Benzulul - Eraclio Zepeda
Mientras avanzaba por
la vereda, una parte de su cuerpo se iba quedando en las marcas de sus huellas.
Podría haberse quedado ciego de pronto (por una brujería de la nana Porfiria, o
por un mal aire, o por el vuelo maligno de una mariposa negra), y a pesar de
ello, seguir el camino hasta el pueblo sin extraviarse. No había una hiedra que
no conociera; ni el pino quemado y roto por la piedra del rayo, ni el nido de
la nauyaca, habían escapado al encuentro de sus ojos.
El estar caminando era
su vida. Juan Rodríguez Benzulul conocía de memoria todos estos rumbos.
Veintidós años de marcar los pasos en esta vereda; dejar su seña en el polvo o
en el lodo, según la época.
—Cuando asomó el
gobierno pa’ dar las tierras ya, cuanto hay, entendía yo de veredas. Cuando, en
después, las volvieron a quitar, ya no había quien supiera más que yo.
No había cerro, no
había cerco, potrero, milpa o llano, que no tomara, en el recuerdo de Benzulul,
la forma de un suceso.
En estos lomeríos hay de todo. Todo es
testigo de algo. Desde que yo era de este tamaño, ya eran sabidos de
ocurrencias estos lados.
La misma caminata.
Siempre el mismo rumbo. De Tenejapa al aserradero, del aserradero para
Tenejapa. Las mismas señas. Los mismos pinos. En este árbol colgaron al Martín
Tzotzoc para que no le fuera a comer el ansia, y empezara a contar cómo fue que
los Salvatierra se robaron aquel torote grande, semental fino, propiedad del
ejido. Este árbol, sí, este mismo, fue el final de Martín Tzotzoc.
El camino lo ve todo lo que pasa. Y el
que vive en el camino sabe mucho. Yo averiguo cada huella, cada casa, cada
bestia, cada muerte. Eso sí, por nada Platico lo que encuentro. Es de mucho
peligro. Capaz quedo en algún roble Igual que un judas, pa’ alegración de los
zopilotes. El Martín Tzotzoc tuvo mala suerte. ¡Si no va a ser mala suerte irse
a topar con un trabajo de los Salvatierra! Todo lo vio. Desde que se lo
pusieron al toro la gaza, hasta que se lo fueron llevando jalandito. Luego, el
Encarnación Salvatierra regresó para borrar las señas, y allí se lo encontró.
El Martín dijo que no iba a decir nada pero el Encarnación no muy le quiso
hacer caso, ¡No más se lo pepenó del pescuezo y se lo llevó pa’l roble! Allí lo
encontraron columpiándose, con un mosquero que ni dejaba echar la bendición
siquiera. Mala suerte del Martín Tzotzoc. Yo desde ese ínter, me hice la
obligación de no decir nada.
Para llegar a Tenejapa
es menester cruzar el arroyo que baja del cerro con el agua siempre fría.
Benzulul llenaba diariamente el tecomate en este arroyo para conservar, aun
dentro de su choza, el olor a montañas. Ya a estas horas, por ahí de las seis
de la tarde el agua se enfría más todavía. No es que sea noche cerrada, al
contrario, todavía hay mucha luz; el sol aún marca una larga sombra que nace en
el talón de los caminantes.
El río tá fresco siempre.
Siempre canta. Siempre camina. Mucho sabe el río. Pero no dice nada. Por eso tá
fresco. Es mejor no meterse en parcela cercada. No cuenta lo que ve. Por eso tá
fresco. Por eso no muere nunca. Todo lo guarda en el fondo. Cuando hay un
ocurrido, lo convierte en piedrita redonda y se lo guarda en el fondo. Allí lo tiene
y no lo dice. Por eso tá fresco. Las piedrillas tán siempre guardadas y allí
van creciendo. Son huevos de montaña. Cuando es el tiempo acabalado, se hacen
piedrotas pa lavar ropa o pa jimbarse de cabeza al río. Después crecen más y se
van a donde falte un cerro, y el río tá siempre fresco. Es mejor guardar lo que
se ve. No contarlo.
Se lavó las piernas en el arroyo. Le
agradaba sentir cómo se hundían los pies en las hojas sepultadas en el fondo.
Piedras y hojas y agua; de allí nace todo –decía la nana Porfiria.
La nana Porfiria sabe
mucho. Pero es igual que el río. Tampoco dice nada. No muy habla de todo lo que
tiene alzado en su tapanco. Hartos envoltorios tiene. Allá los deja. Dice que
son almas. Cosas del diablo. Por eso es mejor que se queden allí.
La nana dice que uno es como los
duraznos. Tenemos semilla en el centro. Es bueno cuidar la semilla. Por eso
tenemos cotón y carne y huesos. Pa cuidar la semilla. "Pero lo más mejor
pa cuidarla es el nombre", dice. Eso es lo más mejor. El nombre da juerza.
Si tenés un nombre galán.. galana es la semilla. Si tenés nombre cualquier
cosa.. tás fregado. Y eso es lo que más me amuela. Benzulul no sirve pa guardar
semilla.
Se quedó sentado en la
orilla del arroyo, para que el agua siguiera calzándole con una larga bota
clara. Con la cabeza sobre las rodillas, Juan Rodríguez Benzulul recordaba.
Su padre, el José
Rodríguez Chejel, se fue un día, hace tiempo, a trabajar a las fincas de café.
No volvió nunca. Agarró el rumbo hace veinte años. Apenas si conservaba, como
una sombra, igual que un ruido, el recuerdo de su padre. Ya ni se le esperaba.
Hasta la vieja Trinidad, la madre, cuando murió, ya había perdido toda
esperanza. Tal vez el José Rodríguez Chejel había hecho algo malo y los
patrones lo ajusticiaron. Ya ni se le esperaba.
Si el tata
hubiera tenido buen nombre, seguro que regresa. Pero ya dije: Benzulul, o
Chejel no es garantía. Por allá se quedó con la semilla podrida. También mi
nana Trinidad no tuvo buena defensa. Se murió de hambre cuando estuve preso.
Fue cuando me llevaron por una confundida. También por ser sólo Benzulul. ¡A
que al Encarnación Salvatierra no se lo confunden! Cuando se dieron cuenta que
yo no era el criminal que decían, me dejaron regresar. ¡Ya cuanto hay la habían
enterrado a la nana Trinidad! No tuvo nombre tampoco. Y cuando es así, la
semilla se seca. Algún día yo también voy a quedar con el centro hecho mierda.
Y desde siempre
ha sido así. El que tiene buen nombre de ladino, nombre de razón, ese tá
seguro. Ese hace lo que quiere y siempre tá contento. Pero eso de llamarse
Benzulul, o Tzotzoc, o Chejel tá jodido.
Aquí lo veo mi
cara retratada en el agua. Sé que Soy de por estos lados. Todo lo dice: el
sombrero, la faja, la facha. Pero si yo dijera: AQUI TA ENCARNACIÓN
SALVATIERRA, todos me vendrían a saludar, y ya no se están fijando si vengo a
pie, o vengo montado, o si tengo escopeta, o si mato. Nada. Pero si digo: AQUI
TA JUAN RODRIGUEZ BENZULUL, la cosa se empieza a descomponer. No falta quien me
dé una jaloneada, o tal vez me dan una patada, o me meten a la cárcel o de
plano me dejan colgado como al Martín, con la semilla hediendo y lleno del
mosquero verde.
De un salto se puso en
pie y continuó el camino. La luz se iba haciendo a cada paso más extraña. Ya no
se podía ver al pino que se destaca arriba del cerro. Las luciérnagas se
encendieron y fueron a rondar los matorrales.
El Encarnación Salvatierra tá seguro.
Lo tiene su nombre, brilloso como una luciérnaga. Todos averiguan que tiene
semilla grande nomás de oír: Encarnación Salvatierra. Hace maldá y es
respetado. Mata gente y nadie lo agarra. Roba muchacha y no lo corretean. Toma
trago, echa bala y nomás se ríen y todos se contentan. Por estos rumbos sólo
los endiablados tienen la semilla a salvo. Pero ahí tá el nombrón que los cuida
y los encamina. En cambio uno, por andar de cumplido y derecho tiene que estar
todo lleno de enfermedá, con la barriga inflada de hambre, con los ojos
amarillos por la terciana; lo meten a la cárcel y cuando lo sueltan ya tá
muerta la nana Trinidad, ¡Pa que putas! Ahí tá el Martín Tzotzoc: nunca mató,
nunca robó, no llevó muchacha; nunca se metió en argüendes. ¿Y pa qué? Sólo pa
quedar guindado de ese roble con los ojos chiboludos como de pescado y los
dedos todos morroñosos: del coraje, digo yo. Los que tienen el nombre hagan
maldá, hagan pecado, todo les sale bien, todo les trae cuenta.
Con el machete bajo
del brazo, listo, por si asoma alguien, por si sale culebra, por si hay ganas
de hacer leña, Juan Rodríguez Benzulul iba pensando.
Por el cerro de la
derecha, las nubes, ya prietas en la noche, tomaron, lentamente, una claridad
sencilla. Las sombras se extendieron nuevamente a las pies de Benzulul.
Me gusta cuando hay luna. Se ven cosas
en el camino. La claridad saca animales. Los conejos se sientan abajo de los
pinos pa ver al tata conejo que tá en la cara de la llena. Se fue a visitarla
una noche y allá se quedó sentado. Los venados también asoman. Les gusta creer
que la luna es una lámpara que no encandila, que no mata. Cuando la ven entre las
ramas del ocote parece una castaña colgada.
Cuando hay
luna las cosas cambian. El camino
cambia. Uno cambia. Asoman cosas del fondo de ríos. (Tal vez las piedras que
van a convertirse en montañas). También asoman muertos. Muertos que como el
Martín, como mi tata y mi nana, que, como yo, no tuvieron nombre. Lo andan
buscando pa cubrir la semilla. A mi no me gusta encontrar espantos. Pero la
luna los trae al camino y el caminos es de todos.
Las sombras
bailaban con el viento. El viento hacía una flauta con las ramas de los
árboles. Los árboles se hacían más altos, anuncia aparecidos al camino.
Los perros
miran a los muertos. Cuando un cristiano se pone cheles de perro mira a los
muertos. Yo quise ponérmelos pa ver al tata, pa ver a la nana. Pero el perro se
murió y ya no se puede. Los muertos sin nombre ya no guardan la semilla, dice
la nana Porfiria, pero tienen que llevar hojas pa envolverla. Se les la semilla
cuando mueren, pero tienen la obligación
de buscarla. En la noche con la luna es cuando buscan las hojas... Los que
tienen nombre se quedan con la semilla en su lugar. Cuando yo muera voy a
seguir caminando este camino: Juan Rodríguez Benzulul no dejará el camino. ¿Si
consigo un nombre todo cambia! Encarnación Salvatierra va a morir sabroso. No va a aparecer en la
noche. No va a espantar. No va a llorar. Tiene nombre.
En una vuelta de la
vereda aparecieron de pronto las luces de Tenejapa. Se destacaban en la noche,
igual que ojos de tigre, los quinqués de Tenejapa.
Benzulul no temía al
camino. No podía tener miedo de la tierra que conocía sus pasos. Su cuerpo
había quedado, poco a poco, sembrado en el camino. Primero, sólo el sudor,
después sus huellas, después sus palabras. Después todo él. Benzulul no temía
al camino pero sintió alegría de llegar al pueblo. Las noches de luna le ponían
sobre aviso.
Ya dije que me gusta la claridad de la
luna. Pero siempre como que me entra un frío por los ojos. Cosas de muertos.
Sólo faltaba rodear la
alambrada del panteón para llegar a las primeras casas. Las tumbas, blancas,
solas, quietas, se cubrían de lunares con las sombras del ciprés. Benzulul
apresuró el paso.
Aquí adelantito, a mano derecha.. tá
enterrado el Martín. A ladito tá la nana. Ahora deben andar buscando nombres.
Pobre Martín. Pobre la nana.
Ya para llegar al palo
de encino, que separa la vereda de la alambrada, esa misma encina que guarda
zopilotes y cuervos en la tarde, Benzulul escuchó pasos.
Se arrastraban sobre la hierba del
panteón. Oyó su nombre.
Apresuró el paso y sintió que un miedo
espeso le agarraba el pecho.
—Juan, Juan; Juan
Rodríguez Benzulul. Juan Esperáme —volvió a oír.
Quiso voltear pero le
ganó el miedo. Sintió cIarito que la espalda se le abría en un gran surco frío.
Las piernas se cubrieron de un vibrar como de hormigas. Los dedos de las manos
se le pusieron tiesos y empuñó el
machete.
—Juan. Hijo, esperáme.
La voz venía de por
aquí cerquita nada más. Por la tumba del Martín; o tal vez por la tumba de la
nana.
—Juan. Paráte por vida
tuyita.
—La nariz se le cubrió
de sudor frío. El miedo le punzaba las tetillas.
— Juan. Hijo. . .
No supo cuándo empezó
a correr. Los cuervos aletearon en las ramas de la encina cuando él pasó corriendo.
—Juan. ..
Sofocado, sudoroso,
Benzulul no se detuvo, sino mucho después de cruzar las primeras casas.
—Ave María —dijo al
detenerse a Ia puerta de su jacal.
A las siete de la
noche ya no hay nada en Tenejapa, sólo el silencio. A veces se deja llegar un
grito que avisa la alegría o el dolor de un hombre. Después nada. Sólo el
silencio. Algún perro ladra inexplicablemente —a los fantasmas, a los
aparecidos—, dicen. Después nada. Sólo el silencio.
Benzulul se dejó caer
pesadamente en un banquillo. Recorrió su choza con la vista. Todo estaba igual.
Todo en su sitio. Nada faltaba.
Sólo el nombre, se
dijo.
Se quitó el gran
sombrero de palma, y lo arrojó, cansado, sobre un cofre.
—Los muertos tan
saliendo. Buscan hojas pa la semilla.
Hundió sus dedos en el
cabello despeinado y grueso. Se pasó la palma de la mano por la frente
estrecha.
Sería el Martín. Tal vez fue mi nana;
hasta me dijo: hijito. Pero el vivo es vivo y el muerto es muerto, manque
naiden, ninguno tenga nombre.
Bebió un largo buche
de agua en su tecomate. Hizo gárgaras y lo escupió sonoramente sobre el suelo.
Una pequeña polvareda se levantó del piso de tierra. Las gotas quedaron
clavadas firmemente.
— El Encarnación Salvatierra no
hubiera salido huyendo. El lo tiene su nombre que lo respalda. No necesita de
nada. Pero yo sí corrí. Yo soy Benzulul. El es el Encarnación Salvatiera. ¡Me
lleva el carajo!
—Se levantó para
prender el rescoldo. El café y el frijol y el maíz, esperaban al lado. Es hora
del estómago.
—Colocaba los leños
entre las tres piedras negras, cuando sonaron golpes en la puerta. Se irguió
rápidamente. De nuevo el hormiguear de las piernas.
—¿Qué. . .? —preguntó
apagadamente.
—Abríme hijo.
Retrocedió hasta tocar
con la gruesa espalda la pared del fondo.
No decía nada. Así se
estuvo con el muro moldeándole la espalda. Los ojos negros abiertos hasta el
dolor. La boca firmemente cerrada.
La puerta se abrió
lentamente.
—¿Qué tenés hijo? Tas
de mala cara. ¿Cómo te consentís?
Así dijo la Porfiria
entrando al jacal. Al asentar el
pie derecho, las arrugas de su rostro dibujaban una mueca
de malestar. Sus blancas greñas, sucias de lodo, el envoltorio de la falda
raída y magras sus viejas carnes; la Porfiria observó largamente todos los
objetos, todos los pomos, todas las cosas del jacal, todo el miedo de Benzulul.
—Sos vos, nana
Porfiria. Sentáte. ¿Qué querés?
La vieja se dejó caer
al suelo. Depositó cuidadosamente, a un lado, un paquetito cubierto con un
paliacate. Se mojó con saliva. un dedo y lo untó trabajosamente en el talón del
pie derecho.
—Te hablé hace rato,
hijo. Por el camposanto. Vos aliste juyendo.
—No te oyí, nana —Benzulul
se acercó al rescoldo y colocó los leños.
—Te hablaba pa que me
ayudaras a caminar. Lo lastimé este pie con una espina de cuernito. Estaba
buscando huesos de costía pa una limpia que me encargó el Eusebio. Luego lo
sentí el dolor. Te vi pasar y te hablé. Me dolía el pie. Pero vos te juyiste.
—No te oyí, nana.
—Hasta los muertos me
oyeron hijo. ¿Por qué tenés miedo?
—No sé. Me cundió de
pronto.
—Sos miedoso.
— A veces. Cuando hay
luna. Cuando hay frío. Cuando hay muertos.
—Dejá los muertos en
paz. Preocupáte de los vivos. Ese es el peligro. Los muertos viven. Los vivos
matan. La noche es larga, dura. Hay frío. Hay dolor. Hay gritos. Cuando asoma
la madrugada, siempre hay nuevos muertos.
—También los muertos
salen a buscar las hojas, nana. Vos me lo contaste.
—Así es, pues. Buscan
sus hojas, frescas y mojadas pa envolver la semilla, Cuando falta el apelativo,
se ponen las hojas. Así es.
—Yo no tengo nombre
juerte. Cuando muera voy a salir buscando las hojas. . .
—Vas.
Benzulul puso el jarro
del café al fuego y calentó las tortillas.
—No me siento juerte
con mi nombre, nana. Es como ser caballo sin dueño. No es nada. Me siento con
miedo. Se me sale el miedo de entre la ropa. Por eso nunca hago nada. Nunca
platico. Nunca cuento lo que veo. Sé que no tengo defensa.
—Vos has sido siempre
como conejo. No hacés nada. Todo te da calofrío. Sólo en el camino te sentís a
gusto. Es lo único que sabés hacer. No querés tener nada. Ni siquiera has
probado una mujer. Ni querés hijos. Se te murió el perro y no buscaste otro.
—Si no tengo nombre,
¿pá qué voy a hacer hijos? Luego también ellos, cuando se mueran, van a andar
buscando las hojas. Y el perro no más tá avisando que hay un alma cerquita.
—El nombre no sólo es
el ruido. No sólo es un cuero de vaca que te escuende. El nombre es como un
cofrecito. Guarda mucho. Tá lleno. Son espíritus que te cuidan. Da juerzas. Da
sangre. Según el nombre es el chulel que te cuida.
—Yo no tengo chulel,
nana.
— Tenés; pero es
chiquitío.
—Tenga —le alargó a la
nana un poco de café y una tortilla.
—El chulel es como un
jabalí. Corretea, gruñe, da miedo. Pero si le metés el cuchío se queda quieto,
y es tuyo, y te lo podés llevar. Vos llevás uno. Si querés un jabalí más
grande, nomás lo escogés y le enterrás el cuchío otra cuenta. ¿Me entendés?
—No, nana.
—Fijáte. El nombre se te metió en el
cuerpo y te puso su nahual, con la sangre que sacó la Trinidad cuando te parió.
Te tocó Benzulul. Si no querés ese lo podés cambiar. Te sacás el Benzulul con
un poco de sangre. Luego lo metés al otro, el que querás. El chulel te cuida
como si desde siempre hubiera estado contigo.
Benzulul se quedó en
silencio. Bebió lentamente el café. La nana volvió a poner saliva en la herida
de la espina.
—Quiero ser
Encarnación Salvatierra. Es juerte. Es jodido. Es bravo. Quiero ser como el
Encarnación, nana.
—Bueno. Lo serás el
Encarnación. Sacá el cuchío. Poné el copal en la lumbre.
La nana se rascó las
piernas y dibujó una sonrisa. Benzulul
se levantó.
—Voy a ser igual que
el otro Encarnación nana? ¿Voy a ser
juerte? ¿Voy a meter miedo ¿Voy a estar
lleno de paga? ¿Voy a llevar mujer? ¿Voy a contar todo lo que he visto en el
camino?
—Vas hijo.
—Aquí tá el cuchío.
Aquí tá el copal. Aquí tá Benzulul nana.
—Dame el brazo hijo.
Persináte. Poné el copal. Aguantáte, pues. Virgen de la Muerte, Virgen del
Dolor, San José del Grito, San Pablo de la Juerza...
—La luna se perdió en
un pinar de nubes. Tenejapa quedó a oscuras. Benzulul cayó en las sombras.
Los hermanos
Salvatierra venían entrando al pueblo. Altos, morenos; musculosas manos guían
las riendas de los caballos fogosos.
—Vamos a celebrar,
Encarnación.
—Vamos. Nadie va a
decir que el Encarnación Salvatierra es mal hermano. Y pa que veas, Joaquín, no
sólo a vos invito, que también se vengan los acompañantes. Ya lo saben: primero
el deber después el placer. Ya lo tronamos al marido de la Rosa. Ya voy a poder
dormir tranquilo con la Rosa. Ahora a celebrar.
—Este Encarnación es
un diablo. Mirá que echarse así nada más al Domingo pa quedarse con la hembra.
Este Encarnación siempre tan ocurrente.
—Vanós pá la casa del
Chema. Tiene trago.
—Vanós.
Desmontaron frente a
la puerta de la cantina. Encarnación llamó, tocando con sus grandes manos.
—Abrí vos, Chema. Aquí está Encarnación Salvatierra.
Un silencio, roto
únicamente por un ronco ladrido, contestó a los hombres.
—Abrí rápido, pues; no
vaya a ser que te cuelgue de los huevos.
—Este Encarnación es
ocurrente.
La puerta rechinó al
abrirse. El Chema, abotonándose los pantalones les hizo el saludo.
—Pasa, hermano. Pasen,
señores. Aquí es la casa de los amigos de Encarnación.
—Pa dentro pues.
Ruidosamente el grupo
entró a la cantina.
—Siéntense muchachos.
Yo, el Encarnación Salvatierra, invito la botella. Pero cuidadito y no se la
acaban porque los capo.
—Este Encarnación tan
ocurrente.
La botella fue puesta
en la mesa.
—Bonita luna hay esta
noche, Encarnación.
—Había. Ya se metió en
el nuberío. Capaz llueve.
—La indiada está
resentida contigo, Encarnación. Los oyí ahora. Están bravos por la ahorcada del
Martín Tzotzoc.
— A qué Chema tan blandito.
Agradecido debe haber quedado el indio. Eso de quitarse de penas, así de
ramplón, sin que cueste nada, no cualquiera tiene la suerte de probarlo.
Una risotada
interrumpió la libación.
—Este Encarnación
siempre tan ocurrente.
Un relámpago quebró la
noche, y los perros aullaron en todo Tenejapa.
—Oye Chema: Tá buena
la Rosa, o no tá buena.
— Está buena.
—Pos ya sólo abre las
patas pa mí, Chema.
—Este Encarnación
siempre tan ocurrente.
—Oí Encarnación —terció
el Joaquín Salvatierra— a ver si a ésta le sacás cría. Hay que ir haciendo
hijos.
—Qué va, Joaquín. Pá
qué. Entre más Salvatierras haya, peor pa nosotros. Como que se debilita la
juerza del nombre y aluego no es
garantía.
—Este Encarnación tan
ocurrente.
El primer gallo
anunció la hora. Los fogones empezaron a encenderse. Algunos jacales dejaban escapar ya el humo por los
resquicios del techo.
La campana sonó con la
primera luz.
Los grupos de mujeres
avanzaron hacia el molino.
Los hombres iniciaron
la marcha hacia las milpas.
Las viejas se dirigieron
a la primera misa.
El Encarnación, el
Joaquín y los acompañantes salieron de la casa del Chema.
Se oyeron los últimos
mugidos de la ordeña.
La Porfiria abandonó
el jacal de Benzulul.
Ese día, Juan
Rodríguez Benzulul, amaneció distinto. Tenía alegría. Estaba contento. Se
notaba fuerte. Más diablo.
—Ahora tengo chulel.
La semilla tá salvada. Ya no voy a salir a buscar hojitas así que me muera. Ya
no hay Benzulul miedoso. Ya no hay Juan que no dice lo que pasó en el camino.
Benzulul se fue con la luna, como el tata conejo. Ahora soy el Encarnación.
Ese día se quedó en el
pueblo. Ese día no fue al aserradero.
Hombre con nombre
tiene chulel galán. Hombre con chulel se manda solo. Hombre que se manda solo
no tiene patrón.
Salió a la calle, y
todo Tenejapa vio que el Benzulul era
distinto, que el Benzulul había cambiado.
Se encontró con la
Lupe y le propuso que se fueran juntos para el monte.
Le habló al Salvador
Pérez Bolón y le quitó su dinero.
Bebió trago y gritó su
fuerza.
—Aquí naiden tiene
miedo.
A todos les dijo:
—Aquistá Encarnación Salvatierra.
Y todos le vieron con
desconfianza.
—Aquí se va a decir
todo lo que el camino sabe —gritó—, Encarnación Salvatierra no tiene miedo.
Encarnación Salvatierra dice todo lo ve. No escuende nada.
Y dijo todo lo que sabía.
Lo que averiguó en el llano. Lo que vio en el río. Lo que le confiaron los
rastros. Lo que la loma oculta. Todo lo dijo el Benzulul. Lo que siempre tuvo
en el fondo, como piedritas redondas, lo fue dejando salir con fuerza.
—Es la acabalación del
tiempo —gritaba—, ya las piedras son cerros y a los cerros naiden los detiene.
Los hombres miraron
fijamente, asombrados, al Benzulul.
No miren a los ojos
porque se mueren amenazó.
—Es ocurrente el
Encarnación —dijo alguien en voz baja.
Todos supieron que era
el Encarnación Salvatierra.
Tanto lo dijo, tanto
lo oyeron, que se lo fueron a contar al
otro Encarnación.
Todo día Benzulul
anunció su nuevo nombre. Quiso que todos conocieran que tenía pantalones. Que
supieran que llevaba mágico cuidándole los pasos.
Todo el día lo anduvo
gritando. Todos lo supieron.
Tanto lo dijo, tanto
lo oyeron, que se lo fueron a contar al otro Encarnación.
La noche enfrió las
piedras de Tenejapa. El camino estuvo triste. Las lomas, los árboles, las
encinas y los conejos conocieron otro suceso aquella noche.
—Abrí Chema, o te
capo.
—Este Encarnación
siempre tan ocurrente.
La botella llenó las
gargantas de los Salvatierra y de los acompañantes.
—Oí vos Encarnación.
¿A quién colgaste hoy en la tardecita? Me llegó el rumor.
—¡Ah que gente tan
chismosa! No pueden ver una cosita de nada porque luego luego él echar
argüende.
—Cosita de nada.
Ocurrente siempre el Encarnación.
—Fue al Benzulul que
te colgaste, ¿verdad?
—No vayas a creer que
lo ahorqué. Nomás lo colgué de los brazos. Fue que el muy maldecido me andaba
robando el nombre. Y así uno se queda sin defensa. Si me hubiera robado un
caballo, o un toro, o hasta la misma Rosa, tal vez ni le hubiera dicho nada. Me
hubiera caído en gracia que se estuviera haciendo el macho. Pero quiso robar el
nombre. Andaba diciendo que él era el Encarnación y eso no lo permito. A naiden
se lo consiento.
—Bien dicho, hermano.
Bien dicho.
—Por eso fue que me lo
llevé pal camino. Al mismo roble que ya me conoce. Desde que lo saqué del
pueblo empezó la aburrición. Que si él era respetuoso. Que si él no contaba no
sé qué cosas. En fin, una bola de sonseras. Al fin se puso a chillar como una
vieja. Harto chillaba. Por eso como que me empezó a entrar la lástima. Ya por
no dejar, nomás me lo colgué, pero no pa ahorcarlo, de los brazos lo guindé
nomás, pero luego me puse a pensar que a lo mejor seguía con las ganas de
perjudicarme la defensa. Saqué el cuchillo y le arranqué la lengua para que no
me ande robando el nombre. Allá lo dejé.
—Este Encarnación siempre tan ocurrente.
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