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Cenotafio - Francisco Ruíz Fernández

Tom Morris había pasado ya varias horas deambulando por el espeso bosque cuando accedió a reconocer que se había perdido. Le enfurecía pensar que tras tres años como jefe de Boy Scouts en su Virginia natal hubiera acabado perdiéndose en un miserable bosquecillo de Vermont.  Pero así era: los agrietados troncos y el suelo alfombrado de crujientes agujas conformaban un decorado monótono que sólo servía para desorientarle más aun; además todavía no había visto ninguna de las señales que había ido marcando en los troncos. Casi parecía como si los árboles, en cuando se daba la vuelta y se alejaba unos metros, las borraran de sus cortezas. ¡Si no hubiera perseguido como un crío a esa maldita ardilla! En el liviano aire de la sierra se podía oler la pronta llegada de la nieve como una intangible y gélida hoja que laceraba el rostro de Tom arrancándole el rubor: el verano había terminado, y el frío empezaba a hacer acto de presencia. Una ráfaga de viento cargado con aroma a resina acaric...

Las ruinas circulares - Jorge Luis Borges

  Nadie lo vio desembarcar en la anónima noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.  Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres.  El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálido...