¡Que Peligro Matar! - Armando José Del Valle Rodríguez
- ¡Vamos deprisa! Comienza a amanecer y pronto Emiliano llegará al cruce del camino.- bajando la voz como temiendo ser escuchado, le susurraba Plinio a su compañero escondiéndose tras la gigantesca ceiba de donde se divisaba a lo lejos, en el fértil valle, el pueblo del Mortiño.
Para abril, en aquellas frías tierras, los destellos del alba invadían la oscuridad con más premura, como la que vivían aquellos dos maleantes en espera de su inocente víctima.
- Ya llega. Agáchese... - Plinio murmurando le dice a su compinche.
Emiliano, con signos de cansancio, lleva paso a paso su desgarbado caballo. De repente saltan de la maleza los bandidos y en medio de nada, lo han derribado a tierra. El destello de sus cuchillos rasga el alba, y el silencio sonoro de los grillos madrugadores es atravesado por los lamentos de Emiliano herido de muerte.
Rápidamente los fascinerosos han tomado sus sombreros y mochilas resguardados tras la ceiba y prestos se disponen a correr hacia el valle. Atónitos e inmóviles han quedado a pocos metros del crimen, al percibir una luz intensa y brillante, acompañada del sonido de un fuerte viento que se desprende del cuerpo inmóvil de Emiliano.
La resplandeciente luminosidad se corporaliza desplazándose en búsqueda de los asesinos. El frío y la parálisis han invadido la huida de aquellos hombres. Corriendo a traspasos, en medio del pánico y el desconcierto, logran sobreponerse a tan impactante misterio y corren despavoridos camino del Mortiño.
El intenso resplandor los persigue como un aire abrasador. En medio de ahogos y sudores por la fuerte carrera, llegan por el camino del cementerio a la plaza principal.
Plinio busca desaforadamente su casa ubicada en uno de los costados de la plaza. Al tratar de entrar en su morada, la humanoide luminiscencia se interpone en la puerta y su densidad aumenta impidiendo ver la entrada a su morada.
Las voces del difunto, acaballadas en el sonido, salen de aquel nudo moviente de luz y se propagan por todo el espacio circundante. Plinio y su compañero no pueden menos que arrodillarse y con sus cabezas entre las manos, pedir al cielo misericordia.
Hasta ese momento no entendían a qué obedecía semejante pesadilla. El espíritu de Emiliano de seguro permanecía vivo.
Pronto los familiares y vecinos se percataron del misterioso episodio. Los más valientes se acercaron a los atemorizados hombres, que para ese momento, se hallaban acurrucados como niños en medio de profunda soledad y abandono.
Los asesinos se tapaban desesperadamente los oídos, al parecer escuchaban voces inquisidoras y como locos gritaban frases incoherentes, que los curiosos allí presentes no alcanzaban a comprender.
El fulgor comenzó a recorrer las calles y techos de la población dejando a su paso un sinnúmero de fenómenos y prodigios nunca antes vividos en el Mortiño.
La señora Herminia padecía inmóvil en su cama por más de un año, después de caer y fracturarse la pierna derecha. Una fuerza interna venida del apacible resplandor, la invitó a ponerse en pie, logrando caminar de nuevo.
Juancho, niño marcado desde su nacimiento por la infame cruz de la parálisis cerebral, tras el paso del fantástico visitante, comenzó a enderezar sus engarrotados brazos y piernas, llamando por primera vez con voz entrecortada a su madre...
Nadie podía entender aquel prodigio. El júbilo invadió a todos los pobladores quienes se sentían maravillosamente poseídos de bondad y de paz.
Vencidos por la locura, los dos maleantes habían emprendido la fuga por las calles del pueblo presos del horror y la desesperación.
Después de varias horas de huir y tratar de liberarse de la presencia del brillo misterioso, acusador y justiciero, no tuvieron más alternativa que ponerse en manos de las autoridades del pueblo y confesar su crimen.
Desde entonces, Emiliano quedó
en las conciencias de todos los mortiñences como su guardián y protector. Nunca, delito alguno se volvió a cometer
entre sus habitantes, ni supieron con certeza
los hijos de los hijos de aquel lugar, si Emiliano vivió, pasó o murió
cerca de la ceiba, en la madrugada de Abril...
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