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Los guerreros más valientes - Cuento sioux

 Unktomi-Araña viajaba todo el tiempo, no era alguien que pudiera quedarse quieto en un lugar. Caminaba por las praderas, las montañas y remontaba el curso de los ríos recorriendo todo el territorio sioux. Cierta vez, en uno de sus viajes, encontró un lago donde nadaba una gran bandada de patos. Unktomi estaba muy hambriento. (Araña siempre tiene hambre, pero a veces tiene más.) Nada más delicioso que un asado de pato. Pero ¿cómo atraparlos? El hombre-araña no necesitaba usar armas, para eso tenía sus trucos, con los que podía engañar a cualquiera. Era costumbre entre los sioux que, cuando una mujer moría, su esposo tenía que pintarse el cuerpo con arcilla blanca y cortarse el pelo, como forma de llevar luto. Eso fue exactamente lo que hizo Unktomi. Y se puso a caminar por la orilla del lago, gritando y llorando con desesperación. Los patos, sin embargo, lo reconocieron aun con su disfraz. Cuando se acercaba a la orilla del lago, se escapaban nadando a toda velocidad y les av...

Cultivando oro - Cuento árabe

 Abunawas le pidió prestado a un amigo joyero un kilo de oro, y montado en su asno se dirigió a las afueras de la aldea. Se sentó en la arena al costado del camino, por donde sabía que pasaba el sultán cuando salía de caza. Cuando el sultán llegó hasta allí, se quedó muy asombrado viendo lo que hacía Abunawas: estaba plantando pepitas de oro en la arena. –¿Qué haces, amigo? –Majestad, estoy cultivando oro. Crece muy rápido. –No me digas. ¿Y cuánto rinde? –Bueno, si planto hoy cien gramos, puedo tener doscientos gramos pasado mañana. –Mi querido Abunawas –dijo el rey–. Con tan poca semilla no vas a ganar nada. Te propongo que seamos socios. Yo te daré medio kilo de oro y veremos qué pasa. Te ofrezco la posibilidad de quedarte con el veinte por ciento de la cosecha. –¡Excelente idea, Majestad! –dijo Abunawas. Al día siguiente el pícaro llegó al palacio y en el Tesoro le dieron, por orden del sultán, medio kilo de oro para usar como semilla. Dos días después, Abunawa...

La liebre, la nutria, el mono y el tejón - Cuento japonés

 Un vendedor ambulante iba por un sendero cargando en una canasta algunas mercaderías que llevaba para vender. Caminaba muy tranquilo, sin saber que desde atrás de una roca un grupo de amigos de lo ajeno acechaba su paso: la liebre, la nutria, el mono y el tejón. –Veo cosas muy interesantes en esa canasta –dijo la liebre–. Y sé cómo podemos apoderarnos de ella. Nadie tiene tanto que no quiera más. En efecto, cuando el vendedor ambulante vio delante de sus ojos una liebre con una pata lastimada, pensó que sería fácil atraparla para comérsela en la cena. Saltando de aquí para allá, siempre fingiendo renguear, sin dejarse cazar pero sin escaparse demasiado lejos, la liebre lo alejó de su canasta. Cuando calculó que estaba a suficiente distancia, salió disparada como una flecha. Entre tanto, sus amigos se habían apoderado de las mercaderías. Pronto se reunió con ellos detrás de la roca para dividirse el botín, mientras el pobre vendedor se alejaba lamentándose de su suerte. En la...