Por favor no me hagas daño - Paul Wilson
- Tienes una
casa muy bonita.
- Es una
porquería. Puedes decirlo..., no importa. ¿Seguro que no quieres una cerveza o
algo?
- Encanto, todo
lo que quiero eres tú. Ven y siéntate a mi lado. Aquí, en el sofá.
- Muy bien.
Pero no me harás daño, ¿verdad?
- Vamos,
querida... Tu nombre es Tammy, ¿no?
- Tammy
Johnson. Te lo he dicho al menos tres veces en el bar.
- Eso es.
Tammy. No recuerdo bien las cosas después de haber bebido unas cuantas copas.
- Yo también
bebí bastante y recuerdo tu nombre. Bob. ¿Eh?
- Eso es, eso
es. Bob. Pero ¿por qué querría nadie lastimar a una dulce joven como tú, Tammy?
Ya te dije en el bar que te pareces a esa actriz de nombre raro. La de Ghost.
- Whoopi
Goldberg.
- Oh, sí que eres
graciosa. Graciosa y hermosa. No, la otra.
- Demi Moore.
- Sí. Demi Moore. ¿Por qué querría nadie hacer daño, a alguien que se
parece a Demi Moore? Sobre todo después de que me invitaste a venir a tu casa.
- No sé por
qué. Nunca sé por qué. Pero parece que los hombres acaban siempre haciéndome
daño.
- Yo no, Tammy.
Ni hablar. Ése no es mi estilo. Soy amante, no luchador.
- ¿Cómo es que
eres marino, entonces? ¿No me dijiste que estuviste en la guerra del Golfo?
- Así fueron
las cosas. Pero no dejes que el uniforme te asuste. Soy amante de corazón.
- ¿Me amas?
- Si me dejas.
- Mi padre
decía que me amaba.
- Oh, no creo
que esté hablando de ese tipo de amor.
- Bien. Porque
no me gusta. Él decía que me amaba y luego me hacía daño.
- A veces los
niños necesitan un cachete de vez en cuando. Sé que mi padre me amaba, pero de
vez en cuando me salía de la raya, como un clavo que empieza a soltarse de una
valla, y entonces tenía que zurrarme para que volviera a mi sitio. No creo que
sea peor por ello.
- No hablo de
«cachetes», marinero. Si quisiera hablar de «cachetes” lo diría. Estoy hablando
de hacer daño. Mi padre me lastimó muchas veces. Y lo hizo durante mucho, mucho
tiempo.
- ¿Sí? ¿Y qué
hacía para lastimarte?
- Cosas. Y me
obligaba a hacer cosas todo el tiempo.
- ¿Qué tipo de
cosas?
- Sólo...
cosas. Le tenía que hacer cosas. Cosas para hacerle sentir bien. Luego me hacía
cosas que decía me harían sentir bien, pero me hacían sentirme sucia y
pegajosa.
- Oh. Bueno;
¿no se lo dijiste a tu madre?
- Claro que sí.
Muchas veces. Pero nunca me creía. Siempre me decía que dejara de decir cosas
sucias y entonces me pegaba y me lavaba la boca con jabón.
- Eso es
terrible. Pobrecita. Ven. Apretújate contra mí. ¿Qué tal?
- Bien,
supongo, pero lo que era peor es que mi madre se lo decía a papá y entonces él
se enfadaba y me lastimaba de verdad. A veces era tan malo que yo pensaba en
matarme. Pero no lo hice.
- Ya lo veo. Y
me alegro de que no lo hicieras. Qué despilfarro habría sido.
- No quiero
hablar de mi padre. Ya no está y apenas pienso en él.
- ¿Se marchó?
- No. Está
muerto. Y bien muerto. Tuvo un accidente en nuestra granja, hará unos siete
años. Cuando yo tenía doce o así.
- Es una
lástima..., creo.
- La gente dijo
que fue un accidente muy extraño. El gran neumático del tractor, que llevaba
años guardado en el granero, se soltó y le cayó en la cabeza. Le rompió el
cuello por tres sitios.
- Vaya. Luego
hablan de estar en el lugar equivocado en el momento inoportuno.
- Sí. Mi madre
decía que alguien tenía que haber empujado el neumático, pero recuerdo que oí
al hombre de la compañía de seguros decir cuántos accidentes hay en las
granjas. Accidentes malos. De todas formas, papá vivió unas cuantas semanas en
el hospital y luego murió.
- Vaya. Pero
hablemos de nosotros. ¿Por qué no...?
- Nadie pudo
explicarlo. La máquina que respiraba por él se desconectó. El enchufe se salió
solo de la pared. Yo lo vi cuando acababa de morir...; fui la primera en entrar
en la habitación, de hecho.
- Eso parece terrible.
- Lo fue.
Espera, déjame descorrer la cremallera. Sí, tenía la cara azul púrpura y los
ojos rojos e hinchados por haber intentado inspirar aire. Mi madre estuvo
triste durante algún tiempo, pero se recuperó. ¿Te gusta cuando te hago esto?
- Oh, nena, es
magnífico.
- Es lo que
solía decir papá. Oh, mira lo grande y dura que se te pone. Joe solía ponerse
igual.
- ¿Joe?
- Sí. Poco
después de que papá muriera mi madre se hizo amiga de un hombre llamado Joe y
poco después empezaron a vivir juntos. Como decía, yo tenía unos doce años y
Joe solía obligarme a que le hiciera esto. Y luego me hacía daño.
- Lamento
oírlo. No te pares.
- No lo haré.
La tuya es muy grande. No como la de Joe. La tenía torcida. Tal vez por eso la
suya me lastimaba más que la de papá.
- ¿Cómo te
libraste de él?
- Oh, no lo
hice. Tuvo un accidente.
- ¿De verdad?
¿Otro accidente de granja?
- No. Ya no
vivíamos en la granja. Vivíamos en una casa vieja en Lottery Canyon. Mi madre
seguía trabajando, pero todo lo que Joe hacía era jugar con su viejo
Cadillac..., ya sabes, el que tiene alerones.
- Sí. El del
cincuenta y nueve.
- Lo que sea.
Siempre estaba arreglándolo. Y siempre me hacía ayudarle...; ya sabes, estar
presente y ver lo que hacía y pasarle herramientas y las cosas que pedía. Me
enseñó un montón sobre coches, pero si no lo hacía todo bien, me lastimaba.
- Y apuesto a
que casi nunca lo hacías todo bien.
- No. Nunca. Ni
una sola vez. ¿Cómo demonios lo sabes?
- Una
suposición afortunada. ¿Qué le pasó por fin?
- Los viejos
frenos del Caddy se estropearon una noche cuando daba una de sus vueltas por la
carretera del cañón para ir a la tienda de licores. Se salió y cayó treinta
metros.
- ¿Se mató?
- Sí, pero no
inmediatamente. Salió despedido y luego el coche le cayó encima. Se rompió las
piernas por treinta sitios. Pasó un rato antes de que nadie le echara en falta
y tardaron casi una hora en rescatarle. Y dicen que gritaba como un cerdo todo
el tiempo.
- Oh.
- ¿Pasa algo?
- Uh, no. En
realidad, no. Supongo que se lo merecía.
- Claro que sí.
Pero no llegó al hospital. Entró en shock cuando le quitaron el coche de encima
y vio lo que quedaba de sus piernas. Murió en la ambulancia. Pero espera...,
déjame hacerte esto. Hmmm. ¿Te gusta?
- Oh, Dios.
- ¿Eso
significa que sí?
- ¡Será mejor
que así lo creas!
- A mi novio le
encantaba.
- ¿Novio? Eh,
espera un momento...
- No te
molestes ahora. Échate para atrás y relájate. Mi ex novio. Muy ex.
- Será mejor
que lo sea. No voy a caer en ninguna trampa.
- ¿Trampa? ¿Qué
quieres decir?
- Ya sabes...;
tú y yo nos enrollamos aquí y tu novio aparece y me despluma.
- ¿Tommy Lee?
¿Entrar aquí? Oh, hey, no pretendía reírme pero Tommy Lee Hampton no aparecerá
por aquí ni por ningún otro sitio.
- No me digas
que también ha muerto.
- No..., no.
Tommy Lee está vivo todavía. Sigue viviendo en la ciudad. Pero apuesto a que
desearía no hacerlo. Y apuesto que preferiría haber sido más amable conmigo.
- Yo seré
amable contigo.
- Eso espero.
Tommy y Tammy...; parecía que estábamos hechos el uno para el otro. A veces
Tommy Lee era realmente agradable conmigo. Muchas veces. Pero sólo cuando yo
hacía lo que él quería que hiciera. Como esto..., como lo que te estoy haciendo
ahora. Me enseñó esto y me enseñó a hacérselo todo el tiempo.
- Puedo
entender por qué.
- Sí, pero
quería que se lo hiciera en público. Y otras cosas. Como cuando íbamos en el
coche quería que yo...; mira, te lo demostraré...
- ¡Oh...,
Dios... mío!
- Eso es lo que
él decía siempre. Pero quería que se lo hiciera, cuando circulábamos junto a
uno de esos grandes camiones para que el conductor pudiera vernos. O junto a un
autobús Greyhound. O en un semáforo. O en un ascensor...; ¿quién sabe cuándo
iba a pararse y quién entraría cuando se abrieran las puertas? Soy una chica
encantadora, ¿no? Pero no soy de ese tipo de chicas. En absoluto.
- Parece que es
un psicópata.
- Creo que lo
era. Porque si no le hacía lo que quería, entonces se enfadaba y se
emborrachaba, y me hacía daño.
- Otro no.
- Sí. ¿Puedes
creerlo? Desde luego, tengo una mala suerte total. También le daba a las
drogas. Siempre esnifando algo o tragándose una píldora tras otra, siempre
intentando meterme en las drogas con él. Quiero decir que bebo un poco, como
sabes...
- Sí, sabes
acabar con los margaritas.
- Me gusta la
sal, pero las drogas son otra cosa. Y él se enfadaba cuando yo le decía que
no...; me llamaba Nancy Reagan, ¿puedes creerlo? Y me lastimaba de forma
horrible.
- Bueno, al
menos lo largaste.
- De hecho, se
largó él.
- ¿Encontró a
otra chica?
- No
exactamente. Tomó un montón de píldoras y se emborrachó una noche y se quedó
dormido en la cama con un cigarrillo encendido. Estaba tan borracho y colocado
que se quemó la mayor parte del cuerpo antes de despertar.
- ¡Jesús!
- Jesús no tuvo
nada que ver..., excepto tal vez en el hecho de que sobreviviera. Quemaduras de
tercer grado en el noventa por ciento del cuerpo, dijeron los médicos. Dicen
que es un milagro que esté vivo. Si se puede llamar vida a lo que está
haciendo.
- Pero ¿qué...?
- Oh, no queda
mucho. Es como un muñón vivo de tejido cicatrizado. Parece que está fundido. Ya
no puede andar. Apenas puede hablar. No puede mover más que dos o tres dedos de
la mano izquierda, y sólo un poquito. Algunos amigos que le conocían dicen que
lo tiene bien empleado. Y es lo que digo yo. De hecho, se lo digo en la cara un
par de veces a la semana cuando le visito en el hospital.
- ¿Tú... le
visitas?
- Claro. No
puede alimentarse y las enfermeras agradecen la ayuda. Así que voy de vez en
cuando y le doy de comer. ¡Oh, cómo lo odia!
- Apuesto a que
sí, sobre todo después de la forma en que te trató.
- Oh, no es
eso. Me aseguro de que lo odie. Verás, le pongo cosas en la comida y le hago
comerla. Ayer mismo le metí una cucaracha viva en una cucharada de puré de
patatas. Se la metí en la boca y le hice masticar. Crunch
- crunch, ñam - ñam, crunch - crunch. Tendrías que haber visto las
lágrimas..., como un bebé grande. Y entonces yo.... ¿Eh? ¿Qué te pasa? Se te ha
pasado el entusiasmo. ¿Qué pasa con...? Eh, ¿adónde vas? Empezábamos a pasarlo
bien... Eh, no te vayas... Eh, Bob, ¿qué he hecho mal?... ¿Qué he dicho?...
¡Bob! Vuelve y... Juro..., juro que no comprendo a los hombres.
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