Dominio - José Luis Zárate

 Con una lengua experta. Eso era la primera condición para ser admitidos en su lecho. Y el juego que involucraba sumisión y trajes degradantes, estrechos y húmedos, resbalosos de aceite. Los ojos eran cubiertos con dos esferas desorbitadas. Ella, por supuesto, no llevaba más que el delgado fuelle, y ellos tenían que hacer cada cosa que ella quisiera.

-Si digo salta, tú debes decir ¿hasta dónde?

Increíblemente había quien deseara todo ello, gente de noble cuna, duques y príncipes que deseaban enfundarse el humillante traje.

Ella debía conformarse con ello. A veces, cerrando los ojos, imaginando, recobraba las épocas pasadas y al lejano, añorado, perdido Sapo al que nunca debió darle un beso.

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