Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como arma

Pigmalión - Leopoldo Hurtado

—Veintiocho, treinta y dos, treinta y nueve, cuarenta y siete, cuarenta y siete, cincuenta y tres, cincuenta y cinco, llevo cinco; siete, once, diecinueve... —Seguía sumando una factura cuando oyó los tiros. Sonaron secos, duros, apagados por las alfombras y las paredes. El señor Dussek levantó la cabeza azorado y miró hacia el lado de los estampidos. Durante un instante quedó inmóvil y luego se lanzó hacia fuera. Tomó por el corredor, atravesó dos salas pequeñas y llegó al salón grande, del frente. A esa hora, con las luces apagadas, con la puerta de calle entornada, todo estaba en la penumbra. Alcanzó a divisar un bulto caído en el suelo y le llegó a las narices el olor de la pólvora. En la sala no había nadie, y la quietud del ambiente hacía el cuadro más impresionante aún. Con ojos desorbitados, el señor Dussek se acercó al bulto. Era el de un hombre de edad madura, caído de costado. En la alfombra comenzaba a ensancharse una mancha oscura. Abrió la cancela de vidrio, corrió ...

El límite infinito - Stanley G. Weinbaum

  Uno apenas elegiría la vida de profesor ayudante de mate­máticas en una Universidad Oriental, por insegura. En gene­ral, la gente piensa que los profesores son personas que dormitan en una existencia de sabihondos sosegada, y a un instructor de matemáticas se le considera como el más seco y menos bullicioso de los hombres, puesto que su tema de enseñanza es sumamente aburrido.  No obstante, hasta la abu­rrida ciencia de las cifras tiene sus soñadores: Clerk Maxwell, Lobachewski, Einstein y los demás. El último, el genial Albert Einstein, que está forjando la única cadena que haya unido nunca el sueño de un filósofo y la ciencia experimental, está remachando sus eslabones de tenues símbolos matemáticos, oscuros de pensamiento, pero inquebrantables.  No olvidemos que Alicia en el País de las Maravillas la escri­bió un soñador que al mismo tiempo era matemático. Yo no me clasifico entre éstos, pues soy demasiado práctico para alber­gar en mí cualquier fantasía. Mi profes...