Las imprudentes plegarias de Pombo el Idólatra - Lord Dunsany

Pombo el idólatra había dirigido a Ammuz una súplica sencilla, indispensable, de esas que incluso un ídolo de marfil podía conceder con suma facilidad, y Ammuz no la había concedido inmediatamente. Luego, Pombo había rezado a Tharma pidiendo el derrocamiento de Ammuz, un ídolo simpático a los ojos de Tharma, y al hacerlo violó el protocolo de los dioses. Tharma rehusó conceder la petición. 

Pombo suplicó desesperadamente a todos los dioses de la idolatría, pues aunque se trataba de un asunto sencillo, era indispensable para él. Dioses más antiguos que Ammuz rechazaron las plegarias de Pombo, e incluso dioses más recientes y por tanto de mayor reputación.

Les suplicó uno a uno y todos rehusaron escucharle. Al principio él ni siquiera pensó en aquel sutil protocolo divino que había violado. Se le ocurrió de repente mientras rezaba al quincuagésimo ídolo, un diosecillo verde jade conocido de los chinos, contra el cual se habían aliado todos los demás ídolos.

Cuando Pombo descubrió esto sintió amargamente haber nacido y se lamentó, alegando que estaba perdido. Podía vérsele entonces en cualquier parte de Londres frecuentando tiendas de antigüedades y otros lugares donde venden ídolos de marfil o de piedra, ya que residía en Londres con otros de su raza aunque había nacido en Burmah y era de los que consideran sagrado el Ganges. 

En las tardes lluviosas del peor noviembre podía verse su rostro macilento en el resplandor de cualquier tienda pegado completamente al cristal, suplicando a algún apacible ídolo cruzado de piernas, hasta que la policía le hacía circular. Y después de la hora de cierre se iba de nuevo a su sórdida habitación, en esa parte de nuestra capital donde raramente se habla inglés, a suplicar a pequeños ídolos que poseía. 

Y cuando la sencilla e indispensable súplica de Pombo fue igualmente rechazada por los ídolos de museos, salas de subasta y tiendas, entonces consultó consigo mismo y compró incienso, y lo quemó en un brasero frente a sus propios ídolos baratos, y mientras tanto tocó un instrumento como los que utilizan los encantadores de serpientes. Y los ídolos seguían aferrándose a su protocolo.

No sé si Pombo conocía este protocolo y lo consideraba frívolo frente a su exigencia; o si ésta, cada vez más apremiante, trastornó su mente; mas lo cierto es que Pombo el idólatra cogió un palo y súbitamente se volvió iconoclasta.

Pombo el iconoclasta abandonó inmediatamente su casa, dejando que sus ídolos fueran barridos por el polvo mezclándose así con el Hombre. Fue a ver a un archiidólatra de fama que esculpía ídolos en piedras poco corrientes y le expuso su caso. 

El archiidólatra, que creaba sus propios ídolos, reprochó a Pombo en nombre de la Humanidad por haber roto sus ídolos. "Pues, ¿acaso no los ha hecho el hombre?", dijo. Y en cuanto a los ídolos mismos habló larga y doctamente, explicándole el protocolo divino, que Pombo había violado, por lo que ningún otro ídolo escucharía sus súplicas. 

Cuando Pombo oyó esto lamentó y protestó amargamente, y maldijo a los dioses de marfil y a los dioses de jade, y a la mano del Hombre que los había hecho, mas sobre todo maldijo su protocolo, que había arruinado, según dijo, a un inocente. 

De manera que, finalmente, aquel archiidólatra que hacía sus propios ídolos interrumpió su trabajo de un ídolo de jaspe para un rey que estaba harto de Wosh, y tuvo compasión de Pombo, y le dijo que, aunque ningún ídolo escucharía sus plegarias, no muy lejos de allí actuaba cierto ídolo de mala reputación que no sabía nada de protocolos y aceptaba plegarias que ningún otro dios respetable hubiera consentido en escuchar. 

Cuando Pombo oyó esto, tomó dos puñados de la barba del archiidólatra y los besó alegremente, y enjugó sus lágrimas y volvió a ser el mismo impertinente de siempre. Y el que esculpía en jaspe al usurpador de Wosh explicó que en la aldea del Fin del Mundo, en el extremo más alejado de la Ultima Calle, hay un hoyo que podría tomarse por un pozo, rodeado por la tapia del jardín, y que, si descendía hasta su mismo borde y buscaba a tientas con los pies, encontraría un saliente, que es el último peldaño de un tramo de escaleras que conduce a los confines del Mundo.

-Como todos los hombres saben, esas escaleras deben tener un destino o incluso un peldaño final -dijo el archiidólatra-; mas discutir acerca de los tramos inferiores es perder el tiempo.

Entonces a Pombo le castañetearon los dientes, pues temía la oscuridad; mas el que fabricaba sus propios ídolos le explicó que aquellas escaleras estaban siempre iluminadas por el pálido crepúsculo azulado en el que el Mundo gira.

-Entonces -dijo- pasarás cerca de la Casa Solitaria y bajo el puente que conduce de la Casa a Ninguna Parte, cuya utilidad no se adivina; desde allí dejarás atrás a Maharrion, el dios de las flores, y a su sumo sacerdote, que no es ni pájaro ni gato; y de esa manera llegarás al idolillo Duth, el dios de mala reputación que hará caso de tu plegaria.

Y siguió esculpiendo su ídolo de jaspe para el rey que estaba harto de Wosh; y Pombo le dio las gracias y se marchó cantando, pues en su vulgar mente pensaba que "tenía consigo a los dioses".

Hay un largo trecho desde Londres al Fin del Mundo, y a Pombo no le quedaba dinero. No obstante, en un plazo de cinco semanas estaba paseando por la Ultima Calle, aunque no diré cómo consiguió llegar hasta allí, ya que no fue de una forma completamente honrada. 

Pombo encontró el pozo al final del jardín, más allá de la última casa de la Ultima Calle, y mientras se descolgaba del borde con las manos cruzaron por su mente innumerables pensamientos, principalmente el que afirmaba que los dioses se reían de él por boca del archiidólatra, su profeta, y ese pensamiento se le metió en la cabeza hasta dolerle tanto como las muñecas... y entonces encontró el peldaño.

Pombo bajó las escaleras. Allí estaba, efectivamente, el crepúsculo en el que el mundo gira, y en él las estrellas brillaban débilmente a lo lejos.

Mientras bajaba no había nada ante él excepto aquel extraño y melancólico derroche de crepúsculo, con su multitud de estrellas, y sus cometas precipitándose al exterior a través de él o volviendo a casa. Luego divisó las luces del puente hacia Ninguna Parte y, de pronto, se encontró con el fulgor de la reluciente ventana del salón de la Casa Solitaria, y allí oyó voces que pronunciaban palabras, y las voces de ninguna manera eran humanas, y de no ser por su imperante necesidad habría gritado y huido. 

A mitad de camino entre las voces y Maharrion, al que ahora veía sobresaliendo del mundo, cubierto de halos irisados, divisó a la misteriosa bestia gris que no es ni gato ni pájaro. Mientras Pombo vacilaba, tiritando de miedo, oyó que las voces de la Casa Solitaria subían de tono, y en eso descendió sigilosamente unos cuantos peldaños y se abalanzó contra la bestia. La bestia observaba atentamente a Maharrion, el cual lanzaba burbujas hacia arriba, cada una de las cuales era una estación primaveral en desconocidas constelaciones, y llamaba a las golondrinas hacia inimaginables parajes. Le observaba sin volverse siquiera para mirar a Pombo, y le vio caer en el Linlunlarna, el río que nace en los confines del Mundo, cuya corriente depura el polen dorado que es arrebatado al Mundo para convertirse en la alegría de las Estrellas. 

Y allí estaba delante de Pombo el idolillo de mala reputación a quien nada importa el protocolo y el cual atiende las plegarias rechazadas por la totalidad de los dioses respetables. No sé, ni eso le importa a Pombo, si finalmente su visión de aquél excitó su impaciencia, o si fue su misma necesidad, superior a cuanto podía soportar, la que le condujo escaleras abajo tan velozmente; o si, como es más probable, pasó corriendo junto a la bestia demasiado deprisa; mas, en todo caso, no pudo detenerse, como era su propósito, a orar a los pies de Duth, sino que siguió bajando a la carrera los angostos peldaños, agarrándose a las peladas y lisas rocas hasta caerse del Mundo, como caemos en sueños, cuando nuestro corazón deja de latir y despertamos con un espantoso susto. Mas no hubo despertar para Pombo, el cual todavía sigue cayendo hacia las indiferentes estrellas, y su destino es el mismo que el de Slith.

 

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