Hurleburlebutxz - Hermanos Grimm

 Érase un rey que estaba cazando y se perdió; entonces se le apareció un pequeño hom­brecillo de pelo blanco y le dijo:
          -Señor rey, si me dais a vuestra hija me­nor, os sacaré del bosque.
          El rey, por el miedo que tenía, se lo prometió; el hom­brecillo le llevó por el buen camino, se despidió de él y cuando el rey se iba le gritó aún:
          -¡Dentro de ocho días iré a recoger a mi novia!
          En casa, sin embargo, el rey se puso muy triste por lo que había prometido, pues la hija menor era a la que más quería. Las princesas se lo notaron y quisieron saber qué era lo que le preocupaba. Finalmente tu­vo que admitir que había prometido que le daría a la más joven de ellas a un pequeño hombrecillo de pelo blanco que se le había aparecido en el bosque, y que éste iría a recogerla dentro de ocho días. Pero ellas le dijeron que se animara, que ya engañarían ellas al hom­brecillo.
          Después, cuando llegó el día señalado, vistieron a la hija de un pastor de vacas con sus vestidos, la sentaron en su habitación y le ordenaron:
          -¡Si viene alguien a recogerte, ve con él!
          Ellas, en cambio, se marcharon todas de la casa.
          Apenas se habían ido llegó al palacio un zorro y le dijo a la muchacha:
          -¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vá­monos! ¡Al bosque!
          La muchacha se sentó en la cola del zorro y, así, se la llevó al bosque.
          Pero en cuanto los dos llegaron a un bello y verde lugar donde el sol brillaba bien claro y cálido, dijo el zorro:
          -¡Bájate y quítame los piojos!        
          La muchacha obedeció.
          El zorro colocó la cabeza en su regazo y empezó a despiojarlo.
          Mientras lo estaba haciendo dijo la muchacha:    
          -¡Ayer a estas horas el bosque estaba aún más her­moso!
          -¿Cómo es que viniste al bosque? -le preguntó el zorro.
          -¡Pues porque saqué con mi padre las vacas a pastar!
          -¡O sea, que tú no eres la princesa! ¡Móntate en mi ruda cola! ¡Volvemos al palacio!
          El zorro la devolvió y le dijo al rey:
          -Me has engañado: ésta es la hija de un pastor de vacas. Dentro de ocho días volveré a recoger a la tuya.
          Al octavo día, sin embargo, las princesas vistieron lu­josamente a la hija de un pastor de gansos, la dejaron allí sentada y se marcharon. Entonces llegó de nuevo el zorro y dijo:
          -¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vá­monos! ¡Al bosque!
          En cuanto llegaron al lugar soleado del bosque, dijo de nuevo el zorro:
          -¡Bájate y quítame los piojos!
          Y mientras la muchacha estaba despiojando al zorro suspiró y dijo:
          -¿Dónde estarán ahora mis gansos?                                                                  -¿Qué sabes tú de gansos?
          -Mucho, pues todos los días los sacaba con mi padre al prado.
          -¡O sea, que tú no eres la hija del rey! ¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Volvemos al palacio!        
          El zorro la devolvió y le dijo al rey:
          -Me has vuelto a engañar: ésta es la hija de un pastor de gansos. Dentro de ocho días volveré y como enton­ces no me des a tu hija, te irá muy mal.
          Al rey le entró miedo y cuando volvió el zorro le dio a la princesa.
          -¡Móntate en mi ruda cola, Hurleburlebutz! ¡Vá­monos! ¡Al bosque!
          Entonces ella tuvo que marcharse montada en la cola del zorro, y cuando llegaron al lugar soleado le dijo a ella también:
          -¡Bájate y quítame los piojos!
          Pero cuando el zorro le puso la cabeza en su regazo la princesa se echó a llorar y dijo:
          -¡Yo que soy hija de un rey tengo que quitarle los piojos a un zorro! ¡Si ahora estuviera en mi alcoba, po­dría ver mis flores en el jardín!
          Entonces el zorro vio que tenía a la verdadera novia, se transformó en el pequeño hombrecillo de pelo blan­co, y aquél era ahora su marido y tuvo que vivir con él en una pequeña cabaña, hacerle la comida y coserle, y así se pasó una buena temporada.
          El hombrecillo, sin embargo, hacía cualquier cosa por ella.
          Una vez le dijo el hombrecillo:
          -Me tengo que marchar, pero pronto llegarán vo­lando tres palomas blancas, pasarán volando muy a ras del suelo. Coge la que esté en el medio y cuando la ten­gas córtale enseguida la cabeza, pero ten cuidado de no coger otra que no sea la del medio u ocurrirá una gran desgracia.
          El hombrecillo se marchó. Y no pasó mucho tiem­po hasta que, efectivamente, llegaron volando las tres palomas blancas.
          La princesa puso mucha atención, agarró la del me­dio, cogió un cuchillo y le cortó la cabeza. Pero en cuan­to cayó al suelo apareció ante ella un joven y hermoso príncipe, y dijo:
          -Un hada me encantó y me condenó a perder mi fi­gura humana durante siete años, al cabo de los cuales, convertido en paloma, pasaría volando al lado de mi es­posa entre otras dos palomas, y si ella no me atrapaba o si atrapaba a otra y yo me escapaba estaría todo perdido y ya no habría salvación para mí. Por eso te pedí que pusie­ras mucha atención, pues yo soy el hombrecillo canoso y tú mi esposa.
          La princesa se quedó entonces muy complacida y se fueron juntos a casa del padre, y cuando éste murió he­redaron su reino.

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