado Smith, cuya esposa le había dejado por otro. Al menos, eso decían los vecinos. Fuera como fuese, el caso es que la mujer había desaparecido y, siempre según decían los vecinos, su esposo quedó tan acongojado que no pudo soportar el vivir allí por más tiempo.
-Me sorprende que lo soportase alguna vez. ¿No te parece que esta casa tiene un olor muy raro?
-Probablemente, sólo son las ratas - dijo ella, con un chispazo de su viejo humor -. Mañana empezaré a fregar los suelos. Tenemos que comprar pintura para esas horribles paredes. Debes ponerte en contacto con los de los almacenes, y con los de la luz, el agua y la electricidad. También está lo de la oficina de suministros, y hemos de encontrar algún carbonero que nos acepte en su lista. ¿Crees que encontraremos a alguien que nos arregle esa ventana rota? Procura comer bien durante el día. Por las noches, sólo tendremos pan y margarina. Y no te olvides de comprar veneno para ratas. .
Durante los treinta días que siguieron, fue como si sus vidas hubieran sido guiadas por un loco. Dedicaban una parte del día a patéticas llamadas a los funcionarios de las compañías de gas, electricidad, teléfonos, suministros y combustibles; la otra parte la invertían en tratar de adquirir cosas que no había en existencia. Por las noches, fregaban los suelos, pintaban las paredes y comían pan con margarina. Todos sus amigos les decían que eran muy afortunados, y les preguntaban si podían arrendarles alguna habitación.
El desagradable olor que habían alquilado con la casa no disminuyó. Charles dijo que la señora Smith no había huido en busca de una aventura amorosa, sino para escapar de aquella pestilencia.
El señor Brown también descubrió que era imposible abrir los grifos del baño sin quitarse los zapatos y meterse dentro de la bañera. Y, cuando lo hubo hecho, se encontró con que el agua había sido desconectada. Estuvo de acuerdo con su mujer en que debían trasladar el baño al primer piso.
Tardaron cuatro horas en subir la bañera escaleras arriba; parte de ese tiempo lo invirtieron en darse consejos contrapuestos en cada recodo. De todas maneras, el trabajo fue lo bastante fatigoso como para hacer creer a Charles que su corazón se había resentido. Se sentó, tembloroso, en el borde de la bañera, mientras Greta iba a preparar té.
La mujer volvió al piso de arriba con las manos vacías, y permaneció callada tanto tiempo que su marido comenzó a sentirse nervioso.
-Creo que deberías echar un vistazo al cuarto de baño - dijo Greta, con un hilo de voz. Y aclaró -: No a éste, sino al de abajo.
Las latentes sospechas de Charles asomaron a la superficie mientras miraba a su mujer. Esta hizo un ademán de asentimiento:
-Ahora que hemos quitado la bañera, me he dado cuenta de que las baldosas que había debajo están sueltas. He levantado una... Lo mejor será que vayas a verlo.
Charles se dirigió a la planta baja. Su mujer le condujo hasta el sitio donde había estado la bañera. Efectivamente: las baldosas, en aquel lugar, habían sido levantadas y vueltas a poner. Se trataba de un trabajo bastante chapucero.
-Ese es el motivo de que los grifos estuvieran desconectados - dijo Greta, detrás de su marido -. La bañera había sido ya levantada con anterioridad y vuelta a colocar. Mira debajo de esa baldosa.
Charles lo hizo. Al enderezarse, su cara tenía un leve matiz verdoso. Acompañó de nuevo a su mujer al piso de arriba. Durante varios minutos, ninguno de los dos habló. Pensaban en agentes de bienes raíces, tiendas de muebles, empleados del gas y la electricidad, oficinas de suministros y combustibles, carpinteros, albañiles, botes de pintura, cantidades de pan y margarina. Recordaban la vida tranquila que habían llevado, sin perjudicar nunca a nadie. Meditaban sobre lo imposible que resultaría, tal como estaban las cosas, encontrar otra cosa en Londres.
Charles permanecía rígido y silencioso. Deseaba que no se le pidiese nunca que se levantara, que hablase, que hiciera algo. Por desagradable que fuera este momento, ansiaba que durase toda la vida, que no fuera seguido por ninguna clase de futuro.
-¿Crees que las tiendas estarán cerradas? - preguntó Greta -. Podríamos conseguir cemento. O algún material aislante que sea compacto. Creo que los trabajos como ése deben hacerse de forma adecuada. - Se alisó los cabellos y susurró -: Prepararé té mientras tú vas por el cemento.
Aquella noche, cuando acabaron con el resto del trabajo, volvieron a trasladar la bañera a la planta baja.
A los vecinos les intrigó el ruido, pero nunca se enteraron de la causa que lo había producido. Eso fue una suerte, ya que si a los oídos del señor Smith hubiera llegado algún rumor, se hubiera sentido enormemente inquieto.
La señora Smith, no. Ella estaba más allá de toda inquietud.

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