Garden Party - Amparo Dávila

El taxi se detuvo frente a una residencia muy iluminada de donde salían música, carcajadas e infinidad de voces.

—Son 36.50 —dijo el chofer.

—¿Quée di-ce? —preguntó el pasajero con tal extrañeza como si lo sacaran de un profundo sueño.

-Que son 36.50

—¿Tre-inn-ta yse-iss cin-cu-enta? ¿De qués-ta-uss-ted ha-blan-do? Yono sé aqué se re-fi-ere.

—Mire usted —replicó en tono airado el chofer, viendo cara a cara al hombre—, o me paga los 36.50 de la dejada, o me obligará a usar de éstos: —y le mostró los puños.

— ¡Ah...! Sí... lade-ja-da, sí, us-tedd meha-tra-ído   (hip) hass-taquí, ess-ci-erto.

El pasajero comenzó entonces a buscar en los bolsillos del saco y después en los de los pantalones, hasta encontrar un billete arrugado que le entregó al chofer. Abrió la portezuela del automóvil y tropezó al poner los pies en el suelo. Con un gran esfuerzo consiguió recuperar el equilibrio y se dirigió a través del jardín hacia la entrada de la mansión.

—¡Oiga amigo, aquí está su cambio! —gritaba el chofer. Pero aquel hombre alto, flaco y desgarbado, se alejaba  balanceándose de un lado hacia otro como un títere con la cuerda demasiado floja.

—Su invitación, caballero, si me hace usted el favor — solicitó un mozo que recogía las invitaciones en la puerta.

—¿In-vita-ción? ¿Invi (hip)ta-ción? ¿Min-vita-ción di-ceus-tedd? Yonun-cahe ten (hip)ido invi-ta-ci-ones, nisi-qui-era tarje-tass, sa-beuss-tedd, yoso-lo he-ten-ido losbol-sillos va-cí-os ya-hora esstin-menso (hip)do-lor, essta-pena que...

—Tenga la bondad de darme su invitación, caballero —rogó el mozo. Pero el hombre flaco ya había entrado al salón dejando al mozo hablando solo.

El salón se encontraba demasiado iluminado y pletórico. Mujeres elegantísimas muy escotadas o con las espaldas desnudas y cubiertas de joyas desde la cabeza hasta los pies; hombres con frac o smoking, de riguroso puro y opulenta humanidad la mayoría.

El hombre flaco y descuidadamente vestido se sintió bastante incómodo por el exceso de luz y de humo que le hacía arder los ojos de manera insoportable. Sacó un pañuelo sucio y se lo pasó repetidas veces por la cara. Después lo guardó hecho bola y gritó a voz en cuello:

Go-oodd mor-niingg eve-ry body!

Los que se encontraban cerca de él se dieron vuelta y lo miraron ridículo e inaceptable. Un don nadie. No faltó quien comentara que "si ya le había amanecido tan pronto al caballero".

El hombre lanzó entonces una estruendosa carcajada que nunca antes había sido capaz de proferir en sus 48 años.

—Noti-ene impor-tan (hip)cia, esono-tie-nenin-gu-na impor (hip)tancia, dí-ass ono-ches dalo miss-mo loim-por-tann-tes (hip) quese-an bue-nos, lodi-go (hip)yo por-quelo-sé, síse-ñorr, yolo-sé...

En ese momento un hombre de mediana edad, correctamente vestido, se abrió paso y llegó hasta el borracho interrumpiendo su alegato.

—Creí que nunca llegarías ¡pero, hombre! — exclamó en voz baja para que nadie más lo oyera—, te advertí claramente que se trataba de algo muy especial y que vinieras bien vestido. ¡Y mira cómo estás, hecho una verdadera facha! Tú sabías muy bien, Rogelio, que ésta era la oportunidad, tal vez la única oportunidad para que yo te presentara a don Ramón y a don César Rubio. 

Que conseguirte una invitación fue un triunfo. O ¿es que quieres terminar tus días en ese miserable puesto, con un sueldo infeliz que no te alcanza para nada? Después de la faena que he tenido que hacer por ti... De lo que he ponderado tus capacidades administrativas, tu honradez, tu intachable comportamiento... Ahora lo echas todo a perder presentándote como un vagabundo y, como si esto fuera poco, borracho.

Rogelio escuchaba la reconvención como si estuviera dirigida a otra persona, sin que le atañese en lo más mínimo. De pronto logró entender algo de todo aquello que su amigo le decía y sacudió la cabeza como tratando de despejarse.

—Fue don-dePe-rico lle-gué ato-marme un tra-(hip)gui-to, untra-gui-toan-tes dirá cambi-arme de (hip) ropa, sí, derro-pa (hip) pa-rave-nir, un tragui-(hip)to no-máss telo ju-ro porr mi san-tama-dre, unosó-lo (hip) pa-radar-mevalorr ypa-raver sial-guien mede-cía don...

—Por lo que se ve, no fue sólo un traguito, te has de haber bebido hasta al mismo Perico, pero, quitémonos de aquí, no quiero que se hagan más burlas a costa tuya.

—¿Adón-de melle-vas Ós-car?

—Al jardín. Allí hay mesas y, tal vez, con una poca de suerte, podamos encontrar alguna, apartada y discreta, donde pasemos inadvertidos.

—¿Aljar-dín? ¿Essta-rá allí Ce-li-na?

—Podría ser.

—Pero... haydos pu-ertas (hip) ysisa-limos poruna, alome-jor Cel (hip)ina en-tra por (hip)…

—Anda, ven.

—Ós-car, ¿quedi-rec-ción esla-deaquí? —preguntó Rogelio, presa de una gran angustia.

Óscar caminaba por delante y la música y el barullo general no le dejaron escuchar a su amigo. La pregunta de Rogelio quedó sin contestación.

—Que medi-gass ladi-rec (hip)ción, porrfa-vor —pidió en el colmo de la desesperación—, si no me la dan no te la puedo decir Celina... —Y volvió a suplicar tímidamente:

—Porfa-vor di-me ladi-rec (hip)ción... no sé la dirección Celina no sé dónde estoy ni dónde estás tú ahora he perdido a los dos a ti y a mi y Óscar cruel y despiadado no me dice en dónde estoy ni en dónde estás tú ¿en dónde estamos Celina?...

El jardín estaba a media luz con faroles de colores colocados entre las ramas de los árboles y reflectores velados que creaban una atmósfera irreal. También había árboles revestidos de serpentinas y otros totalmente dorados o plateados, en los cuales las luces de los faroles producían efectos sugerentes. 

Algunas mesas se hallaban distribuidas alrededor de la piscina que, premeditadamente, no tenía luz alguna. Desde una plataforma la orquesta ejecutaba, estrepitosamente, los ritmos más populares del momento. Óscar iba y venía arrastrando a Rogelio y buscando afanosamente la mesa más apropiada, hasta que una le pareció conveniente. 

Se sentaron cuidando Óscar que Rogelio quedara de espaldas al escenario y sólo tuviera ante sí la vista de aquel inmenso jardín. Cuando ya estaban instalados, Óscar notó sorprendido que había lágrimas en los ojos de su amigo.

—¡Pero, hombre!, a tu edad... anda, sécate los ojos.

Para ese tiempo y con gran desconsuelo de Óscar, todo el mundo había invadido el jardín ocupando las mesas o disponiéndose a hacerlo.

—Creo que tendremos variedad acuática —comentó con otro, un joven que estaba ahí cerca.

—Y, por supuesto, también el show de las mulatas platinadas.

—Dicen que don Ramón le anda echando los perros a la Suly...

—Ese viejo siempre trae unos forros de primera...

—No se puede negar que tiene buen gusto, y como además es muy espléndido, consigue lo que quiere.

—¿Sabeuss-tedd dón-des-tá Ce-li-na?

—Caballero, yo sólo sé dónde están los whiskys y las princesas, ¿quiere usted uno o una?

—Yoqui-ero queme (hip) diga dón-des-tá Cel-ina, Cel-ina, miCe-lina.

—¡Vamos, hombre! Bébase este high ball a la salud de Celina —y puso su propio vaso en la mano temblorosa del borracho.

Rogelio se quedó un momento como sin entender y sin ver siquiera la copa de whisky, luego, súbitamente, se la bebió sin dejar ni gota. yo no debo beber porque a ti no te gusta Celina que yo beba tú siempre me decías... Pero yo no bebo Celina sólo una copa o dos y no me pasa nada esto de la lengua que siempre me crece no tiene importancia... Celina aquella noche yo pensé que volverías temprano...

— ¡Lo felicito, mi amigo, por su juego de garganta! Otro whisky más y Celina se va al fondo del olvido... —y el joven elegante se fue a saludar a unas muchachas que lo llamaban desde otra mesa.

Óscar le ofreció un cigarrillo a Rogelio, quien lo tomó como autómata.

—A-quí nohay(hip) nada quebe-berr —gritó enfurecido—, queme-den algo, algo (hip) debe-ber, sí, yoqui-ero be-berr, be-berr...

— ¡Cállate! —le ordenó Óscar—, que ya va a empezar el espectáculo.

todo está igual Celina como tú lo dejaste igual nada ha cambiado tus pantuflas verdes que te regalé en Navidad debajo de la cama el cuarto y toda la casa llena de ti de tu perfume estás en todos lados pero no estás Celina Celina dónde estás... —Ten-gola gargan (hip)ta seca, seca, yanopu-edo niha-blar, sí, yano. . . ¿quécla-se delu-gar ess (hip) éste donde-no (hip) ledan auno nada, nadade be-berr?

—Rogelio, contrólate, por favor, te lo suplico, piensa en el ridículo que haríamos si vienen a sacarnos.

—¿Qué desean beber los señores?

Óscar tomó un whisky y Rogelio otro, pero al momento aclaró: —Yono qui-e-ro be-ber, quie-ro queme trai-ga (hip) a Celina, Ce-li-na, por-queCe-lina sefuee... —Y al decir esto, le cambió el tono de la voz hasta llegar a ser casi sollozo—, Celi-nase fue ¿us (hip)tedd sa-be?, Ce-lina sefue, mi (hip)Ce-li-na...

En ese momento Rogelio casi se cayó con todo y silla sobre una dama opulenta y cargada de joyas a más no poder.

—¿Uss-ted vacan (hip)tar, algu-na (hip) a-ria?

—¡Me ha quemado el vestido! —gritó fuera de sí la mujer, al darse cuenta de que Rogelio le había apagado el cigarrillo en la falda de terciopelo.

—¿Ela-ria dela lo(hip)cura?, ¡per-fec (hip)to!, ¡ess-tá uss-tedd enn plan delaPe-ral (hip)ta!

— ¡El colmo, el colmo! Me ha arruinado para siempre mi traje, ¡y un vestido como éste!, no es posible, no es posible...

Las señoras que compartían su mesa y otras sentadas cerca de ella, la rodearon haciendo mil comentarios en voz alta y cuchicheos entre sí, mientras la orquesta ejecutaba una melodía con un ritmo tan desenfrenado y el baterista se despeinaba a tal punto que, al cubrirle los cabellos por completo la cara, podría decirse con justa razón que tocaba a ciegas. — ¡Mi vestido, mi vestido!

— ¡Pero qué desastre, Chata, tu vestido tan lindo...!

— ¡Y tan costoso! Tú sabes, querida, que es nada menos que un Balenciaga, me lo trajo Ramón, de París, cuando fue a la convención.

—Yo nunca pensé que fuera un Balenciaga, ¡claro que se ve a leguas que es un traje fino, pero aquí en México hay cosas muy bonitas, que no le piden nada a Chapareli, o como se diga!

—Los Balenciaga son costosos, costosísimos, Ramón lo mandó hacer expresamente para mí. Fue diseñado de acuerdo con el color de mis ojos y de mi pelo... —Y se echó a llorar.

— ¡Qué falta de consideración hacer estas cosas, es un crimen, un verdadero crimen...!

— Como dañar un Rafael o un Leonardo...

— ¿Dequéha-bla esa (hip) gor-da —preguntó Rogelio a su amigo, sin percatarse de que Óscar había enrojecido totalmente.

— ¡Sí, queridas mías, como se los digo, es un verdadero crimen...!

—Hay que llamar a la policía...

—Pe-ro ¿porr-qué gri-ta esamu-jer, porr-qué (hip) su-fre? Celina yo sé que tú me amas verdad Celina que me amas yo lo sé si lo sé cuando te enojabas conmigo porque no teníamos dinero siempre el maldito dinero yo te decía... bajaste con el vestido gris que tanto me gustaba "después me cuentas eso" yo te iba a platicar que...  qué bella estabas Celina aquella tarde sábado en la tarde no se me olvida olías tan bien tú siempre estás bella eres muy bella "no tardaré después hablamos" yo no quería que salieras esa tarde yo sólo quería pero tú... yo te quería decir "ahora vuelvo" y apenas dizque un beso en la mejilla no me dejaste ni que te besara en la boca "me vas a arrugar el vestido déjame no me despintes chao" sólo hiciste una señal de despedida con la mano yo te he estado esperando esperando Celina dónde estás Celina dónde...

—Siempre, en todos lados del mundo hay seres así de ordinarios, gente que uno ni siquiera conoce ni sabe de dónde sale, que uno jamás invitaría...

—Pe-ro... ¡sies a-ún lamis-ma, lamismí-sima (hip) mu-jer! Di-me Ós-car ¿qui-én es esaes-canda-losa y fe-a y gor-damu-jer? Sí, (hip) ¿essa gor-datan-fea...?

Y Óscar, que no sabía dónde meterse y le pedía a Dios que se lo tragara la tierra, le contestó:

—Es la esposa de don Ramón, es nuestra anfitriona. ¡Buena la has hecho! ¿Por qué, Dios mío, por qué tendré siempre esta infame y perra suerte?

—Yono laco-nozco niqui-ero cono-cerla. ¿Sa-bes Ós (hip)car?, nome guss-tan, ninun-ca, nun-ca, en-mi desgra (hip) ciada vi-da mehan gus-tado e-sass mu-jeres tan (hip) gor-das, estemal-dito hipo y gri-tonass … también Fifí te está esperando está muy triste si vieras qué triste está y qué solo se siente sin ti pasó días y días sin comer muchos días come Fifí Celina mañana vierte yo trataba y trataba de consolarlo pero el pobre perrito tan chiquito tan chiquitito tú lo mimabas mucho sí mucho más que a mí ¿verdad? no lo puedes negar el pobre Fifí tan mal acostumbrado me miraba con unos ojos tan tristes me sigue mirando Celina mirando con unos ojos tan tristes tan tristes que yo...

La variedad de las negras había comenzado. Y los dos jóvenes que estaban junto a la mesa de Óscar y Rogelio solicitaron permiso para sentarse allí. Óscar accedió, cortés: —Encantados, sírvanse sentarse. —Pero mientras se hacían las mutuas presentaciones, él pensaba, presa de la desesperación, que ahora sí había transpuesto las puertas mismas del infierno.

— ¿Cono-ceus-tedd (hip) aCe-lina?

—No tengo el gusto.

—Celi-naes muy be-lla (hip) tie-ne loso-jos azules (hip) yel pe-lo sí elpe-lo ne-gro ne (hip)gro ysus di-en-tes sonmuy blan-cos ti-ene loso-jos azules comun-lis-tón a-zul (hip) sí, a-zul dea-ma-necer comodi-ce  elma (hip)estro La-ra ¿ver-dadd? yti-eneun cu-erpo me-jor sise-ñor me-jor (hip) lodi-go yo porr-que yolo co-noz-co sinna-da  sintapa (hip)-rrabos co-molos desas —y señaló a las mulatas platinadas—, des-nudo sinna-da porrques mí-o ¿sa-beus-tedd?, tie-neel ca-bello ne-gro, ne (hip)gro yasí hass-ta-bajo délos hom-bros yon-du-lado... —y con la mano ejecutó el oleaje del cabello de Celina— ylo-so-jos  (hip) a-zules tana-zules comu-na tra-la la lala lala lalaaa...

—Ya está bien Rogelio, mejor mira la variedad.

—¿Desean  beber algo los señores? ¿Un  whisky, un coñac, un gin and tonic?

—Yobe-bo loque sea pe-roCe-lina seno-ja con (hip) mi-go, di-ce queyo... oigauss-tedd —y jaló de la manga del saco al joven que tenía a su lado—, Ce (hip)lina ess máslin-da quesa mu (hip)jer vestida deblan (hip)co, essano valena-da cerr-cade Celina, Ce-lina (hip) ti-ene elca-be-llo máss ne-gro y loso-jos máss azu-les sí pe-roCe-lina sefue, se fu-e... ¿sa-beus-tedd?

—Sí, claro, ya lo sé desde hace un buen rato.

—Peroe-ra miCe-lina. —Y volvió a jalar al joven, ahora de la solapa.

—Hay muchas Celinas donde quiera. Si le interesa le doy después algunas direcciones...

Celina Celina dónde estás días y noches esperándote semanas enteras sin dormir sin comer dónde estás Celina dímelo por favor sabes Celina yo voy a tener un buen sueldo te compraré muchas cosas muchas aquellos zapatos de charol que tanto te gustaban voy a ser rico Celina sabes muy rico muy rico deveras tendrás todos los vestidos que tú quieras de noche oigo tus pasos subiendo la escalera y tu risa te compraré cientos de perfumes miles de perfumes camino horas y horas buscándote ya no tengo zapatos ni pies te busco por todas partes en los parques a la salida de los cines pero yo sé que te encontraré Celina Fifi se va a morir si tú no vuelves y yo también ya no sé quién tiene la cara más triste si Fifí o yo haré lo que tú quieras todo lo que tú quieras lavaré los trastes que tanto odias iremos a fiestas te compraré una casa como ésta con muchos árboles y flores y piscina te llevaré al cine los domingos y los jueves y a diario si quieres porque yo seré muy rico tendré dinero a montones un automóvil para ti siempre a todas horas oigo tu voz apapachando a Fifí te voy a regalar un vestido rojo como aquel que llevabas cuando nos conocimos cuántos aplausos cuánto ruido quién hace tanto ruido Celina yo quiero estar solo contigo qué mujeres tan horribles se van a romper en pedazos en muchos pedazos tendrán que recogerlos con escoba ya no tengo escoba barro la casa todos los días para que la encuentres limpia te estoy viendo caminar moviendo las caderas déjame verte caminar siempre y reír reír a carcajadas como tú sabes enseñando los dientes no quiero verte enojada ni triste el agua tiene un color muy oscuro no se parece a tus ojos me paso las horas contemplando el cielo allí hay muchos ojos tuyos nuestra casa me da miedo me da mucho miedo estar solo pero cuánto ruido por qué tanto ruido y tanta gente dónde estoy Celina dónde estás tú...

—Qui-ero be-berr, be-berr, tengola gar-ganta (hip) seca quequi-ero u-na copa queme den u-naco-paporrr que...

—Ya viene el mesero, cálmate...

—Queyo qui-ero be-berr ¿me oyen? be-berr be-berrr...

Y sin esperar más se levantó y se fue tambaleando antes de que Óscar pudiera detenerlo. Rogelio sorteaba las mesas con gran dificultad, tanta, que Óscar no dudó de que se cayera de bruces sobre alguna. Sin embargo, no intentó ya seguirlo y decidió dejarlo a su suerte. Además, pensaba que al encontrar la copa regresaría. ¿A dónde más podría ir en ese estado?

Rogelio se fue tropezando a cada paso, hasta el extremo opuesto del jardín. Se quedó un buen rato apoyándose en el grueso tronco de un árbol, mirando fijamente la piscina en cuyas aguas oscilaban las luces de los faroles colgados en los árboles, produciendo dentro del agua formas indefinibles.

allí has de estar escondiéndote de mi si allá abajo viéndome sufrir y sufrir hasta ya no poder más ocultando tus ojos azules en la oscuridad del agua riéndote riéndote de que no he sido ni soy capaz de encontrarte pero ya sé si ahora lo sé que estás allí en el fondo acostada y desnuda esperando y riéndote desparramados tus negros cabellos en el agua y los peces entrando y saliendo recorriendo todo tu cuerpo descansando sobre tus senos sobre tu vientre jugando en ese cuerpo que es sólo mío sólo mío pero óyelo no serás de los peces ni del agua que te rodea y te esconde agua maldita que te cubre que me aparta de ti de tu cuerpo mío sólo mío oyes ni de los peces ni del agua mío solamente mío mío...

Y entre aquel frenesí, entre gritos y aplausos, unas burbujas y una ondulación en el agua no fueron vistas por nadie.

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