La canción de Thelinde - Roger Zelazny


A través del atardecer, al otro lado de la montaña, bajo una luna enorme y dorada, Thelinde estaba cantando.

En el elevado salón brujesco de Caer Devash, circundado por completo de pinos y reflejado muy por debajo de las rocas en el plateado río denominado Denesh, Mildin oyó la voz de su hija y las palabras del canto:

 

«Los hombres del Oeste son fuertes,

los hombres del Oeste son valientes,

pero Dilvish el Maldito regresó

e hizo de su sangre fríos torrentes.

Mientras lo perseguían de Portaroy

a Dilfar, en la zona oriental,

Dilvish montaba una criatura traída del Infierno:

un negro y metálico animal.

No lograron herir ni detener a su montura,

el caballo que los hombres llaman Black,

porque el coronel adquirió enorme sabiduría

con la maldición de Jelerak...»

 

Mildin se estremeció, cogió su reluciente capa de bruja (ella era Dama del Aquelarre) y tras echársela a la espalda y atársela al cuello con la ahumada Piedra de la Luna, se transformó en un pájaro gris plateado, atravesó la ventana y sobrevoló el Denesh.

Cruzó la montaña donde estaba Thelinde, con la mirada fija en el sur, y se posó en la rama más baja de un árbol cercano. —Hija mía —dijo con su garganta de pájaro—, deja de cantar.

—¡Madre! ¿Qué ocurre? —preguntó Thelinde—. ¿Por qué vienes en forma alígera? —Y sus ojos eran de un color profundo, porque seguían el cambio de la luna, y su cabello era el plateado fuego de las brujas del norte. Tenía diecisiete años y era cimbreña, y le encantaba cantar.

—Has cantado un nombre que no debe pronunciarse, ni siquiera aquí, en la fortaleza de nuestro hogar —dijo Mildin—. ¿Dónde aprendiste esa canción?

—La cantaba una criatura de la cueva —respondió Thelinde—, donde el río llamado Medianoche forma un estanque al pasar bajo tierra.

—¿Qué era esa criatura de la cueva? —Ya se ha ido —replicó Thelinde—. Era un viajero oscuro, de la especie de las ranas, creo, que descansaba allí camino del Consejo de los Animales.

—¿Te explicó el significado de esa canción? —preguntó la madre.

—No, dijo que es muy reciente, sobre las guerras en el sur y en el este.

—Eso es cierto —dijo Mildin—, y la rana no teme cantarla, porque es de la especie oscura y no tiene ninguna importancia para el poderoso. Pero tú, Thelinde, tú debes ser más precavida. Todos los que tienen poder, a menos que sean muy temerarios, temen mencionar ese nombre que empieza con «J». —¿Por qué?

La forma gris plateada revoloteó hasta el suelo. Luego la madre apareció junto a su hija, alta y pálida a la luz de la luna; su cabello estaba recogido y retorcido en lo alto de su cabeza formando corona del aquelarre, como así se denominaba.

—Ven conmigo ahora dentro de mi capa e iremos al Estanque de la Diosa, mientras los dedos de la luna tocan su superficie —dijo Mildin—, y verás algo de lo que has cantado.

Fueron montaña abajo hasta el lugar donde el riachuelo, que nace en lo alto en primavera, cruza el estanque con apenas un escarceo. Mildin se arrodilló junto al agua en silencio e, inclinada hacia adelante, respiró sobre la superficie. Luego llamó a Thelinde junto a ella y ambas miraron hacia abajo.

—Observa ahora la imagen de la luna reflejada en el agua —dijo a su hija—. Observa atentamente. Escucha...

»Hace mucho tiempo, casi antes de que empezáramos a medir el paso del tiempo, hubo una Casa que fue anulada de la dignidad del Oriente, porque varias generaciones se habían unido por matrimonio con la especie de los elfos. Los elfos son altos y es hermoso observarlos, rápidos de pensamiento y acción, y aunque su raza es mucho más antigua, el hombre no reconoce en general la dignidad elfa. 

Una pena... El último hombre de esta Casa especial, privado de tierras y títulos, volvió su mano hacia numerosas ocupaciones, del mar a las montañas, y finalmente entró en la soldadesca, durante las primeras guerras con el Occidente, hace varios siglos. Luego se distinguió en la gran Batalla de Portaroy, librando esa ciudad de las manos de sus enemigos, y por eso lo llamaron Dilvish el Libertador. ¡Mira! ¡La imagen se aclara! Es la entrada de Dilvish en Portaroy...

Y Thelinde observó el estanque, donde se había formado una imagen.

Alto era él, y más moreno que la raza de los elfos, con unos ojos que reían y relucían reflejando el orgullo del triunfo. Montaba un garañón pardo, y su armadura, aunque mellada y arañada, brillaba a pesar de todo con el sol matutino. Cabalgaba al frente de sus tropas, y los habitantes de Portaroy permanecían a los lados de la senda y lanzaban vítores, y las mujeres echaban flores ante el jinete. Cuando llegó por fin a la fuente de la plaza, Dilvish desmontó y bebió el vino de la victoria. A continuación los Ancianos pronunciaron discursos de agradecimiento y se celebró un gran banquete al aire libre en honor a los libertadores.

—Parece ser un buen hombre —dijo Thelinde—. Pero... ¡qué espada tan grande lleva!... ¡Le llega hasta las botas!

—Sí, un arma para dos manos llamada Libertadora aquel día. Y sus botas, como observarás, son del cuero verde de los elfos, que los hombres no pueden comprar, aunque a veces se ofrecen como presente, como muestra de favor por parte de los Grandes... Y se dice que esas botas no dejan huellas. Es una pena que al cabo de una semana del festín que ves desplegado, la Libertadora quedara destrozada y Dilvish dejara de estar entre los vivos.

—¡Pero él todavía, vive!

—Sí... vive otra vez.

Hubo una turbulencia en el estanque, y brotó otra imagen.

Una oscura ladera... Un hombre, con capa y capucha, en el interior de un círculo tenuemente brillante... Una joven atada a un altar de piedra... Un cuchillo en la mano derecha del hombre, un bastón en la otra...

Mildin notó que los dedos de su hija aferraban su hombro.

—¡Madre! ¿Quién es él?

—Es el Ser que jamás debes nombrar.

—¿Qué va a hacer?

—Una cosa siniestra que requiere la sangre vital de una virgen. Él ha aguardado una eternidad a que las estrellas ocuparan las posiciones precisas para este rito. Ha hecho un largo viaje para llegar a ese antiguo altar de las montañas de Portaroy, el lugar donde debe realizarse el acto.

«Fíjate en las criaturas que danzan alrededor del círculo... Murciélagos, fantasmas y fuegos fatuos... ¡Sólo ansían una gota! Pero no tocarán el círculo.»

—Naturalmente que no...

—Ahora, mientras las llamas de ese brasero se elevan y las estrellas adoptan la posición correcta, él se dispone a matar a la virgen...

—¡No puedo mirar!

¡Mira!

—Es el Libertador, Dilvish, que se acerca.

—Sí. Siguiendo el hábito de los Grandes, él apenas duerme. Ha salido a tomar el aire en las montañas de Portaroy, ataviado con su traje de batalla tal como la gente espera de los libertadores.

—Ha visto a Je... ¡Ha visto el círculo! ¡Se aproxima!

—Sí, y cruza el círculo. Siendo de Sangre Grande, él sabe que es diez veces más inmune a la magia que un hombre. Pero no sabe de quién es el círculo que ha cruzado. A pesar de todo, eso no lo mata. Pero está debilitado... ¡Fíjate cómo se tambalea! Tal es el poder de ese Ser.

«Golpea al mago con su mano, lo tira al suelo y vuelca el brasero. Se vuelve para soltar a la muchacha...»

En el interior del estanque, la sombra que era el mago se alzó del suelo. Su rostro era invisible debido a la capucha, pero había levantado el bastón. De pronto pareció crecer enormemente, y su bastón se alargó y retorció igual que una serpiente. Estiró el brazo y tocó a la joven, suavemente, con la punta de la vara.

Thelinde chilló.

Ante sus ojos, la virgen estaba envejeciendo. Aparecieron arrugas en su cara y su cabello se volvió cano. Su piel se tino de amarillo y todos sus huesos sobresalieron bajo ella.

Por fin la joven dejó de respirar, pero el encantamiento no cesó. La criatura del altar se marchitó y un polvo fino, igual que humo, se alzó en la piedra.

Había un esqueleto en el altar.

Dilvish atacó al mago, con la espada Libertadora en alto.

Pero al descargar el golpe, el Siniestro tocó el arma con el bastón y la espada se hizo añicos y cayó al suelo. Dilvish dio un paso hacia el mago.

De nuevo el bastón se movió suavemente, y una aureola de fuego danzó alrededor de la silueta del Libertador. Al cabo de un rato el fuego se apagó. Pero a pesar de todo, Dilvish estaba allí, inmóvil.

La imagen desapareció.

—¿Qué ha pasado?

—El Siniestro —dijo Mildin— le castigó con una terrible maldición, contra la cual ni siquiera la Sangre Grande servía. Mira.

El día dominaba la ladera. El esqueleto yacía en el altar. El mago se había ido. Dilvish se hallaba solo, todo el mármol al sol, cubierto de rocío matutino, y su mano derecha seguía alzada, a punto de golpear a un enemigo.

Más tarde llegó un grupo de niños y miraron fijamente la estatua durante largo tiempo. Después volvieron corriendo a la ciudad para dar la noticia. Los Ancianos de Portaroy subieron a las montañas y, considerando la estatua como un presente de los numerosos desconocidos que tenían por amigos de su Libertador, la bajaron en un carro hasta la ciudad y la colocaron en la plaza, junto a la fuente.

—¡Él lo transformó en piedra!

—Sí, y permaneció en la plaza más de dos siglos, su propio monumento, con el puño alzado contra los enemigos de la ciudad que había liberado. Nadie sabía qué se había hecho de él, pero sus amigos humanos envejecieron y murieron, y la estatua perduró.

—...Y él durmió convertido en piedra.

—No, el Siniestro no maldice con tanta amabilidad. Mientras su cuerpo permanecía rígido, con atavío de batalla, su espíritu fue desterrado al pozo más profundo del Infierno que el Siniestro pudo disponer.

—Oh...

—...Y tal vez el efecto del encantamiento fuera ése, o quizá la Sangre Grande prevaleció en un momento de necesidad, o bien algún poderoso aliado de Dilvish supo la verdad y logró finalmente liberarlo. Nadie lo sabe. Pero un día, hace poco, mientras Lylish, Coronel del Occidente, barría el territorio, todos los hombres de Portaroy se reunieron en la plaza para preparar la defensa de la ciudad.

La luna se había desplazado lentamente hacia el borde del estanque. Bajo ella surgió otra imagen.

Los hombres de Portaroy estaban armándose y haciendo ejercicios en la plaza. Eran muy pocos, pero parecían dispuestos a vender sus vidas al precio más costoso. Muchos miraron la estatua del Libertador aquella mañana, como si recordaran una leyenda. Luego, mientras el sol la envolvía en color, la estatua se movió...

Durante un cuarto de hora, despacio y con obvio esfuerzo, los brazos cambiaron de posición. Toda la muchedumbre de la plaza observó, paralizada en esos momentos. Por fin Dilvish bajó del pedestal y bebió en la fuente.

La gente le rodeó entonces, y él se volvió hacia los de Portaroy.

—¡Sus ojos, madre! ¡Han cambiado!

—Después de lo que ha visto con los ojos de su espíritu, ¿es extraño que los ojos externos lo reflejen?

La imagen desapareció. La luna se alejó flotando.

—...Y en alguna parte consiguió un caballo que no era tal, sino un animal de acero parecido a un caballo.

Por un instante apareció una figura oscura y al galope en el interior del estanque.

—Ese es Black, su montura. Dilvish lo llevó a la batalla, y aunque también luchó largo rato a pie, lo sacó de allí mucho después: fue el único superviviente. En las semanas anteriores a la batalla había entrenado bien a sus hombres, pero éstos eran muy pocos. 

Sus soldados le llamaron Coronel del Oriente, el título opuesto al que ostenta lord Lylish. Todos cayeron, a pesar de todo, excepto él, pero señores y ancianos de otras ciudades del este se han alzado en armas y también ellos reconocen el rango de Dilvish. Este mismo día, me han dicho, Dilvish estaba ante los muros de Dilfar y venció a Lance, el de la Armadura Invencible, en singular combate. Pero la luna está bajando ya y el agua se oscurece...

—Pero ¿y el nombre? ¿Por qué no debo mencionar el nombre de Jelerak?

Nada más pronunciarlo, hubo una especie de murmullo, como de enormes y secas alas batiendo el aire en lo alto, y la luna quedó oscurecida por una nube, y una oscura silueta se reflejó en las profundidades del estanque.

Mildin metió a su hija en la capa de bruja.

El susurro se hizo más fuerte y una tenue niebla brotó alrededor de las dos mujeres.

Mildin hizo la Señal de la Luna y se puso a hablar en voz baja.

—Vuelve a ti... En Nombre del Aquelarre, del que yo soy Señora, te ordeno regresar. Vuelve al lugar de donde viniste. No deseamos tus siniestras alas en Caer Devash.

Hubo una corriente descendente de aire, y un liso e inexpresivo rostro quedó suspendido sobre las dos mujeres, recogido entre amplias alas de murciélago. Sus garras relucían tenue, rojamente, como metal recién calentado en la forja.

El murciélago voló alrededor de Mildin y Thelinde, y la primera apretó más la capa y alzó una mano.

—Por la Luna, nuestra Madre, en todos sus disfraces, te ordeno marchar. ¡Ahora! ¡En este instante! ¡Aléjate de Caer Devash!

El murciélago se posó en el suelo junto a ellas, pero la capa de Mildin cobró brillo y la Piedra de la Luna destelló cual lechosa llama. El monstruo se apartó de la luz, volvió a la niebla.

Entonces apareció una brecha en la nube y un dardo de luz lunar pasó a través del hueco. Un rayo de luna tocó a la criatura, que chilló una vez, como un hombre atormentado, y se lanzó al aire en dirección suroeste.

Thelinde alzó la mirada hacia el semblante de su madre, que de pronto parecía muy afligido, más viejo...

—¿Qué era eso? —preguntó Thelinde.

—Era un siervo del Siniestro. Traté de advertirte, de la forma más gráfica posible, de su poder. Su nombre se ha usado durante tanto tiempo para conjurar y dominar a espíritus malignos y criaturas siniestras que se ha convertido en un Nombre de Poder. 

Sus siervos vuelan para localizar al que lo pronuncia, en cuanto oyen pronunciarlo, por miedo de que haya sido él mismo y se encolerice por su tardanza. Pero también se rumorea que si su nombre es pronunciado con frecuencia por una persona, él se entera y condena a esa persona. En cualquier caso, no es prudente ir por ahí cantando esas canciones.

—Yo no lo haré, nunca. ¿Cómo puede ser tan fuerte un mago?^

—Él es tan viejo como las montañas. En tiempos fue un mago benigno y cayó en hábitos siniestros, cosa que lo hace particularmente malicioso. Como sabes, raramente cambian para bien. Y ahora se le tiene como uno de los tres magos más poderosos, tal vez el más poderoso de todos los magos de todos los reinos de todas las tierras. El sigue vivo y es muy fuerte, aunque la historia que has visto ocurrió hace siglos. Pero ni siquiera él está libre de problemas...

—¿Cómo es eso? —preguntó la hija de la bruja.

—Porque Dilvish vive otra vez, y creo que está un poco enfadado.

La luna salió de detrás de la nube, era enorme, se había transformado en oro en bruto durante su ausencia.

Mildin y su hija se dirigieron en ese momento montaña arriba, hacia Caer Devash y el anillo de pinos, muy por encima del Denesh, el río de plata.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El deseo - Roald Dahl

El ojo en el dedo - Raúl Avila

Se solicita sirvienta - Patricia Laurent Kullic