Puertas - Pablo De Santis
El hombre de
impermeable esperó diez minutos a que le abrieran la puerta.
-Otro más -dijo el hombre de barba desde el umbral-. ¿Sabe con cuántos policías
hablé los últimos días? Pase, se está mojando.
El hombre de impermeable se quedó en el pequeño hall.
-¿Me va a hacer alguna pregunta nueva? ¿O son las mismas que me hicieron los
otros? -dijo el hombre de barba.
-A veces, una vieja pregunta encuentra una respuesta nueva.
Se sentaron en los sillones de cuero. El hombre de barba no lo invitó con nada.
No quería prolongar durante horas aquella reunión.
-Vengo a preguntarle por sus libros.
-Pensé que hablaríamos del asesinato de mi mujer.
-Creo que hay una relación entre sus libros y la muerte de su mujer.
El hombre de barba señaló unos libros apilados sobre el mármol del hogar.
-Eso lo dice porque no los ha leído. No son novelas policiales. Son libros para
niños.
-Cuando hay un asesinato, la policía en general tiene que hacer un gran
esfuerzo para descubrir pistas. En este caso las pistas han sobrado.
-Razón de más para que den con el asesino. Y ni siquiera tienen un sospechoso
firme.
-Usted sabe que existe un sospechoso firme.
El hombre de impermeable, sin pedir permiso, avanzó hacia la pared y tomó uno
de los libros. En la portada se veía una puerta y la mano que la abría. Título:
El hotel de las ventanas rotas. Colección: Puertas peligrosas. El hombre
de impermeable volvió a su lugar.
-Su esposa apareció en su auto, bajo la lluvia, con un disparo en la cabeza. En
el auto encontraron una colilla de cigarrillo manchada de lápiz labial, la
carta de un hombre firmada sólo con una letra N, un encendedor con unas
iniciales labradas, S. H., la tarjeta de un hotel, unos medicamentos para
depresiones... Y cuanto más se investigaba, más pistas aparecían. Pasajes de
tren, entradas de cine, monedas extranjeras...
-¿Y qué tiene que ver eso con mis libros para niños?
-La policía llegó a la conclusión de que el amante, ese tal N que aparece en
las cartas, era una invención. Que el asesino llenó todo de pistas para que se
abrieran nuevas posibilidades, nuevas líneas de investigación. Así las pistas
reales quedaban completamente ocultas por las falsas.
Le mostró el libro, como si el hombre de barba no lo conociera.
-Usted ha ganado mucho dinero con esta colección: Puertas peligrosas. Leí sólo
dos, pero imagino que todos son más o menos iguales.
-Ahora resulta que también es crítico literario...
-Quiero decir que el mecanismo es el mismo. El protagonista, generalmente un
muchachito, tiene a cada paso la misma duda: ¿debe abrir una puerta o no? La
puerta de la heladera, la de un auto, la de una habitación de hotel. A cada
decisión corresponde continuar la historia en una página distinta.
-Así funciona siempre la cabeza del escritor. Ante cada situación debemos
elegir si el personaje debe hacer tal cosa o tal otra. Yo quise que el lector
viviera lo mismo que vive un escritor.
-En sus libros, a cada paso se abre un nuevo relato. Con estas pistas ocurre lo
mismo. Aparece un pasaje arrugado de tren, y se deben investigar las
circunstancias de ese viaje. Una carta y hay que buscar al tal N. Unas
pastillas y se instala la hipótesis del suicidio.
-Pero los niños que leen mis libros deben elegir un camino, un relato, entre
todas las posibilidades. Las posibilidades son infinitas, pero a cada momento
el lector toma una decisión, y es la única. No hay otra moraleja que yo puedo
dejar a mis lectores. Siempre, siempre estamos eligiendo. Elegimos una verdad
en la que creer y un camino que tomar. ¿Cuál cree que es el relato que elegirá
la policía? ¿El de N, el amante despechado? ¿El de la amiga que la odiaba? ¿El
del asesino serial? ¿El del marido asesino?
El hombre de impermeable se puso de pie y sacó de su bolsillo una pequeña
pistola plateada.
-La policía no sé qué elegirá. Pero yo, N, el amante de Clara, o como quiera
llamarme, elijo el relato del marido asesino.
El hombre de barba no parecía asustado.
-Espere. Siempre hay una posibilidad para elegir. Discutamos cuál es la puerta
que vamos a abrir, y a qué página nos lleva.
-Yo no veo ninguna puerta.
El hombre de barba llevó el libro a su pecho, como si pudiera protegerlo. La bala atravesó la puerta dibujada en la portada.
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