Nasrudim y el forzudo - Cuento del Cercano Oriente

 En la aldea donde vivía Nasrudim había un hombre que se jactaba de ser el más fuerte entre los fuertes. Siempre estaba molestando a sus vecinos y nadie se atrevía con él.

–¿Es cierto que tienes tanta fuerza? –le preguntó un día el sabio Nasrudim Avanti.

–Puedo levantar una piedra de doscientos kilos –dijo el forzudo– ¡y arrojarla por encima de la pared de tu patio!

–Muy bien. Entonces, te desafío. Mañana veremos quién puede más.

El forzudo se fue riéndose. Nasrudim era un hombre mayor, con un vientre abultado, que nunca se había destacado por sus condiciones físicas. Jamás podría ganarle.

Al día siguiente, Nasrudim había invitado a varios vecinos para que presenciaran la prueba.

–La prueba consiste en arrojar algo al otro lado de la pared de mi patio.

–¡Puedo levantar y tirar por el aire el más pesado de tus arcones lleno de piedras! –rió, desdeñosamente, el forzudo.

–No te preocupes, te voy a dar algo mucho más liviano. Lo que quiero que tires al otro lado de la pared es este pañuelito –dijo Nasrudim.

Y le entregó un livianísimo pañuelo de gasa. El grandote arrojó el pañuelo con todas sus fuerzas. Pero no logró hacerlo pasar al otro lado de la pared. Tal como hubiera sucedido con una pluma, o con una hoja de papel, el pañuelo se sostuvo un momento en el aire y después bajó planeando suavemente en el patio de Nasrudim.

–Ahora te voy a demostrar lo que puedo hacer yo –dijo Afanti–. No sólo puedo tirar el pañuelo fuera del muro: lo haré con una piedra al mismo tiempo.

Envolvió una piedrita en el pañuelo y lo tiró sin ninguna dificultad por encima de la pared. Había ganado la apuesta y desde entonces el forzudo, convertido en el hazmerreír de los vecinos, ya no se atrevió a molestar a nadie.


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