La deuda de la tortuga - Cuento de Camerún

 Mbo, la tortuga, se había quedado sin un centavo, lo que le pasaba bastante seguido. ¿Para qué cuidar algo que se podía conseguir tan fácilmente?

–Cerdo, por favor, necesito que me prestes un poco de plata.

–¡Nunca es un poco tratándose de Mbo! –le contestó el cerdo de mal humor–. ¿Y cómo puedo saber que me la vas a devolver?

Pero Mbo se lo juró por la luna y el sol, por la salud de sus hijos y por la felicidad de su mujer, se lo juró por su vida y finalmente consiguió convencerlo.

–Espero cobrar ese dinero en la próxima luna –dijo el cerdo.

Pero pasó un mes, pasaron dos, tres, y la tortuga no parecía acordarse en absoluto de la deuda.

Furioso, el cerdo decidió ir a la casa de Mbo a cobrar su dinero como fuera. Por la ventana, la tortuga vio que el cerdo gruñía de muy mal humor mientras se acercaba. En ese momento su esposa estaba moliendo maíz sobre una gran piedra.

–Querida mía, quiero que escondas la piedra y uses mi caparazón como si fuera una piedra de moler –dijo Mbo–. Cuando llegue el cerdo, no contestes a nada de lo que te diga.

Metió la cabeza y las patas para adentro y de verdad parecía una gran piedra. La señora Tortuga seguía moliendo maíz cuando el cerdo le dio un empujón a la puerta y se metió en la casa.

–Tengo que hablar con su marido, señora Tortuga –dijo el cerdo.

Pero la señora Tortuga no contestó ni sí ni no, ni aquí ni allá. Simplemente, siguió moliendo maíz como si no lo hubiera escuchado.

–Présteme atención, señora –insistió el cerdo–. Su marido se ha portado muy mal conmigo. Me pidió plata prestada hace tres lunas y no me la devolvió.

La tortuga se limitó a moler el grano con más fuerza, golpeando sobre el caparazón de su marido. Y se puso a silbar mientras trabajaba.

–¡Pero contésteme de una vez! ¡No sea maleducada! ¡Dígame ahora mismo dónde está Mbo!

La señora Tortuga seguía haciéndose la sorda y el cerdo estaba cada vez más furioso. Al final, perdió por completo la paciencia, agarró la piedra de moler sobre la que trabajaba la señora, la levantó y la tiró por la ventana, mientras gritaba como loco: –¡No se haga la idiota y contésteme de una vez lo que le pregunto!

Entonces doña Tortuga reaccionó y se puso a llorar y a gritar con desesperación.

–¡Mi piedra de moler! ¡Mi bonita piedra de moler! ¡La única que tenía, la mejor! ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a moler el maíz para la comida?

Mientras el cerdo, arrepentido de lo que había hecho, trataba de calmarla, Mbo se levantó del lugar donde había caído y entró en su casa como si viniera desde muy lejos.

–¿Qué pasa aquí? –gritó muy enojado–. ¿Por qué llora mi mujer? ¿Qué le has hecho, cerdo malvado?

–Me tiró mi piedra de moler maíz... –lloró la señora Tortuga–. ¡La levantó y la tiró por la ventana! Y yo no le había hecho nada.

–¿No le da vergüenza, señor Cerdo, comportarse así con un vecino? ¡Por algo lo llaman cerdo! Meterse en mi casa, amenazar a mi mujer, dejarme sin mi piedra de moler...

–¡Un momento! –dijo el cerdo–. Estoy seguro de que puedo devolverle la piedra que tiré.

Y salió corriendo a buscar la piedra que había arrojado por la ventana. Estaba ahí nomás, él la había visto caer.

–Más vale que la encuentre enseguida –le dijo Mbo, amenazador–. ¡Esa piedra vale mucho más que el dinero que usted me prestó!

Por supuesto, en el terreno que rodeaba la casa de las tortugas no había ni rastros de la piedra de moler. El cerdo buscó por aquí y buscó por allá, desesperado, sin entender lo que pasaba. Y sigue buscando todavía. Dicen que es por eso que todos los cerdos van arrastrando la nariz contra el suelo, como si estuvieran oliendo la tierra. Buscan la piedra de moler para poder devolvérsela a Mbo, la pícara tortuga.

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