Poseídos por demonios - Catherine Crowe

 De todos los ámbitos de la brujería y lo sobrenatural a los que he dirigido mi atención, el de la «posesión demoníaca» es quizá el que despierta mayor fascinación. Muchos médicos alemanes sostienen que hoy en día siguen dándose casos de auténtica posesión, y son varios los trabajos publicados en su lengua sobre la materia; además, creen que el magnetismo es el único remedio, y desechan los demás por resultar, según su parecer, del todo inútiles. 

De hecho, consideran la posesión un estado magnético-demoníaco, en el cual el paciente está en comunicación con espíritus perversos o malévolos. Afirman que, si bien se trata de un mal poco frecuente, aflige a ambos sexos y a todas las edades, y es un grave error suponer que ha cesado desde la resurrección de Cristo, o que la expresión «poseído por el demonio», utilizada en las Escrituras, hace referencia simplemente a quien padecía locura o convulsiones. 

Los griegos conocían bien esta enfermedad, que no es contagiosa, y, en época más reciente, Hofman recogió varios casos que han quedado probados fuera de toda duda. Destacan como síntomas más característicos que el paciente hable con una voz que no es la suya y que sufra horribles convulsiones y movimientos del cuerpo, manifestaciones de la enfermedad que se presentan de repente, sin ninguna indisposición previa; también el uso de expresiones blasfemas y obscenas, así como un conocimiento de cosas secretas y de sucesos futuros; vomitar cosas extraordinarias, como pelo, piedras, alfileres, agujas de coser, etc. Huelga decir que esta no es una opinión aceptada por todo el mundo en Alemania, pero es la predominante entre muchos que han tenido numerosas oportunidades de observación.

El doctor Bardili tuvo en 1830 un caso que juzgó con todo convencimiento de posesión. La paciente era una campesina de treinta y cuatro años que nunca había padecido ninguna enfermedad, y cuyas funciones corporales siguieron mostrando un comportamiento normal mientras se daban los fenómenos extraños descritos a continuación. Cabe señalar que la mujer estaba felizmente casada y era madre de tres hijos, no era ninguna fanática y disfrutaba además de una bien ganada reputación de persona constante y trabajadora, cuando, sin indicio alguno ni causa aparente, se vio sometida a las más violentas convulsiones, mientras de su interior salía una voz extraña, supuestamente la de un espíritu maligno que había habitado anteriormente una forma humana. Mientras sufría estos ataques, perdió por completo su identidad y se convirtió en esa otra persona; cuando volvió en sí, recobró del todo su entendimiento y su personalidad. Las blasfemias y las maldiciones, igual que los aullidos y los alaridos, fueron espantosas. Resultó gravemente herida a causa de las fuertes caídas y los golpes violentos que se propinaba ella misma; y, cuando disfrutaba de una tregua, no podía hacer otra cosa más que llorar por lo que le decían que había ocurrido y el estado en que se encontraba. Se quedó además en los huesos, pues cuando intentaba comer la cuchara giraba en su mano, y a menudo se pasaba varios días seguidos sin probar bocado. Este mal se prolongó tres años; todos los remedios resultaban inútiles, y el único alivio se lo procuraban las continuas y fervorosas plegarias de quienes tenía a su lado y las suyas propias; porque, aunque a este demonio no le agradaban los rezos y se oponía con violencia a que se arrodillase, forzándola incluso a estallar en vergonzosos ataques de risa, ejercían poder sobre él. Resulta sorprendente que el embarazo, la reclusión y la crianza de su hijo no influyesen en absoluto en la enfermedad de la mujer. Todo se desarrolló con normalidad, pero el demonio no abandonó su puesto. Finalmente, al ser magnetizada, la paciente se sumió en un estado parcialmente sonámbulo en el que habló con otra voz distinta a la anterior, que no era sino la de su espíritu protector, el cual la animó a tener paciencia y esperanza, y le prometió que obligaría al invitado maligno a abandonar su actual aposento. Para entonces se sumía a menudo en un estado magnético sin la ayuda de un magnetizador. Al cabo de tres años, se recuperó del todo y volvió a estar tan sana como siempre.

En el caso de Rosina Wildin, una niña de tres años, ocurrido en Pleidelsheim en 1834, el demonio solía anunciar su llegada gritando: «¡Aquí estoy de nuevo!», y la exhausta niña, que hasta ese momento yacía postrada como un cadáver, se enfurecía y despotricaba con voz de hombre, haciendo los más extraordinarios movimientos y demostraciones de violencia y fuerza, hasta que gritaba: «¡Ahora tengo que irme otra vez!». Este espíritu solía hablar en plural, pues, según decía, la niña tenía otro a su lado, un demonio mudo, que era el que más la atormentaba. «Él es quien la obliga a dar vueltas y más vueltas, le deforma el rostro, hace girar sus ojos, aprieta sus dientes y demás. ¡Lo que él me ordena, lo tengo que hacer!». Esta niña logró ser curada por fin con magnetismo.

Barbara Rieger, una niña de diez años de Steinbach, fue poseída en 1834 por dos espíritus que hablaban en dos dialectos y con dos voces claramente diferenciadas; uno decía que había sido mampostero, y el otro se presentó como un provisor muerto, siendo este último el peor de los dos con diferencia. Cuando hablaban, la niña cerraba los ojos, y, cuando volvía a abrirlos, no era consciente de haber dicho nada. El mampostero confesó que había sido un pecador impenitente, pero el provisor era frío y orgulloso, y se negaba a confesar nada. Pedían comida a menudo, y la obligaban a comérsela, si bien a ella no le hacía ningún provecho, pues, cuando volvía en sí, estaba muy hambrienta. Al mampostero le gustaba mucho el brandi, y lo bebía en grandes cantidades; si no se lo servían cuando lo pedía, su furia y sus bramidos causaban auténtico pavor. Cuando se encontraba en pleno uso de sus facultades, la niña detestaba este licor. Le dispensaron tratamientos para lombrices y otras dolencias, sin el menor resultado; hasta que por fin, por magnetismo, logró expulsarse al mampostero. El provisor se mostró más pertinaz, pero finalmente consiguieron deshacerse también de él, y la niña se restableció del todo.

En 1835, un respetable ciudadano, cuyo nombre completo no se nos revela, fue llevado a la consulta del doctor Kerner. Tenía treinta y siete años y, hasta hacía siete, tanto su carácter como su comportamiento habían sido de lo más corrientes. Sin embargo, a la edad de treinta años, había experimentado un cambio incomprensible que había hecho muy infeliz a su familia; y de pronto un día, hacía poco tiempo, una voz extraña había empezado a hablar a través de él, diciendo que era el difunto juez S., y que llevaba dentro de él seis años. Cuando se expulsó a este espíritu por medio del magnetismo, el hombre cayó al suelo y se retorció con tal violencia que a punto estuvo de romperse en pedazos; pero entonces se quedó quieto durante un rato, como si hubiera muerto, y después se levantó, completamente recuperado y libre.

En otro caso, una mujer de Gruppenbach que estaba en su sano juicio oyó la voz de su demonio (que era también una persona fallecida) hablar a través de ella, sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

En resumen, los ejemplos de este tipo no son ni mucho menos infrecuentes; y, si un fenómeno como el de la posesión ha existido alguna vez, no veo con qué autoridad habríamos de afirmar que ya no existe, pues, a decir verdad, no sabemos nada de él; solo que, decididos a no aceptar nada tan contrario a las ideas de hoy en día, zanjamos el asunto concluyendo que es imposible.

Puesto que se dan casos en otros países, no cabe duda de que deben darse también en este; de hecho, yo misma me encontré con un caso mucho más notable en sus detalles que cualquiera de los referidos anteriormente, el cual ocurrió en Bishopwearmouth, cerca de Sunderland, en el año 1840; y, dado que los pormenores del caso han sido publicados y atestiguados por dos médicos y dos cirujanos, por no hablar del testimonio de muchas otras personas, creo que estamos obligados a aceptar los hechos, cualquiera que sea la interpretación que elijamos darles.

La paciente, llamada Mary Jobson, tenía entre doce y trece años; sus padres eran personas respetables de costumbres humildes, y ella asistía a una escuela dominical. Enfermó en noviembre de 1839, y al poco comenzó a sufrir ataques terribles que continuaron, a intervalos, a lo largo de once semanas. Fue en este período cuando la familia advirtió uno golpes extraños a los que no fueron capaces de encontrar explicación. Unas veces se oían en un sitio, y otras en otro; incluso por encima de la cama, cuando la niña yacía profundamente dormida, con las manos entrelazadas por encima de las sábanas. A continuación, oyeron una voz desconocida, la cual les contó cosas que ellos no sabían en ese momento, pero que resultaron ser ciertas. Después se oyó un ruido como de espadas chocando, y un estruendo tal que el inquilino del piso de abajo pensó que la casa iba a caérsele encima; pasos donde no se veía a nadie, agua goteando en el suelo desde nadie sabía dónde, puertas cerradas que se abrían y, por encima de todo, una música indescriptiblemente melodiosa. Los médicos y el padre se mostraron suspicaces, y se tomaron todas las precauciones posibles, pero no consiguieron encontrar explicación a aquel misterio. Este espíritu, sin embargo, era bondadoso, y les sermoneaba y les daba muchos consejos buenos. Fueron muchas las personas que visitaron la casa para presenciar el extraño fenómeno, y a algunas la voz les expresó su deseo de que la siguieran cuando se encontraban en su propia casa. Así, Elizabeth Gauntlett, mientras estaba ocupada en las tareas domésticas, se sobresaltó el oír una voz que le decía: «Sé fiel y verás las obras de tu Dios, y ¡lo oirás con tus propios oídos!». Ella exclamó: «¡Dios mío! ¿Qué es esto?», y al momento vio una gran nube blanca cerca de ella. Esa misma tarde, la voz le dijo: «Mary Jobson, una de tus alumnas, está enferma; ve a verla; será beneficioso para ti». Esta mujer no sabía dónde vivía la niña, pero averiguó la dirección y fue, y en la puerta volvió a oír la misma voz pidiéndole que subiera. Al entrar en la habitación, escuchó otra voz, dulce y bonita, que le pidió que fuera fiel y le dijo: «Soy la Virgen María». Esta voz le prometió una señal en casa; y así fue que esa misma noche, mientras leía la Biblia, la oyó decirle: «Jemima, no te asustes; soy yo; si sigues mis mandamientos, todo te irá bien». Cuando visitó a la niña por segunda vez, ocurrió lo mismo que la anterior, y escuchó la música más exquisita.

Todos los que fueron experimentaron fenómenos de idéntica naturaleza: los inmorales fueron reprendidos; los buenos, alentados. Algunos recibieron la orden de marcharse de inmediato, y se les obligó a hacerlo. También se oyeron las voces de algunos familiares muertos de la niña, que hicieron revelaciones.

La voz dijo: «¡Mirad, y veréis el sol y la luna en el cielo!», y al punto apareció una bonita representación de estos astros en colores vivos: a saber, verde, amarillo y naranja. Además eran figuras indelebles; pero el padre, que albergaba dudas desde hacía mucho tiempo, insistió en taparlas con una mano de cal; sin embargo, siguieron siendo visibles.

Entre otras cosas, la voz dijo que, aunque pareciese que la niña estaba sufriendo, no era así; ella no sabía dónde estaba su cuerpo; su espíritu lo había abandonado y otro lo había ocupado. Dijo también que su cuerpo había sido convertido en un megáfono. La voz les contó a la familia y a los visitantes muchas cosas sobre los amigos que tenían lejos, y, como comprobaron después, eran todas ciertas.

La joven vio en dos ocasiones una forma divina que le hablaba junto a la cabecera de la cama, y a Joseph Ragg, uno de los que habían sido invitados por la voz, se le apareció una figura bella y celestial junto a su cabecera a las once de la noche del 17 de enero. Llevaba un atuendo masculino y estaba rodeada por un resplandor. Esa misma noche se le volvió a aparecer por segunda vez. En cada ocasión, abrió las cortinas y lo miró con expresión benévola durante un cuarto de hora. Cuando se marchaba, las cortinas volvían a su sitio. Un día, estando en la habitación de la niña enferma, Margaret Watson vio un cordero atravesar el dormitorio y entrar en otra habitación en la que se encontraba el padre, John Jobson; pero este no lo vio.

Uno de los aspectos más destacables de este caso es la música agradable que escuchó todo el mundo; también la familia, incluido el padre incrédulo, y, de hecho, parece que fue esto, en gran medida, lo que acabó por convencerlo. Esta música fue escuchada en repetidas ocasiones a lo largo de seis semanas; unas veces sonaba como un órgano, aunque más bonito; otras, eran cantos de canciones sagradas, en parte, y la letra se escuchaba con claridad. La súbita aparición de agua en la habitación fue también inexplicable; porque la sintieron, y era realmente agua. Cuando la voz expresó su deseo de que el agua fuera rociada, esta al momento pareció rociarlos. En otra ocasión, después de haberle prometido al padre una señal, el suelo se cubrió súbitamente de agua; y esto sucedió «no una, sino veinte veces».

En el transcurso de toda esta posesión, las voces les dijeron que un milagro iba a obrarse en la niña; y, en efecto, el 22 de junio, cuando estaba más enferma que nunca y ellos rezaban ya solo por que muriese, a las cinco de la madrugada la voz ordenó que preparasen la ropa de la niña y abandonasen todos la habitación, excepto la hermana pequeña, que tenía dos años y medio. Ellos obedecieron y, después de esperar junto a la puerta un cuarto de hora, la voz gritó: «¡Entrad!», y al hacerlo vieron a la niña completamente vestida y con muy buen aspecto, sentada en una silla con la pequeña en sus rodillas, y no ha vuelto a estar enferma ni una hora desde ese día hasta la publicación del reportaje, que lleva fecha del 30 de enero de 1841.

Es muy fácil reírse y afirmar que nada de todo esto ocurrió, porque es absurdo e imposible; pero, puesto que personas inteligentes, honradas y bienintencionadas que estuvieron allí aseguran lo contrario, confieso que me siento obligada a creerlas, a pesar de los muchos detalles del caso que son incompatibles con mis ideas. No fue cosa de una hora o un día: hubo tiempo de sobra para la observación, pues el fenómeno se prolongó desde el 9 de febrero hasta el 22 de junio; y el descreimiento del padre sobre la posibilidad de apariciones espirituales, tan enérgico que finalmente expresó un gran arrepentimiento por la severidad de su conducta, es una garantía nada despreciable para descartar el engaño. Además, se negaron en redondo a aceptar dinero o ayuda, y ningún bien podía hacer a su imagen pública el reconocimiento de estos sucesos.

El doctor Reid Clanny, quien publicó el reportaje a partir de la declaración de los testigos, es un médico con muchos años de experiencia, y es también, según tengo entendido, el inventor de la lámpara de seguridad; y se declara firmemente convencido de la veracidad de los hechos, asegurando a sus lectores que «muchas personas de rango superior en la iglesia establecida, clérigos de otras confesiones y muchos ciudadanos laicos, muy respetados por su erudición y devoción, se muestran igual de convencidos». La primera vez que vio a la niña tumbada de espaldas, aparentemente inconsciente y con los ojos inyectados en sangre, no le cupo duda de que padecía una enfermedad cerebral, y no estaba ni mucho menos dispuesto a creer que el asunto tuviera un componente misterioso, hasta que la subsiguiente investigación le obligó a aceptarlo. Podemos estar seguros de que su creencia era firme, habida cuenta de que estuvo dispuesto a cargar con el oprobio inevitable tras semejante confesión.

Dice también que, desde que la niña se recuperó, tanto la familia de esta como la de Joseph Ragg han oído con frecuencia la misma música celestial que sonaba en el curso de su enfermedad; y el señor Torbock, un cirujano, quien no duda de la veracidad de lo narrado anteriormente, menciona también un caso en el que tanto él como la persona moribunda a la que estaba atendiendo oyeron una música divina justo antes del fallecimiento.

De este último fenómeno, el de oír música celestial justo antes de una muerte, he encontrado numerosos ejemplos.

A partir de la investigación del caso anterior, el doctor Clanny ha llegado a la conclusión de que el mundo espiritual se identifica ocasionalmente con nuestros asuntos, y el doctor Drury afirma que, además de este caso, se ha encontrado con otras situaciones que lo han conducido a la firme convicción de que vivimos en un mundo de espíritus, y de que él ha estado en presencia de un ser ultraterreno que había «cruzado un límite del que, según dicen, ningún viajero regresa».

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