El cuenco de cobre - George Fielding Eliot
Yuan Li, el mandarín, se recostó en su sillón de palisandro y habló sin alzar la voz: —Está escrito que un buen servidor es un don de los dioses, mientras que uno malo... El alto y corpulento hombre que permanecía humildemente en pie ante la figura enfundada en una túnica y sentada en su sillón, hizo tres reverencias apresuradas y sumisas. A pesar de que iba armado y de que le consideraban un hombre valiente, el miedo brilló en sus ojos. Podría haber quebrado al menudo mandarín de rostro lampiño doblándolo sobre su rodilla, y sin embargo... —Diez mil perdones, ¡oh magnánimo! —le dijo—. Lo he hecho todo obedeciendo vuestra honorable orden de no matar al hombre ni causarle una lesión permanente... He hecho todo cuanto he podido, pero... — ¡ Pero no habla! — murmuró el mandarín —. ¿Y me vienes con el cuento de que has fracasado? ¡No me gustan los fracasos, capitán Wang! El mandarín jugueteó con un pequeño cortaplumas que estaba sobre la mesi...