Kitty descubre su poder - Paula Harrison
Al día siguiente, cuando Kitty se despertó, su madre le estaba apartando el pelo de la cara. Se sorprendió al ver que estaba en el asiento junto al alféizar de la ventana y no en la cama. Entonces recordó todo lo que había pasado la noche anterior. Miró hacia la ventana abierta, pero el gatito ya no estaba allí.
—Buenos días, Kitty —la saludó su madre—. Parece que anoche viviste una aventura.
Kitty miró su traje de superheroína.
—¡Fue increíble! Un gato que se llama Fígaro vino buscándote. Era una emergencia, así que fui a ayudar yo en tu lugar.
—¿Te hago el desayuno y me lo cuentas todo? —dijo su madre.
—¡Ay, sí, por favor! Pero… —Kitty se asomó afuera con la frente arrugada—. ¿Ves por ahí a un gatito anaranjado? Cuando me fui a dormir estaba aquí, en el alféizar.
Apartó la manta, se asomó por la ventana y escuchó con atención. Solo se oían los cantos de los pajaritos y los coches que pasaban por la calle. A Kitty se le cayó el alma a los pies. Habría querido cuidar al gatito anaranjado porque no tenía hogar. Ojalá se hubiera atrevido a entrar.
—Igual sigue por aquí cerca —dijo su madre—. ¿Por qué no sales a llamarlo?
Kitty salió por la ventana y trepó al tejado. El sol brillaba cálido y en el cielo azul claro flotaban unas pequeñas nubes. Kitty se detuvo al llegar a la cresta del tejado y gritó: —Hola, ¿sigues por ahí?
Al principio no respondió nadie. Luego, una carita atigrada y bigotuda asomó tras una chimenea.
Se le iluminaron los ojos cuando vio a Kitty.
Pero retrocedió, nervioso.
La madre de Kitty, que la había seguido, susurró:
—¿Es un gatito tímido lo que tenemos aquí?
—Creo que está nervioso porque hasta ahora siempre ha vivido solito —explicó Kitty—. Anoche no quería entrar. No está acostumbrado a tener casa.
—¡Ya veo! —Su madre arrugó la frente, pensativa—. Bueno, pues si él no quiere venir con nosotras, quizá deberíamos ir nosotras con él. Ven a ayudarme con las cosas del desayuno, Kitty.
Entre las dos prepararon un montón de tortitas doradas. Olían tan bien que a Kitty se le hizo la boca agua.
Las sacaron al tejado con una jarra de zumo de naranja recién hecho.
Y también llevaron pescado fresco por si el gatito tenía hambre.
Extendieron la manta de Kitty en el tejado, junto a la chimenea.
Kitty echó un chorrito de miel en una tortita y le dio un mordisco.
—¡Mmm! Al aire libre todo sabe mejor.
—La verdad es que sí —dijo su madre, riendo.
—Me pregunto si el pescado también estará bueno —dijo Kitty, mirando hacia la chimenea.
La carita del gato asomó de nuevo y agitó la nariz al olor del desayuno. Se acercó tímidamente al bol de pescado.
—Buenos días —sonrió Kitty—. Espero que tengas hambre.
—Buenos días. —El gatito anaranjado meneó la colita tímidamente y luego mordisqueó un poquito de comida—. Este pescado está riquísimo.
—¿Alguien ha dicho pescado? —Fígaro apareció de un salto en el tejado y se detuvo para limpiarse el refinado pelaje blanco y negro—. ¡Espero que haya también para mí!
Katsumi, que venía detrás, meneó su elegante cola.
—¿En serio, Fígaro? ¡No deberías autoinvitarte si la comida es de otro!
Misi, que llegó la última, olisqueó el aire. El sol relucía en su sedoso pelaje blanco.
—Es verdad que huele genial. ¡Me siento como si hubiese llegado a un espléndido banquete!
Katsumi inclinó la cabeza ante Kitty y su madre.
—Disculpad que interrumpamos vuestro desayuno. Solo veníamos a dar los buenos días y a agradecer a Kitty que nos ayudara anoche.
—Buenos días —sonrió su madre—. Os invitamos a desayunar con nosotras. Tenemos pescado de sobra en la nevera.
—¡Muy amables! —exclamó Fígaro, y Katsumi y Misi también murmuraron sus agradecimientos.
La madre de Kitty entró de nuevo y volvió con otros tres boles de comida.
El gatito anaranjado se terminó el desayuno y relamió el cuenco con su pequeña lengua rosa.
—¡Estaba delicioso!
Se acercó tímidamente a Kitty y se hizo un ovillo en su regazo.
Kitty sonrió y le acarició el pelo con suavidad.
—Buenos días. —El padre de Kitty subió a Max al tejado—. ¿Eso que huelo son tortitas?
En unos segundos, estaban todos desayunando y comentando la aventura de Kitty la noche anterior. Fígaro se encargó de recordarles a todos que había sido idea suya ir a buscar a Kitty.
—Estaba convencido de que los superpoderes felinos de Kitty eran lo que necesitábamos —le dijo a todo el mundo.
Kitty se sonrojó.
—Yo no me creía capaz… ¡Pero cuanto más lo intentaba, más fácil me resultaba!
—Estoy muy orgullosa de ti, Kitty. —Su madre sonrió antes de volverse hacia el gatito anaranjado—. ¿Y a ti te gustaría vivir con nosotros? Tenemos un montón de sitio en casa, y nos encantaría que te quedaras. Seguro que es mucho mejor que dormir ahí fuera, en una puerta.
A Kitty le dio un vuelco el corazón. Esperaba que a su familia le gustara tanto aquel gatito como a ella. Contuvo el aliento, esperando su respuesta.
—¿De verdad queréis que me quede? ¿No solo un día, sino para siempre?
—¡Sí, por favor! —Kitty le acarició entre las orejas—. Y creo que deberíamos ayudarte a elegir un nombre. —Arrugó la frente, intentando pensar—. ¿Qué te parece «Mandarino»? Te queda bien, porque tienes un pelo naranja precioso.
—¡Me encanta el nombre! ¿De verdad os parece que me pega?
—¡Es perfecto! —le dijo Katsumi.
Mandarino frotó la carita contra Kitty cuando ella lo abrazó con todas sus fuerzas, notando su suave pelo contra la mejilla.
—Creo que, algún día, dentro de no mucho, me gustaría vivir otra aventura a la luz de la luna —dijo Mandarino.
—¿Seguro? ¿No te va a dar miedo la oscuridad? —le preguntó Kitty.
Mandarino se lo pensó.
—Igual un poquito, pero es mucho más fácil ser valiente cuando estoy contigo.
Kitty lo abrazó fuerte. ¡Se alegraba tanto de haber encontrado a Mandarino! ¡Y también se moría de ganas de vivir otra aventura!
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