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Las ratas - Francisco Espínola

Me veo, siendo muy niño, siguiendo una mañana hacia el fondo de la casona familiar a una criada que, entre aspavientos, portaba una gran caldera de agua hirviente.  El fondo era extenso. A un lado, estaba la caballeriza y el altillo para los forrajes, largos de varios metros. Al frente, las habitaciones de la servidumbre y de los recogidos.  Cuando la criada se detuvo frente a una trampa de alambre que encerraba dos ratas, el espanto estrujó mi corazón. Al vernos, ellas se debatieron contra las paredes de la jaula, arañando los alambres. Luego, se echaron con las cabecitas pegadas al suelo, jadeantes. Sus ojillos abiertos no querían mirar. De pronto, profiriendo a gritos: -¡Destrocen, ahora! ¡Traigan pestes, ahora! - la mujer alzó la caldera. Un chorro quemante, un solo, breve chorro, cayó sobre las ratas, cuyos lomos humearon, despeinándose, y se encogieron entre ahogados chillidos. La maldita jaula se estremeció, se dio vuelta, rodó, saltó, despidiendo un pegajoso tufo a car...

El hombre normal - Juan Filloy

Era un hombre normal. Pero un hombre normal en un medio de degenerados constituye una rara degeneración. Todos lo notaron. Y, a fuerza de advertencias, fue el tipo más extraordinario de la colectividad. La obsesión ajena lo fiscalizaba. El delirio multitudinario lo perseguía. Todos, en fin, recelaban las determinaciones de su discernimiento; porque la gravedad y el equilibrio, donde prima la desorbitación y el ímpetu, son cualidades que exasperan el modus vivendi de una realidad morbosa. Impasible, él mantúvose como el yogui que ahorra energías psíquicas. No hizo caso de nada. Y con su flema, economizando gestos inútiles, escarneció el histrionismo y la vocinglería. La fiebre y el insomnio colectivo se conjuraron contra él: -Es un peligro. Es un peligro. Tener suelto a un tipo de tal clase contamina nuestra vida. Y la contaminará mas aún si nos mantenemos inactivos y perplejos. Fuera. ¡Fuera! Almenado tras la indiferencia, sus sornas y desdenes fueron reputados como las peore...

Un hombre muerto a puntapiés - Pablo Palacio

«Anoche, a las doce y media próximamente, el Celador de Policía Nº 45 1 , que hacía el servicio de esa zona, encontró, entre las calles Escobedo y García, a un individuo de apellido Ramírez casi en completo estado de postración. El desgraciado sangraba abundantemente por la nariz, e interrogado que fue por el señor Celador dijo haber sido víctima de una agresión de parte de unos individuos a quienes no conocía, sólo por haberles pedido un cigarrillo.  El Celador invitó al agredido a que le acompañara a la Comisaría de turno con el objeto de que prestara las declaraciones necesarias para el esclarecimiento del hecho, a lo que Ramírez se negó rotundamente. Entonces, el primero, en cumplimiento de su deber, solicitó ayuda de uno de los chaufferes de la estación más cercana de autos y condujo al herido a la Policía, donde, a pesar de las atenciones del médico, doctor Ciro Benavides, falleció después de pocas horas. »Esta mañana, el señor Comisario de la 6ª ha practicado las diligenc...

El hombre de arena - E. T. A. Hoffmann (parte 7)

Encontró el anillo y, poniéndoselo en el dedo, corrió de nuevo junto a Olimpia. Al subir las escaleras, y cuando se encontraba ya en el vestíbulo, oyó un gran estrépito que parecía venir del estudio de Spalanzani. Pasos, crujidos, golpes contra la puerta, mezclados con maldiciones y juramentos: —¡Suelta! ¡Suelta de una vez! —¡Infame! —¡Miserable! —¿Para esto he sacrificado mi vida? ¡Este no era el trato! —¡Yo hice los ojos! —¡Y yo los engranajes! —¡Maldito perro relojero! —¡Largo de aquí, Satanás! —¡Fuera de aquí, bestia infernal! Eran las voces de Spalanzani y del horrible Coppelius que se mezclaban y retumbaban juntas. Nataniel, sobrecogido de espanto, se precipitó en la habitación. El profesor sujetaba un cuerpo de mujer por los hombros, y el italiano Coppola tiraba de los pies, luchando con furia para apoderarse de él.  Nataniel retrocedió horrorizado al reconocer el rostro de Olimpia; lleno de cólera, quiso arrancar a su amada de aquellos salvajes. Pero al instante Coppola, co...