El hombre normal - Juan Filloy

Era un hombre normal. Pero un hombre normal en un medio de degenerados constituye una rara degeneración. Todos lo notaron. Y, a fuerza de advertencias, fue el tipo más extraordinario de la colectividad. La obsesión ajena lo fiscalizaba. El delirio multitudinario lo perseguía. Todos, en fin, recelaban las determinaciones de su discernimiento; porque la gravedad y el equilibrio, donde prima la desorbitación y el ímpetu, son cualidades que exasperan el modus vivendi de una realidad morbosa.

Impasible, él mantúvose como el yogui que ahorra energías psíquicas. No hizo caso de nada. Y con su flema, economizando gestos inútiles, escarneció el histrionismo y la vocinglería.

La fiebre y el insomnio colectivo se conjuraron contra él:

-Es un peligro. Es un peligro. Tener suelto a un tipo de tal clase contamina nuestra vida. Y la contaminará mas aún si nos mantenemos inactivos y perplejos. Fuera. ¡Fuera!

Almenado tras la indiferencia, sus sornas y desdenes fueron reputados como las peores psicopatías. Entonces, no demoraron más. Fue apresado. Y sometido que fue a un régimen demencial, naturalmente incurrió en la locura.

En el oscuro dominio se exhibe ahora rojo, iracundo y candoroso. Se percibe que la imaginación recorre borracha las sendas retrospectivas sin conocerlas, chapaleando en sus lagunas. Se avergüenza de su rabia -reversión de su serenidad irónica. Y se irrita cuando los resquicios lúcidos del cerebro alborotan con magra luz la gris uniformidad espiritual.

Mas hay algo que lo muestra en cierta beatitud gozosa y vacía. Es, sin duda, la intuición de que al fin armoniza en la convivencia. En efecto, ya no llama la atención. Es un hombre normal...

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