Una cabina telefónica - Wade Kenny

A Araña 0'Shay no le va muy bien en el mundo del deporte. Con uno o dos números desafortunados en la pista y un muchacho al que entran, en camilla en el vestuario antes de que haya terminado el tercer asalto, muy poco queda en los bolsillos de Araña, aparte de algunos pañuelos de papel.

Ahora bien, Araña 0'Shay no es distinto al resto de los muchachos, eso significa que cuando anda corto de pasta también anda corto de amigos. Nadie quiere aceptar su pagaré. Y si no aceptan su pagaré, no conseguirá los cinco céntimos necesarios para pagar el próximo plazo a Músculos McCluskey, lo cual no es nada conveniente, puesto que Músculos McCluskey no opera desde un lujoso banco ni utiliza la colección de tácticas que usan los banqueros. No le llaman Músculos por nada.
 
Ésta es, pues, la situación en la que Araña 0'Shay reflexiona cuando entra en el bar MaGoo el jueves por la noche. Está tomando la séptima botella de Schlitz cuando ve que un hombrecillo pelirrojo y con las patillas blancas le está mirando.
 
Está sentado a la barra, pero cuando Araña le mira, coge su vaso y se acerca a la mesa.
—Permítame que me presente, señor. Artemus Bartleby, a su servicio. —El hombrecillo inclina la cabeza al decir esto. Luego coge una silla y se sienta ante Araña—. Parece que está un poco preocupado, amigo mío. He podido observar que despegaba las etiquetas de todas las botellas que el camarero le ha servido, y eso, señor, es el espejo que me ha revelado su alma.
 
Araña no puede entender lo que este individuo está diciendo, porque normalmente no bebe tanto; ahora tiene la mente embotada y no encuentra sentido a las palabras del hombrecillo.
 
Pero sabe que los tipos que hablan así suelen tener mucha pasta, por lo que se prepara para darle el sablazo.
 
Oiga, si le interesa, tengo información de última hora sobre la tercera carrera de mañana.
Oh, lo siento, pero nunca apuesto. Y si lo hiciera, no necesitaría que me informaran por debajo de cuerda. Pero, amigo mío, ¿sería presuntuoso por mi parte suponer que disfruta usted con los juegos de azar?
 
Tras uno o dos minutos, Araña deduce lo que está diciendo su compañero, y le responde que sí, que de vez en cuando le gusta apostar un dólar:
Sobre todo cuando alguien bien enterado me pasa una información fresca.
—Bien, mi querido señor, me parece que no tiene usted motivo para estar aquí sentado con una expresión tan apenada si tiene la garantía de, ¿cómo lo llaman?, una buena retribución.
 
Ahora Araña empieza a jugar con lo que queda de la etiqueta de su última botella.
—Estoy buscando un patrocinador —anuncia.
¿Cómo dice?... ¡Ah, ya veo! Está buscando a alguien que esté dispuesto a hacer una modesta inversión en usted, para que mañana pueda tentar a la suerte. Bien, amigo mío, puede que precisamente yo sea el hombre que anda usted buscando.
Siempre estoy invirtiendo en la gente. Dígame, ¿de cuánto dinero estamos hablando?
¿Eh?
Es todo lo que dice Araña, pues está un poco perplejo.
¿Cuánto dinero necesita?
 
Araña abre tanto la boca que podría caber en ella una sartén. No sabe hasta qué punto puede tomarse en serio al hombrecillo; así que, aunque le gustaría sugerir una cifra considerable, se limita a decir:
—¿Uno de los grandes?
¡Cielo santo! ¿Cómo voy a invertir una suma así sobre la base de una primera impresión? No, no, lo siento. Tal vez, después de todo, no podamos hacer negocios. No pensaba invertir más de unos veinte dólares.
 
Bueno, el Dragón de Betty paga veinticinco a uno en la segunda carrera, y aunque es una apuesta arriesgada, Araña no tiene mejores proposiciones. Así pues, dice que los veinte pavos le convienen y tiende la mano.
 
—Oh, no, aquí no. Intercambiar dinero en un lugar público es..., bueno, es demasiado común. Le diré lo que debe hacer. A dos manzanas al norte de aquí, hay una cabina telefónica en la esquina. Vaya allí y marque este número.— El hombrecillo introduce una tarjeta con un número telefónico en el bolsillo de Araña—. Después de haber hecho eso, ponga su sombrero bajo la ranura de devolución de monedas. A propósito, no le importa que los veinte pavos sean en calderilla, ¿verdad?
 
Ahora Araña se da cuenta de que ese individuo es un excéntrico, por lo que coge la bebida y se levanta de la mesa. El hombrecillo pelirrojo y con patillas blancas no se mueve, pero observa a Araña, que va de un cliente a otro, tratando de conseguir unas monedas. Cuando finalmente Araña desiste, el hombrecillo le llama y le recuerda:
—Dos manzanas al norte, en la esquina.

Araña escucha, pero no contesta. Se limita a cruzar apresuradamente la puerta.
Da la casualidad de que Araña espera que le echen de una pensión que se encuentra seis manzanas al norte del bar MaGoo, por lo que, camino de su domicilio, pasa por delante de la cabina telefónica. Al margen de cuáles sean las probabilidades, Araña no es hombre que deje pasar una oportunidad, y puesto que no hay nadie mirando, entra en la cabina y marca el número. Después coloca las manos bajo la ranura de devolución de monedas.
 
No ocurre nada.
 
Araña 0'Shay despierta a veintisiete perros con sus maldiciones. Golpea con el puño uno de los lados de la cabina, pero no hay vidrio, lo cual es un factor positivo para Araña, ya que sus nudillos no son famosos por su resistencia. Se dispone a salir de la cabina cuando oye el tintineo de monedas de diversos tamaños que caen al suelo.
 
Araña se arrodilla y empieza a recoger una por una hasta la última moneda. Luego, se levanta y marca el número por lo menos otras seis veces, pero no sale ni un céntimo más. 
 
En fin, veinte dólares son veinte dólares, y Araña no es persona que se queje cuando ve cualquier clase de beneficio. Piensa que, a lo mejor, su suerte ha dado un giro. ¡Quizá el Dragón de Betty ganará mañana!
 
Pero el Dragón de Betty no corre lo suficiente ni para atrapar un resfriado, y no digamos al otro caballo. Así que la suerte de Araña no mejora, y se le está agotando el tiempo para quedar en paz con Músculos McCluskey.
 
Aquella noche, en el bar MaGoo, Araña vuelve a ver al hombrecillo pelirrojo.
—Por la expresión de su cara, presumo que su información fidedigna no lo fue tanto como usted había esperado.
Araña quiere preguntarle cómo manipula la cabina telefónica, y también desea sablearle otros veinte pavos, pero el hombrecillo sigue hablando y Araña no es tan rudo como para interrumpirle.
 
Mire, amigo, lo que usted necesita es un sistema, algo infalible, algo... Creo que se lo puedo proporcionar.
En cualquier caso, ahora un sistema no me serviría de nada, porque no tengo dinero para apostar y, si el lunes próximo no le pago, Músculos me hará aceptar cualquier ganancia póstumamente.
Bien, supongamos que dispusiera usted de otros veinte dólares para apostar y la garantía de que ganará. ¿Cree que podría pagar su deuda a tiempo?
—Veinte dólares son veinte dólares, y voy a tener que hacer una apuesta arriesgada si quiero saldar mi cuenta con Músculos McCluskey.
—Sí, sí, comprendo, pero si estuviera usted seguro, absolutamente seguro, de esa apuesta arriesgada... Veinte dólares le valdrían mil, ¿verdad?
 
Araña no va a conseguir la información de la cabina telefónica, y no le gusta el nombre del hombrecillo, por lo que se siente suspicaz. Pero necesita más dinero que de costumbre, así que escucha lo que el individuo dice.
 
Va a ganar una considerable suma de dinero, amigo mío, y naturalmente también yo espero beneficiarme de nuestro acuerdo. El hombrecillo se saca un papel del bolsillo—. Aquí tiene un contrato que me he tomado la libertad de redactar, en el que constan detalladamente nuestras mutuas obligaciones. No hay cláusulas evasivas, todo está muy claro. Me obliga a proporcionarle a usted veinte dólares iniciales, así como la oportunidad de multiplicar esa cantidad tan a menudo como usted desee. Y cuando fallezca, lo que quede pasará a mi poder.
 
Araña lee el papel cuidadosamente, pero es fácil de entender, todo está muy claro y sin tapujos, así que lo firma al pie. El hombrecillo hace que MaGoo actúe como testigo, y luego le explica a Araña lo que debe hacer.
Primero vaya a la cabina telefónica. ¿Tiene todavía el número que le di? Bien. Márquelo de nuevo y obtendrá otros veinte dólares. ¿Hasta aquí todo está claro? Araña 0'Shay hace un gesto de asentimiento.
 
—Muy bien. Ahora supongo que conoce ese servicio telefónico de noticias. Creo que el número es el seis, tres, ocho, dos, dos, nueve, uno. Incluye un informe sobre los acontecimientos deportivos de la jornada. Cuando haya conseguido los veinte dólares, marque ese número al revés. ¿Comprende, señor 0'Shay? Debe ser hacia atrás. Preste toda su atención a lo que dicen. Estoy seguro de que le parecerá muy interesante.
 
Araña 0'Shay asiente de nuevo, pero no está seguro de lo que ocurre. Piensa que, de todas maneras, conseguirá otros veinte dólares.
Se dirige a la cabina telefónica y consigue el dinero sin ningún problema. «Qué diablos», se dice entonces. Y marca el número de las noticias al revés.
 
«Buenas noches. Servicio telefónico de noticias. Once de la noche del sábado, ocho de agosto.»
Araña se queda perplejo, porque está seguro de que es viernes, a menos que se le haya pasado un día por alto, cosa que no es probable. Las noticias duran cinco minutos. Viene luego el informe del tiempo y, finalmente, los deportes. «En la segunda carrera, ganó Apuesta Arriesgada por una nariz, con Elección de la Dama y Alicia Muerta entre los tres primeros.»
 
¡Cómo! —exclama Araña, que aquel mismo día ha apostado en la segunda carrera y sabe que ésos no son los resultados de la carrera. Se dirige al quiosco de la esquina y coge un periódico.
 
—¡Eh, jefe! Si quiere leerlo, páguelo.
Araña está a punto de pagar los veinte centavos, cuando repara en la fecha.
—¿Cómo que a pagar? ¿A quién trata de engañar? ¡Éste ni siquiera es el periódico de hoy!
¿Qué diablos está diciendo? ¿Es que está majareta? ¡Mire!
Qué dice en ese rincón? Viernes, siete de agosto. Venga, amigo, déjese de trucos. Páguelo o déjelo donde estaba.
 
¡Viernes, siete de agosto! Aunque el cerebro de Araña 0'Shay no trabaja con mucha rapidez, todavía es capaz de sumar dos y dos. Compra el periódico y busca la relación de participantes para el sábado: Apuesta Arriesgada, Elección de la Dama y Alicia Muerta figuran en la segunda carrera.
—¡Aja! — exclama Araña—. ¡Ahora no puedo perder!
 
Entra de nuevo en la cabina telefónica y vuelve a marcar el número. Esta vez, cuando anuncian los resultados de la carrera, los anota en el periódico.
Las mejores probabilidades que Araña pueda encontrar son las de Desvalida Harriet, en la cuarta, por ocho a uno. Apuesta los veinte dólares por ella y luego apuesta el beneficio por Sueño de Mabel, en la novena, por siete a uno. Aquella noche, cuando entra en el bar MaGoo, tiene los bolsillos llenos de dinero.
 
El hombrecillo pelirrojo y de patillas blancas observa que Araña está muy contento esa noche.
—Supongo que todo le ha salido bien —dice.
—¿Cómo lo hace? —le pregunta Araña—. ¡Es usted un genio! ¿Cómo es posible?
 
Todo es posible —replica el hombrecillo—, pero muchas cosas son secretas, y mis métodos figuran entre esos secretos. No obstante, está usted muy feliz, y tiene motivos para ello. Todo el dinero con el que ha soñado está ahora a su disposición. Puede hacer realidad todos sus sueños.
 
Y eso es muy cierto. Ahora la buena suerte sonríe a Araña 0'Shay, y ya no le preocupa Músculos McCluskey. «A quién le importa que un hombrecillo se quede con el resto cuando yo muera», se dice. «De todos modos, entonces no lo disfrutaré, y ésa es una razón más para disfrutarlo ahora.»
 
Ahora ése es el empeño de Araña; cada vez que gana, compra algo nuevo. Un coche, una casa, un caballo..., lo que le apetece. Las muñecas empiezan a pulular a su alrededor. Magníficas muñecas, porque Araña tiene la clase de dinero que les gusta a las magníficas muñecas. Les compra diamantes y pieles, las lleva a espléndidas fiestas. Araña 0'Shay sabe cómo disfrutar del dinero.
 
Ya no se acerca por el bar MaGoo, de la misma manera que no va por ahí con la clase de individuos que frecuentan esos lugares. Pero una vez entra allí y ve al hombrecillo pelirrojo con las patillas blancas, que se acerca a su mesa. Charlan un rato y Araña le dice:
—Oiga, no entiendo por qué nunca me sablea ahora que tengo tanto dinero.
—¿Sablearle? Ah, ya entiendo, le extraña que nunca trate de sacarle dinero. Bueno, en primer lugar, no tengo derecho a hacerlo, ¿sabe? Según nuestro contrato, sólo me corresponde lo que quede cuando usted muera. Además, la verdad es que no necesito más dinero del que tengo ahora. Vivo cómodamente y no tengo caprichos caros. 
 
De hecho, en lo único que gasto el dinero sin necesidad es en mi colección de... «jarras» de oro. Sí, sí, hasta ahora he reunido veinte, todas diferentes y de todas las partes del mundo. Son muy bonitas, ¿sabe? Pero, desde luego, puedo permitirme ese capricho. No, no, muchacho. Ahora no tengo necesidad de dinero. Probablemente por eso no se lo he pedido. Me siento totalmente feliz con el arreglo que hemos hecho. Si usted no tiene ninguna queja, entonces yo también estoy contento. Y no hablan más del asunto.
 
A medida que transcurre el tiempo Araña 0'Shay es cada vez más rico. A veces, juega incluso sin usar la cabina telefónica, porque no tiene otra manera de gastar su dinero. Compra lujosos apartamentos a algunas de sus muñecas, y a otras les regala diamantes y abrigos de pieles.
 
Las personas que tienen algo que ocultar, sobre todo las codiciosas, temen que se descubran sus secretos, y Araña no es una excepción. Para evitar que le sigan, espera hasta que sean las tres de la madrugada para ir a la cabina telefónica.
Rápidamente marca el número al revés.
«Buenas noches. Servicio telefónico de noticias. Tres de la madrugada del miércoles, ocho de enero.»
 
Ahora Araña presta cuidadosa atención a todas las noticias, porque a veces le gusta apostar por otras cosas, aparte de los deportes, ahora que tiene dinero a espuertas. Pero parece que las noticias no traen nada excitante. Sin embargo, cuando ya casi finalizan, oye esto:
 
«Para acabar, un extraño suceso. Cuando los residentes de la calle Cuarenta y siete se dirigían esta mañana a sus puestos de trabajo, se llevaron una sorpresa al ver los restos de una cabina telefónica que de alguna manera se había incendiado durante la noche. Ardió con tal intensidad que sus paredes se fundieron. Se desconoce la causa del fuego. La policía sigue investigando.»
 
Araña huele a gasolina. Decide marcharse, aun sin oír las noticias deportivas, pero no puede abrir la puerta de la cabina. Golpea los vidrios (ya está repuesto el que faltaba). Grita pidiendo auxilio, pero no acude nadie.
 
Un instante después, una cabina telefónica de la calle Cuarenta y siete está envuelta en unas llamas que alcanzan los diez metros de altura. El fuego se extingue al cabo de cinco minutos. No brilla ni siquiera una chispa. Al otro lado de la calle, un hombrecillo pelirrojo y con patillas blancas baja de su coche. Abre el maletero y saca una escoba y un recogedor.
 
El hombrecillo cruza la calle y se dirige al lugar donde poco antes estaba la cabina telefónica, apila las cenizas con la escoba, las recoge y las introduce en la jarra dorada, luego la cierra y le pega una etiqueta adhesiva con la inscripción «N.° 21». Sube entonces a su automóvil..., y se lleva a casa lo que queda de Araña 0'Shay.

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