Statu quo - Roberto Perinelli

Cierta mañana, un niño tocó el timbre y cuando la mujer le abrió la puerta, se metió dentro y se instaló con la desenvoltura de quien se siente en su verdadero hogar.
Hay que lamentar que, con su presencia, el niño quebró la frágil armonía matrimonial, porque el ama de casa lo encontró muy parecido a su marido y armó el escándalo, asegurando a los gritos que esa criatura era el fruto de un desliz del hombre con alguna mujerzuela.
El esposo se resignó y aceptó el cargo. Cómo negarlo cuando el niño, además de ser su fiel reflejo, lo copiaba hasta en los menores gestos.
Varios días después un niño llamó a la puerta y también se alojó con la confianza del primero. Este era, a ojos de cualquiera, un calco de la mujer: una misma manera de caminar, de pararse, la misma seductora sonrisa y hasta el defecto de bizquear cuando se sorprendía.
Desde entonces la pareja permanece alerta, atenta al sonido del timbre. Cuando suena, y no importa cuál de los cónyuges sea el que atienda, si se trata de un niño lo echan a las patadas, escaleras abajo, puesto que estando las cosas a la par, un tercer hijo daría por tierra con la recuperada concordia conyugal.

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