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Quien dice verdad - Eraclio Zepeda

—Quien dice verdá tiene la boca fresca como si masticara hojitas de hierbabuena, y tiene los dientes limpios, blancos, porque no hay lodo en su corazón —decía el viejo tata Juan. Sebastián Pérez Tul nunca dijo palabra que no encerrara verdad. Lo que hablaba era lo cierto y así había sucedido algún día en algún lugar. — Los que tienen valor pueden ver de noche y llevar la frente erguida. Quien es valiente conserva las manos limpias; sabe recoger su gusto y su pena. Sabe aceptar el castigo. Quien es miedoso huye de su huella y sufre y grita y la luna no puede limpiarle los ojos. Quien no acepta su falta no tiene paz y parece que todas las piedras le sangraran el paso porque no hay sabor en su cuerpo ni paz en su corazón –decía el viejo tata Juan. Sebastián Pérez Tul nunca evadió el castigo que limpia la falta. Nunca corrió caminos para engañar a la verdad. Nunca tembló ante las penas y vivía en paz con su corazón. — Quien no recuerda vive en el fondo de un pozo y sus acciones pasadas s...

El mudo - Eraclio Zepeda

     Cuando lo llegaron a sacar de la casa que le servía de calabozo, la madrugada estaba apareciendo. De un salto se incorporó del camastro al sentir la llegada de los cuatro soldados y del teniente Cástulo Gonzaga. Allí estaban ya.       La última noche había terminado y era el mero día. Recorrió con la vista a los soldados y hubiera querido que se desaparecieran y que todo quedara como un susto. Pero los cuatro hombres, con sus sombreros de palma, la carrillera chimuela de cartuchos y las recias carabinas seguían allí frente a él, listos para cumplirle lo ofrecido.       La noche anterior le habían dicho que se echara su último sueño porque a las seis de la mañana lo iban a fusilar. Así, pelón y de golpe se lo habían hecho saber.     Las caras de los soldados relumbraban en la penumbra del cuartucho. Parecía como si se hubieran untado manteca en los pómulos y en la barba. Tenían los ojos fijos y cansados, rojos, co...

Viento - Eraclio Zepeda

El Matías estaba con el aburrimiento prendido de los labios. El mal tiempo había llegado quince días atrás, y desde entonces, no había dejado de caer esa agüita tonta y desesperante que pone de mal humor a los hombres y a los animales. Los cerros se habían perdido desde dos semanas antes en una neblina espesa venida de quién sabe dónde. —Vientooo. .. Vientooo... Sentado a la puerta de su jacal veía pasar a las bestias que se hundían hasta la barriga en el lodo del camino; los arrieros, con el coraje bajándoles junto con el agua que resbalaba de los sombreros, veían a Matías impasible en su observación del cielo, del tiempo, de los trabajos, de las lluvias, de los vuelos húmedos y nerviosos de las grandes aves carniceras. Nada era demasiado importante para que Matías abandonara su oficio de observador del agua. Ya no aguantaba esto de tener que pasarse metido adentro de la casa, aguardando a que el día menos pensado el sol alumbrara estos campos de Solosuchiapa, y el calorcito ahu...