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Gil Braltar - Julio Verne

CAPÍTULO I Estaban allí reunidos lo menos de setecientos a ochocientos. De mediano estatura; pero robustos, ágiles, cabellos, hechos para los saltos prodigiosos, Iban de acá para  allá, a los últimos resplandores del sol, que se ocultaba al otro lado de las montañas escalonadas hacia el Oeste de la rada.  El disco rojizo desapareció bien pronto, y la obscuridad comenzó a extenderse en medio de toda aquella cuenca encajonada entre las lejanas sierras de Sonorra, de Ronda y del país desolado del Cuervo. De repente, la tropa se inmovilizó. Su jefe acababa de aparecer, montado en la misma cresta de la montaña, como sobre el torno de un asno flaco. Desde el puesto de soldados, que estaba como colgado en lo más extremo de la cima de la enorme roca, no se podía ver nada de lo que pasaba bajo los árboles. —¡Uiss, uiss! —silbó el jefe, cuyos labios, recogidos como un culo de pollo, dieron a este silbido una intensidad extraordinaria. —¡Uiss, uiss! —repitió aquella extraña tropa, forman...

Los amotinados de la Bounty - Julio Verne

Capítulo I El abandono   Ni el menor soplo de aire, ni una onda en la superficie del mar, ni una nube en el cielo. Las espléndidas constelaciones del hemisferio austral se destacan con una pureza incomparable.  Las velas de la Bounty cuelgan a lo largo de los mástiles, el barco está inmóvil y la luz de la Luna, que se va perdiendo ante las primeras claridades del alba, ilumina el espacio con un fulgor indefinible.  La Bounty, velero de doscientas quince toneladas con una tripulación compuesta por cuarenta y seis hombres, había zarpado de Spithead, el 23 de diciembre de 1787, bajo las ordenes del capitán Bligh, un rudo pero experimentado marinero, quien había acompañado al capitán Cook en su último viaje de exploración.  La misión especial de la Bounty consistía en transportar a las Antillas el árbol del pan, que tan profusamente crece en el archipiélago de Taití. Después de una escala de seis meses en la bahía de Matavai, William Bligh, luego de haber cargado e...