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El hipopótamo - Juan José Arreola

Jubilado por la naturaleza y a falta de pantano a su medida, el hipopótamo se sumerge en el hastío. Potentado biológico, ya no tiene qué hacer junto al pájaro, la flor y la gacela. Se aburre enormemente y se queda dormido a la orilla de su charco, como un borracho junto a la copa vacía, envuelto en su capote colosal. Buey neumático, sueña que pace otra vez las praderas sumergidas en el remanso, o que sus toneladas flotan plácidas entre nenúfares. De vez en cuando se remueve y resopla, pero vuelve a caer en la catatonía de su estupor. Y si bosteza, las mandíbulas disformes añoran y devoran largas etapas de tiempo abolido. ¿Qué hacer con el hipopótamo, si ya solo sirve como draga y aplanadora de los terrenos palustres, o como pisapapeles de la historia? Con esa masa de arcilla original dan ganas de modelar una nube de pájaros, un ejército de ratones que la distribuyan por el bosque, o dos o tres bestias medianas, domésticas y aceptables. Pero no. El hipopótamo es como es y así se re...

El alcohol - Marguerite Duras

He vivido sola con el alcohol durante veranos enteros, en Neauphle. La gente venía los fines de semana. Durante la semana estaba sola en la gran casa, y allí el alcohol adquirió todo su sentido. El alcohol hace resonar la soledad y termina por hacer que se lo prefiera antes que cualquier otra cosa.  Beber no es obligatoriamente querer morir, no. Pero, uno no puede beber sin pensar que se mata. Vivir con el alcohol es vivir con la muerte al alcance de la mano. Lo que impide que uno se mate cuando está loco de la embriaguez alcohólica, es la idea de que, una vez muerto, no beberá más.  Empecé a beber en las fiestas, en las reuniones políticas, primero los vasos de vino y luego el whisky. Y luego, a los cuarenta y un años, encontré a alguien que le gustaba de verdad el alcohol, y que bebía cada día, pero razonablemente. Lo superé en seguida. Esto duró diez años. Hasta la cirrosis y los vómitos de sangre. Me paré durante diez años. Era la primera vez. Volví a empezar, y volví a ...

Ida y vuelta - Juan Carlos Onetti

Se encontró sólo en la sala de espera y se puso a mirar el diario que había llevado para el brazo. Las manos le temblaban levemente. Sacó un cigarrillo y antes de encenderlo se acarició el ralo bigote cuyo crecimiento había vigilado durante semanas.  Nunca había soportado el humo del tabaco y tosió con lágrimas; pero tenía que seguir fumando como un hombre hasta que llegara el momento de levantarse. No podía recordar, para imitarla, cómo era la expresión de un hombre cínico, un hombre maduro y ya de vuelta. Tenía tres puertas por delante y fue paseando la mirada de otra mientras sentía golpear su corazón. La puerta del medio se abrió justamente cuando la estaba vigilando y apareció una mujer rubia, grande, cómoda, plácida y gorda; de los hombros le colgaba una bata desprendida y le sonrió desde la distancia, amistosa y alegre como si pudiera haberlo reconocido. - Pasá, negrito- dijo, y él tenía el pelo castaño. Se levantó del banco y avanzó sin mostrar su rechazo, sin poder c...

Las aguas del mar - Clarice Lispector

Ahí está él, el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y aquí está la mujer, de pie en la playa, el más ininteligible de los seres vivos. Como el ser humano hizo un día una pregunta sobre sí mismo, volviéndose el más ininteligible de los seres vivos. Ella y el mar. Sólo podría haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos incognoscibles hecha con la confianza con que se entregan dos comprensiones.  Ella mira el mar, es lo que puede hacer. Y su mirada está limitada por la línea del horizonte, es decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la Tierra. Son las seis de la mañana. Sólo un perro suelto vaga por la playa, un perro negro. ¿Por qué un perro resulta tan libre? Porque él es el misterio vivo que no se indaga. La mujer vacila porque va a entrar. Su cuerpo se consuela con su propia exigüidad en relación con la vastedad del mar porque es la exigüidad del cuerpo lo que le permite mantenerse caliente y es es...

La pierna dormida - Enrique Anderson Imbert

Esa mañana, al despertarse, Félix se miró las piernas, abiertas sobre la cama, y, ya dispuesto a levantarse, se dijo: "y si dejara la izquierda aquí?" Meditó un instante. "No, imposible; si echo la derecha al suelo, seguro que va a arrastrar también la izquierda, que lleva pegada. ¡Ea! Hagamos la prueba." Y todo salió bien. Se fue al baño, saltando en un solo pie, mientras la pierna izquierda siguió dormida sobre las sabanas.  

Una operación financiera - Slawomir Mrozek

Un buen día el cartero me trajo una postal con el siguiente mensaje: «O me deja antes del jueves, debajo de la piedra, en la plazoleta frente al mesón, cien mil en efectivo, o se va a enterar.» Firmado: «Oswald.» Calculé que mi sueldo no me alcanzaría para pagar aquello. ¿Que podía hacer? No tenía ganas de perecer a mi edad. Me senté y escribí la siguiente carta: «Estimado Señor: o bien encuentro el miércoles, a mas tardar, frente al mesón, en la plazoleta, debajo de la piedra, cien mil en efectivo, o se va a enterar. Su Calavera. P.D.: No pido para mí, sino para alguien necesitado.» Tras una breve reflexión borré «cien mil» y puse «ciento cincuenta mil». ¿Por qué no aprovechar la ocasión para ganar algo? Ahora sólo quedaba decidir a quién podía enviar mi mensaje, dado que nadie tenía dinero. Por fin lo envié a un colega con el que mantengo amistad desde niño. Él tampoco tiene pasta pero al menos sé su dirección y es un tío legal. El miércoles fui a la plazoleta y miré debajo de la ...

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj - Julio Cortázar

 Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo.  Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca.  Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico.  Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa.  Te regalan su mar...

El mal - Silvina Ocampo

Una noche rodearon la cama contigua con biombos. Alguien explicó a Efrén que su vecino estaba agonizando.    Ese vecino perverso no sólo le había robado la manzana que estaba sobre la mesa de luz, sino el derecho a gozar de la protección de esos biombos, en cuya otra faz había seguramente pintadas flores y figuras de querubes.    Esta circunstancia oscureció la alegría de Efrén. Asimismo, con sábanas y frazadas para cubrirse, estaba en el paraíso. Veía de soslayo la luz rosada de los ventanales. De vez en cuando le daban de beber; tenía conciencia del alba, de la mañana, del día, de la tarde y de la noche, aunque las persianas estuvieran cerradas y que ningún reloj le anunciara la hora.    Cuando estaba sano solía comer con tanta rapidez que todos los alimentos tenían el mismo sabor. Ahora, reconocía la diferencia que hay hasta en los gustos de una naranja y de una mandarina. Apreciaba cada ruido que oía en la calle o en el edificio, las voces y los gritos,...

El postre - Andrés Neuman

Se ajustó por detrás el lazo del delantal y se alisó la falda. Sus manos subrayaron por un momento la forma de los muslos. Alzó una bandeja y se acercó a la mesa donde el cliente de la barba terminaba su almuerzo. Tenía buen apetito, el tipo de la barba. Había pedido un caldo, una ensalada de la casa, un filete de lomo con guarnición y una ración de croquetas.  También había pedido dos veces que le llenaran la cestilla del pan. Ella se inclinó ligeramente y carraspeó. Él levantó la vista: el reflejo borroso de su rostro desapareció de la fuente vacía. -¿Va a pedir alguna otra cosa, señor? El tipo de la barba la miró con aire risueño. -¿Usted cree que puedo tener más hambre? -No sé, señor. No me pagan para interpretar las caras de los clientes, sino para tomarles nota. ¿Va a pedir alguna otra cosa? -No, gracias, no puedo más. -Muy bien. Le traigo la cuenta, entonces. -¡Espere, señorita, espere! Creo que quiero un postre. -¿Un postre? El tipo de la barba miró hacia ambos lad...

Mamut en la noche inmensa - Eugenio Mandrini

Soñó que el mamut muerto en el último invierno, el mamut más formidable, más temible y de más estremecedor pelaje oscuro que viera en su azarosa vida de cazador, volvía a buscarlo a él, de entre todos los hambrientos de la tribu que intervinieron en la cacería, sólo a él. Después, la visión se trasladó a la realidad y el mamut aparecía, irremediable, en cualquier momento de la noche o cuando el fuego de la caverna volvía a la ceniza o aún mimetizado en la lluvia, en la niebla o en la humareda de los bosques incendiados. Entonces cerró todas las formas de la luz y la alucinación y se arrancó los ojos para no verlo más. Pero el mamut volvía siempre, irremediable, porque en el mundo de los ciegos, los ciegos ven.

El guardián - Franz Kafka

Corriendo superé al primer guardián. Entonces me sentí aterrorizado, corrí de regreso y le dije: -Pasé por aquí corriendo mientras tú estabas mirando hacia el otro lado. El guardián tenía la mirada clavada hacia adelante y nada respondió. -Supongo que verdaderamente no debería haberlo hecho -le dije. El guardián siguió sin hablar. -¿Significa tu silencio permiso para pasar...?

El hombre normal - Juan Filloy

Era un hombre normal. Pero un hombre normal en un medio de degenerados constituye una rara degeneración. Todos lo notaron. Y, a fuerza de advertencias, fue el tipo más extraordinario de la colectividad. La obsesión ajena lo fiscalizaba. El delirio multitudinario lo perseguía. Todos, en fin, recelaban las determinaciones de su discernimiento; porque la gravedad y el equilibrio, donde prima la desorbitación y el ímpetu, son cualidades que exasperan el modus vivendi de una realidad morbosa. Impasible, él mantúvose como el yogui que ahorra energías psíquicas. No hizo caso de nada. Y con su flema, economizando gestos inútiles, escarneció el histrionismo y la vocinglería. La fiebre y el insomnio colectivo se conjuraron contra él: -Es un peligro. Es un peligro. Tener suelto a un tipo de tal clase contamina nuestra vida. Y la contaminará mas aún si nos mantenemos inactivos y perplejos. Fuera. ¡Fuera! Almenado tras la indiferencia, sus sornas y desdenes fueron reputados como las peore...

El experimento - Fredric Brown

    - La primera máquina del tiempo, caballeros - Informó orgullosamente el profesor Johnson a sus dos colegas -. Es cierto que sólo se trata de un modelo experimental a escala reducida. Únicamente funcionará con objetos que pesen menos de un kilo y medio y en distancia hacia el pasado o el futuro de veinte minutos o menos. Pero funciona. El modelo a escala reducida parecía una pequeña maqueta, a excepción de dos esferas visibles debajo de la plataforma. El profesor Johnson exhibió un pequeño cubo metálico. - Nuestro objeto experimental - dijo - es un cubo de latón que pesa quinientos cuarenta y siete gramos. Primero, lo enviaré cinco minutos hacia el futuro. Se inclinó hacia delante y movió una de las esferas de la máquina del tiempo. - Consulten su reloj - advirtió. Todos consultaron su reloj. El profesor Johnson colocó suavemente el cubo en la plataforma de la máquina. Se desvaneció. Al cabo de cinco minutos justos, ni un segundo más ni un segundo menos, rea...

Historia de sencillo - Isidoro Blaisten

Tiempo ha, cuando los hombres hablaban en latín, existía en el reino de Ovillar un sastre viudo que tenía tres hijos: Tofillo, Jafetillo y Sencillo. Los tres se dedicaban a hilvanar recuerdos. Venía un poderoso y les decía: - Quiero que me hilvanen estos recuerdos para mañana. Jafetillo y Tofillo se ponían uno de cada lado, tomaban el hilo del tiempo y lo estiraban cuan largo era, mientras Sencillo iba colgando los recuerdos. Un día, el sastre viudo murió. Distraído, se había clavado la aguja en la vena cava. No tuvo tiempo de nombrar al primogénito. La lucha entre los hermanos no tardó en desencadenarse. Jafetillo quería ahorcar a Sencillo, apretándole el cordel del tiempo alrededor de la garganta como lo hacen los tugs. Tofillo trataba a toda costa de agarrarlo distraído para echarle un recuerdo venenoso en el café con leche. Jafetillo y Tofillo no daban pie con bola. Sencillo, siempre en otra cosa, nunca estaba cuando ellos tenían que matarlo.

La espera - Edmundo Paz Soldán

Como todos los domingos, mi padre me dijo que iría a pescar y regresaría al atardecer y yo le creí; mi madre me dijo que iría a visitar a mi abuela y yo le creí; mi hermana habló de una excursión al Tunari con su novio y tampoco dudé. Han pasado cuatro años y empiezo a sospechar que no volverán. Me he quedado sin teléfono y sin electricidad, imagino que por falta de pago, y no me gusta leer. Mis provisiones se han agotado y cada vez me es más difícil encontrar ratones o gusanos. Y tampoco puedo salir de esta casa: me es intolerable la idea de que en el momento en que lo haga ellos regresen y volvamos a desencontrarnos. Así que me dedico a esperar sin hacer nada de la mejor manera posible.

Abrió los ojos - Juan Ramón Jiménez

Abrió los ojos. (Había estado tirado en su butaca toda la mañana fea, durmiendo su largo, desesperado hastío.)  Las cuatro paredes de su cuarto estaban oscuras de tanto deslumbre. Una ventanita cuadrada cortaba el cuadro resplandeciente.  Un cielo azul limpio, casas radiantes de sol y sombra, una plaza llena de gentes gritando y corriendo.  "Ésa es la Vida, sal", le dijeron seres oscuros por dentro de su sangre. Y se tiró por la ventana.

Milagro - José Luis Zárate

       Dorian Gray presenció el terrible milagro. Él cambiaba día a día, convirtiéndose en un monstruo arrugado, con manchas hepáticas, dientes caídos, perdiendo todo el pelo y su retrato en la pared permanecía inalterable, feliz, siempre joven.

Caperucita - José Luis Zárate

  La culpa de toda esa sangre y muerte la tuvo Caperucita, que no pudo dejar de entrometerse en la casa de la abuela que lo único que deaseaba era pasar en cama su mensual ataque de licantropía.

Historia de Sencillo - Isidoro Blaisten

    Tiempo ha, cuando los hombres hablaban en latín, existía en el reino de Ovillar un sastre viudo que tenía tres hijos: Tofillo, Jafetillo y Sencillo.      Los tres se dedicaban a hilvanar recuerdos.      Venía un poderoso y les decía:      - Quiero que me hilvanen estos recuerdos para mañana.       Jafetillo y Tofillo se ponían uno de cada lado, tomaban el hilo del tiempo y lo estiraban cuan largo era, mientras Sencillo iba colgando los recuerdos.      Un día, el sastre viudo murió. Distraído, se había clavado la aguja en la vena cava.      No tuvo tiempo de nombrar al primogénito.           La lucha entre los hermanos no tardó en desencadenarse.      Jafetillo quería ahorcar a Sencillo, apretándole el cordel del tiempo alrededor de la garganta como lo hacen los tugs.       Tofillo trataba a toda costa de agarra...