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Erlathdronion - Lord Dunsany

El que fuera Sultán en un lugar tan remoto de Oriente que sus dominios fueron  considerados fabulosos en Babilonia, cuyo nombre es hoy prototipo de lejanía en las  calles de Bagdad, cuya excelencia invocan por su nombre viajeros barbados a la caída  de la tarde con el fin de convocar oyentes a su recitación de cuentos, mientras se eleva  el humo del tabaco, suenan los dados y las tabernas rebosan de gente, estableció  también su mandato en esa misma ciudad y dijo: "Que sean conducidos hasta aquí  todos los sabios que puedan comparecer ante mí y regocijar mi corazón con su  sabiduría".    Los hombres se apresuraron y los clarines sonaron, y así fue como se presentaron al  sultán todos sus sabios. Y muchos fueron declarados no aptos. Mas de todos los que  fueron capaces de decir cosas aceptables, después de ser llamados Los Afortunados,  uno dijo que al sur de la Tierra había un País –coronado de loto, añadió– donde era  ver...

Dios, Tu y Yo… - Jean Ray

Después de más de veinte años de ausencia, regresé a Weston, mi pequeña ciudad natal, que había abandonado cargado de oprobio y pobre como una rata. Mi vuelta no estaba dictada por ninguna llamada de campanario ni por el deseo de reconciliarme con el pasado. Veinte años de filibusteo provechoso por los siete mares habían hecho del pobretón que yo fui todo un nabad. Mi viejo barco de carga, el Fulmar, fue a dormir en una dársena del fondo de un puerto, y mis cuentas corrientes en los bancos de Kingston, Singapoore y Alejandría fueron transferidas al Midland-Bank, de Weston. Bajé del tren a la hora en que el horizonte enrojecido se nublaba, y apenas hube franqueado la explanada cuando un individuo salió de la penumbra, sombrero en mano. —Notario Mudgett… ¡Su notario, capitán! He recibido sus órdenes de Colombo y he podido hacer, en su nombre, la adquisición de un inmueble que, espero, responderá a sus deseos. ¡Qué feliz casualidad encontrarle a usted en el preciso momento que da sus prim...

La canción de Thelinde - Roger Zelazny

A través del atardecer, al otro lado de la montaña, bajo una luna enorme y dorada, Thelinde estaba cantando. En el elevado salón brujesco de Caer Devash, circundado por completo de pinos y reflejado muy por debajo de las rocas en el plateado río denominado Denesh, Mildin oyó la voz de su hija y las palabras del canto:   «Los hombres del Oeste son fuertes, los hombres del Oeste son valientes, pero Dilvish el Maldito regresó e hizo de su sangre fríos torrentes. Mientras lo perseguían de Portaroy a Dilfar, en la zona oriental, Dilvish montaba una criatura traída del Infierno: un negro y metálico animal. No lograron herir ni detener a su montura, el caballo que los hombres llaman Black, porque el coronel adquirió enorme sabiduría con la maldición de Jelerak...»   Mildin se estremeció, cogió su reluciente capa de bruja (ella era Dama del Aquelarre) y tras echársela a la espalda y atársela al cuello con la ahumada Piedra de la Luna, se transformó en u...