Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Luis

Overbooking - Luis García Jambrina

  Se acabó. Tenía que ocurrir. Cada día son más los muertos que los vivos, y, claro está, ya no caben. Lo descubrí esta mañana, mientras me duchaba. Tenía prisa, como siempre, y no me di cuenta de que la bañera estaba ya ocupada. Lo malo es que yo vivo solo en mi propia casa. -¿Quién diablos es usted? -le pregunté a la mujer, después de dar un respingo e intentar taparme con las cortinas del baño. -Yo vivo aquí -me respondió ella cubriéndose los pechos con una fina capa de espuma. -¡Cómo que vive aquí! -exclamé yo estupefacto. -Es que allí no cabemos. -¡Que no caben! Pero ¿dónde? -¿Dónde va a ser? En la Gran Ciudad Purgatorio. Allí permanecemos a la espera de que nos busquen acomodo definitivo. Pero, al parecer, ya no hay sitio en ninguna parte. Así que a algunos nos han devuelto a la tierra. Han empezado por los más díscolos y protestones y por los más antiguos. Yo aterricé esta misma  noche y no sabía adonde ir, hasta que me acordé de mi casa. -De la mía, querrá dec...

Rincón de la poesía: Mientras por competir con tu cabello - Luis de Góngora

Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano, mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano de el luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o víola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Armiño - José Luis Zárate

Nadie comentó sobre el traje nuevo del emperador, debido a la férrea costumbre de fusilar a todo aquel que lo contradecía. No, no, no. Sonrieron, alabaron el armiño sutil, y lo llevaron a pasear afuera, a admirar la nieve que seguía cayendo, la helada mortal que, seguramente no podría notar, su majestad, en medio de tanta tela, brocal y piel abrigadora.

Dominio - José Luis Zárate

  Con una lengua experta. Eso era la primera condición para ser admitidos en su lecho. Y el juego que involucraba sumisión y trajes degradantes, estrechos y húmedos, resbalosos de aceite. Los ojos eran cubiertos con dos esferas desorbitadas. Ella, por supuesto, no llevaba más que el delgado fuelle, y ellos tenían que hacer cada cosa que ella quisiera. -Si digo salta, tú debes decir ¿hasta dónde? Increíblemente había quien deseara todo ello, gente de noble cuna, duques y príncipes que deseaban enfundarse el humillante traje. Ella debía conformarse con ello. A veces, cerrando los ojos, imaginando, recobraba las épocas pasadas y al lejano, añorado, perdido Sapo al que nunca debió darle un beso.

Las ruinas circulares - Jorge Luis Borges

  Nadie lo vio desembarcar en la anónima noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra.  Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres.  El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálido...

El asesino desinteresado Bill Harrigan - Jorge Luis Borges

La imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la imagen de las tierras de Arizona y de Nuevo México, tierras con un ilustre fundamento de oro y de plata, tierras vertiginosas y aéreas, tierras de la meseta monumental y de los delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los pájaros. En esas tierras, otra imagen, la de Billy the Kid: el jinete clavado sobre el caballo, el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de balas invisibles que matan a distancia, como una magia. El desierto veteado de metales, árido y reluciente. El casi niño que al morir a los veintiún años debía a la justicia de los hombres veintiuna muertes—"sin contar mejicanos".   EL ESTADO LARVAL   Hacia 1859 el hombre que para el terror y la gloria sería Billy the Kid nació en un conventillo subterráneo de Nueva York. Dicen que lo parió un fatigado vientre irlandés, pero se crió entre negros. En ese caos de catinga y de motas...

Camino - Luis Vigil

—¡A la derecha, David, a la derecha! —¡Cuidado ahora, Ana! ¡Afírmate bien, no vayas a salir despedida! Delante de su vehículo, una densa humareda negra marcaba el lugar donde otro que les precedía no había podido mantenerse en la ruta y se había estrellado contra la pared. Una mano crispada, sanguinolenta, se erguía entre el montón de chatarra. Otro vehículo, zigzagueando, les sobrepasó a una velocidad increíble. Vieron el rostro de su conductor, una máscara del más abyecto terror, mientras trataba de hacerse con la dirección sin conseguirlo. Se perdió de vista en la siguiente curva y, poco después, un tremendo estallido les indicó que no había podido franquearla. Dando una salvaje vuelta al volante, David logró evitar los nuevos escombros que se escondían traicioneramente a la salida de la curva de velocidad reducida y que aún lanzaban tremendas llamaradas. Las ruedas patinaron en el aceite derramado en la ruta y el humo apenas si le permitía ver lo que había delante. Por un mom...

La casa de Asterión - Jorge Luis Borges

Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión Apolodoro: Biblioteca, III, I. Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la p...