Colgado o fusilado - Cuento árabe

 Cuando nació la hija mayor del califa, los magos y adivinos de la Corte fueron convocados para predecir su fortuna. Para espanto de sus padres, todas las profecías coincidían: los astros anunciaban que la princesa se casaría con un pobre extranjero. Era muy mala noticia, pero al menos se podía hacer algo para tratar de evitarla.

El poderoso califa nunca había tenido simpatía por los extranjeros. Pero desde entonces, los odiaba y les temía. No le interesaba que entraran en su reino y quería darles una buena razón para mantenerse alejados. Al mismo tiempo, no se conformaba con ser recordado como un gobernante más, y pretendía hacerse fama de ingenioso. De modo que en lugar de prohibir simple y llanamente que cualquier extranjero cruzara la frontera del país, hizo promulgar el siguiente bando: Todo extranjero que pretenda entrar en mi reino, está obligado a decirles a los guardias de la frontera algo sobre sí mismo.

Si miente, será fusilado;

pero si dice la verdad, será colgado.

La noticia se propagó enseguida por los reinos vecinos y durante mucho tiempo el país del califa quedó aislado, ya que nadie se atrevía a acercarse siquiera a sus peligrosas fronteras.

Pero cierto día, un humilde pastor de un país limítrofe, que no tenía más tesoros que su brillante inteligencia, se presentó ante los guardias de la frontera. Y cuando exigieron que dijera algo de sí mismo, contestó así: “Hoy seré fusilado”.

Confundidos, los guardias llevaron el problema ante el califa.

–Difícil problema –dijo el califa–. Si lo fusilo, quiere decir que dijo la verdad y, según la ley, debería ser colgado. Pero si lo cuelgo, mintió y la ley dice que en ese caso hay que fusilarlo.

Y así tuvieron que dejar pasar al ingenioso pastor. Por supuesto, el califa quiso conocerlo. Cuando comprobó sus grandes capacidades, lo nombró consejero.

Como se pueden imaginar, pronto se cumplió el destino que los magos y adivinos le habían anunciado a la princesa.

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