Pedro Urdemales lo sabe todo - Cuento de América latina

 Por los caminos andaba Pedro Urdemales y todos hablaban de sus mil trampas y picardías. Un estanciero, que conocía su fama, creyó que sería fácil quitarle las mañas. Un patrón severo, que lo tratara con rigor, era todo lo que necesitaba ese atrevido para marchar derecho. Y lo tomó a su servicio.

–Usted va a hacer exactamente lo que yo le diga.

–Pero claro, patroncito –dijo Pedro–. Le voy a cumplir tal cual lo que usted ordene.

–Muy bien –dijo el patrón, contento, pensando que con un par de gritos ya lo tenía controlado–. Mañana se va a arar el campo bien temprano. ¡Y no me ande con vueltas!

Al día siguiente, bien temprano, Pedro Urdemales se levantó, unció los bueyes al arado y se largó a arar el campo todo derecho. Siguió derecho hasta llegar al alambrado, cortó el alambrado y siguió nomás, por el camino, por los campos de los vecinos. A la noche tuvieron que ir a buscarlo. Había llegado hasta otra provincia arando todo derecho sin parar.

El patrón estaba furioso, pero tuvo que reconocer que Pedro no había hecho más que cumplir exactamente sus palabras: ¡no le anduvo con vueltas! Entonces lo intentó otra vez.

–Mañana se va a arar otra vez, pero cuando llega al límite del campo, da la vuelta. ¿Entendió?

–Sí que entendí, patroncito. Doy la vuelta, nomás.

Y a la mañana siguiente, allí se fue Pedro con los bueyes y el arado. Iba de una punta a la otra y daba vuelta... siempre yendo y viniendo por el mismo surco. A la tardecita habían cavado el surco tan profundo que parecía una trinchera y sólo se veía sobresalir del pozo el sombrero de Pedro y los cuernos de los bueyes.

El patrón estaba furioso, pero otra vez tuvo que aceptar que Pedro no había hecho más que cumplir sus órdenes al pie de la letra. Entonces trató de pensarle una tarea que no tuviera nada que ver con arar el campo.

–Para mañana le encargo que me haga un corral de ovejas.

–¿Un corral de ovejas? ¿Está seguro, patroncito?

–¡Segurísimo! ¿Cuántas veces tengo que repetirle las cosas? ¡Un corral de ovejas!

Al día siguiente Pedro se fue a buscar las ovejas, las mató toditas y se puso a apilarlas en forma de corral. Ni qué decir el ataque que le dio al patrón cuando le fueron a contar. Estaba a punto de estallar de furia.

–¡Un corral para las ovejas te mandé hacer, maldito!

–Y me lo hubiera dicho así, patroncito. Usted me dijo un corral de ovejas. A mí me pareció raro, por eso le pregunté...

Ya lo único que quería el hombre era librarse de Pedro. Ese pícaro era un peligro: por su culpa, todos los trabajadores se burlaban de su patrón. Por eso, antes de dejarlo ir, quiso hacerle pasar un papelón en público.

El domingo después de misa reunió a todos los hombres que trabajaban sus campos y a sus familias para que vieran cómo ponía en problemas a Pedro haciéndole preguntas que no podría responder.

–¿Qué estoy pensando en este momento, Pedro? –le preguntó el hacendado.

–Está pensando en cómo me puede embromar –contestó Pedro, tan rápido y tan certero que el otro no lo pudo negar.

–¿Dónde está el centro del mundo? –preguntó el hacendado.

–Aquí nomás, donde pisa la pata izquierda de mi mula –dijo Pedro–. Y si no me cree, hágalo medir.

–¿Y qué distancia hay de aquí hasta el cielo?

–Está muy cerca. Tanto que si a usted lo matan y se va para arriba, aunque yo le hable desde aquí, muy bajito, igual me va a oír bien. Si quiere, hacemos la prueba.

–¿Cuántas estrellas hay en el cielo?

–Tantas como pelos hay en su bigote.

–¡Disparates!

–Si tiene dudas, suba a contarlas.

–¿Y cuántos pelos hay en mi bigote?

–Yo se los cuento enseguida. Eso sí: para no equivocarme, se los voy a tener que arrancar uno por uno.

–¿En cuántas carretadas se puede llevar enterito todo ese cerro?

–En una sola, amigo –contestó Pedro–. Sólo tiene que conseguir un carro que sea justo de ese tamaño.

El hacendado se tuvo que dar por vencido, entre las risas de sus trabajadores, que aplaudían a Pedro con todas sus ganas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El deseo - Roald Dahl

El ojo en el dedo - Raúl Avila

Se solicita sirvienta - Patricia Laurent Kullic