El monstruo y la doncella - Zelazny Roger

 Un gran desasosiego cundió entre la gente, pues había llegado otra vez el momento de la decisión. Los Mayores votaron por los candidatos y el sacrificio fue ratificado a pesar de las objeciones de Ryllik, el más viejo.

—És un error capitular de esta manera —argumentó.

Pero no le respondieron, y llevaron a la joven virgen a la gruta de los humos y le dieron las hojas del sopor.

Ryllik miró con desaprobación.

—No tendría que ser así —declaró—. Es un error.

—Siempre ha sido así —dijeron los demás— en la primavera y el otoño de cada año. —Y miraron con preocupación hacia el sendero donde el sol vertía la mañana sobre el mundo.

El dios ya viajaba por el frondoso bosque.

—Es hora de partir —dijeron.

—¿Alguna vez pensasteis en quedaros y ver qué hacía el dios monstruoso? —preguntó Ryllik con amargura.

—¡Basta de blasfemias! ¡En marcha!

Ryllik los siguió.

—Cada año quedamos menos —dijo—. Un día no podremos ofrecer más sacrificios.

—Ese día moriremos —dijeron los demás.

—Entonces ¿para qué prolongar la situación? —preguntó—. ¡Luchemos contra ellos... antes de que dejemos de existir!

Pero los otros sacudieron la cabeza, resumiendo la resignación que Ryllik había visto aumentar a medida que pasaban los siglos. Todos respetaban la edad de Ryllik, pero no aprobaban sus pensamientos. Echaron una última mirada hacia atrás en el momento en que el sol envolvía al ruidoso dios que se acercaba sobre su montura de gualdrapa dorada, con la lanza mortal colgada en un costado. Dentro del lugar donde nacían los humos la doncella sacudió la cola a un lado y a otro, poniendo los ojos en blanco debajo de las juveniles placas de la frente. Sintió la presencia divina y empezó a bramar.

Ellos dieron media vuelta y se alejaron pesadamente por la llanura.

Cuando estaban llegando al bosque, Ryllik se detuvo y alzó una escamosa extremidad delantera, como buscando a tientas una idea. Finalmente habló:

—Me parece recordar —dijo— un tiempo cuando las cosas eran diferentes.

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