El ojo en el dedo - Raúl Avila
Una tarde llegó un anciano a un pueblo. Se veía fatigado y hambriento. Tocó en la puerta de una casa. – ¿Quién es? –respondió una niña. – ¡Soy yo! -dijo el anciano. –¿Quién es yo? – ¡Pues yo! ¿Quién más ha de ser? La niña pensó que era algún latoso. Pero como en ese momento estaba jugando a “la casita” con sus amigas, se imaginó que todo era parte del juego y abrió la puerta. –¿Qué quieres? –le dijo al viejito. –Quiero pan –contestó. –¿Y si no te dan? –Entonces quiero queso. –¿Y si te dan un hueso? –Lo acepto si está cubierto. –¿Con plata y oro? –Con carne y todo. Entonces la niña le dijo al señor que pasara. Éste si sabe jugar –pensó–. Ahora si nos vamos a divertir mucho. Así pues, lo llevó a donde estaban jugando a “la casita” y allí le dieron muchas cosas de comer. Se ve que el viejito tenía hambre, pues se comió treinta y dos pasteles, quince caldos, veinticinco empanadas, nueve platos de ensalada y dos gelatinas (es que no les habían salido muy buenas a las niñas). Además, cada ve...