Los niños y la literatura de horror - Ricardo Bernal

Sólo los niños conocen el horror
Nunca olvidan que debajo de su piel
está escondido un esqueleto

NESTOR ZENER


Pregúntale a cualquier niño acerca de los Olmecas o la Revolución Mexicana y seguramente habrá olvidado la lección; pregúntale acerca de Drácula, Frankenstein o el hombre lobo y te hablará, emocionado y sin titubear, de estos y otros monstruos. Y no es que una cosa sea mejor que otra, sino que lo no obligatorio, lo que estimula la imaginación de una manera interesante y entretenida es más fácil de guardar en la memoria. Nada como el horror para estimular la imaginación.

A los ojos de los adultos es más práctico simplificar el mundo, las cosas son como son y en honor a la paz mental resulta preferible no cuestionarse acerca de la muerte, el dolor o el más allá. Para un niño esto no tiene por qué ser así forzosamente: el cristo malherido que cuelga en la recámara de mamá es terrible y monstruoso, al igual que la sonrosada cabezota de cerdo que descansa en la vitrina del carnicero o la puerta entreabierta del desván. Entre más sensible sea un niño, más miedo le causará la oscuridad y más afilados serán los colmillos del monstruo que vive en el clóset. Sin embargo, es sabido que detrás del miedo está la curiosidad y el obsesionante empeño en dar una explicación razonable a lo desconocido. La niñez viene a ser el equivalente psíquico a ese tiempo primordial en que la humanidad trataba de explicarse el origen del universo a través del mito. Si revisamos estos mitos, veremos que están repletos de escenas monstruosas y terribles. Según la psicología junguiana, esto explicaría la fascinación que tiene el hombre por lo grotesco: hay una búsqueda de trascendencia y control sobre la naturaleza a través de exorcizar los demonios que conforman nuestra sombra, es decir, la parte irracional de la psique humana. Cuando un niño disfruta del horror en una película o en un libro, está enfrentándose a los propios miedos que le acechan al apagar la luz y de alguna manera comprende que el temor es parte incuestionable de su naturaleza, es una forma de aprender que no se trata de no sentir miedo sino de controlar los efectos que le produce. Sin embargo, uno de los grandes prejuicios acerca de permitir a un niño leer ese género literario consiste en creer que se convertirá en un ser violento o despiadado como resultado de la influencia de la lectura, sin ver que lo que crea personalidades antisociales no son los libros sino las experiencias de violencia dentro de la vida cotidiana.

Otro prejuicio al respecto, es creer que la inocencia es traducible como ignorancia total. Mucha de la que se considera literatura apta para el público infantil parece destinada a fomentar la pereza mental y la simpleza de pensamiento. Incontables escritores de cuento para niños se dedican a inventar anécdotas facilonas en total insulto a la inteligencia de sus lectores, como si ser niño significara por ende, ser estúpido. En gran medida esta actitud es parte de un triste legado que parece llegar directo desde la época victoriana, en que los editores se aplicaron a retraducir los cuentos de hadas, descendientes de una riquísima tradición de narrativa oral y que en un principio fueron concebidos más bien como fábulas aleccionadoras que buscaban elogiar valores como la honestidad, la generosidad y la compasión. Los victorianos, en su feroz cruzada por la moral y las buenas maneras, mutilaron estas exuberantes historias purgándolas de cuanta escena violenta o ajena al buen gusto había en ellas de acuerdo a su criterio. Al parecer olvidaron que no puede ensalzarse el bien sin tener a la vista al mal como contrapunto necesario. Es curioso observar que, como fenómeno paralelo, en la misma época victoriana, dentro del rubro de literatura adulta se crean muchas de las grandes obras de horror como Drácula, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Otra vuelta de tuerca, El retrato de Dorian Gray, y todos los cuentos de fantasmas que instituyen la manera clásica de hablar de aparecidos. Casi como fenómeno social, estos autores realizan la tarea que su época se negaba a cumplir, alguien tenía que seguir exorcizando a los demonios. Más tarde, el género horrorífico se convertiría en un buen negocio en las revistas, el cine y la televisión, y sus destinatarios serían generalmente el público infantil o adolescente.

A lo largo de los años que llevo enseñando literatura fantástica y de horror, he constatado que muchos de los lectores adultos comenzaron leyendo, de niños, obras no consideradas infantiles: los libros de H. P. Lovecraft, Ray Bradbury, Stephen King, los cuentos de Edgar Allan Poe y Horacio Quiroga, etc. Todas ellas, obras que no suelen formar parte de programas escolares y que más que retratar la realidad se ocupan de crear mundos extraños, siniestros e inquietantes. De alguna manera, el proceso de lectura se convierte así en una forma de satisfacer la imaginación y, al mismo tiempo, de aprender a dirigirla. Entrar voluntariamente al miedo y salir de él a través de la lectura, resulta una manera constructiva y eficaz de controlarlo.

En conclusión, un niño sensible a la lectura debe ser considerado lector a secas, independientemente de su edad. Como cualquier lector, se guiará por sus gustos y responderá a lo que le atrae, le interesa o le estimula la fantasía. Y es un hecho que pocos géneros estimulan tanto la fantasía como la literatura de horror. Alguien que responde al llamado de la lectura y se ve fascinado por ella continuará estándolo de manera permanente; y alguien que se acerca a los libros corre un solo riesgo: alejarse, tal vez para siempre, de la ignorancia y la insensibilidad.

Comentarios

  1. Muy buenas tus palabras. Te escribo desde Uruguay. Acá autores como Quiroga y Bradbury están en los programas educativos de secundaria, pero de igual manera lo fantástico y la ciencia ficción son considerados géneros menores. Soy Profesor de literatura, estoy buscando marco teórico sobre los niños en la literatura de terror actual, o análisis de la obra de Stephen king. Alguna recomendación? Un abrazo.

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  2. Maravillosa reflexión que comparto totalmente. En Sevilla, España, desde la compañía de Teatro familiar Teatrasmagoria, tratamos de volver a hacer llegar a los niños esas historias de fantasmas y monstruos que poco a poco se van perdiendo en estos tiempos. Desde el más profundo respeto al texto original y en la medida de lo posible teniendo en cuenta que se trata de adaptación teatral. Reciba un cordial saludo.
    Néstor Barea

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  3. Buena reflexión me gusta la forma de pensar

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