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La máquina de pensar en Gladys - Mario Levrero

Antes de acostarme hice la diaria recorrida por la casa, para controlar que todo estuviera en orden; la ventana del baño chico, al fondo, estaba abierta -para que durante la noche se secara la camisa de poliéster que me pondría al día siguiente-; cerré la puerta (para evitar corrientes de aire); en la cocina, la canilla de la pileta goteaba y la apreté, la ventana estaba abierta y la dejé así -cerrando la persiana-; la lata de la basura ya había sido sacada fuera, las tres llaves de la cocina eléctrica estaban en cero, la perilla de control de la heladera marcaba 3 (refrigeración suave) y la botella empezada de agua mineral tenía puesto el tapón hermético, de plástico; en el comedor, el gran reloj tenía cuerda para algunos días más y la mesa había sido levantada; en la biblioteca debí apagar el amplificador, que alguien había dejado encendido, pero el tocadiscos se había apagado en forma automática; el cenicero del sillón había sido vaciado; la máquina de pensar en Gladys estaba enchuf...

El oráculo de Sadoqua - Clark Ashton Smith

Horatius, un oficial romano apostado en la recién conquistada provincia de Averonia, busca en vano a su desaparecido compañero, Galbius, de quien no existe al parecer ni señal ni rumor entre los nativos. Horatius, desesperado,solicita por último un oráculo de los druidas paganos: el [temible] y maligno oráculo del espantoso dios Sadoqua, el cual se cree dormita eternamente bajo tierra en una caverna en medio de los profundos bosques de Averonia. Encuentra el lugar, acompañado por varios soldados, y es llevado por los sombríos, repulsivos druidas que le [ordenan] entrar en la cueva del oráculo [solo]. En una gruta hendida de arriba a abajo, donde la luz de fuera desciende lúgubremente al interior de medio veladas sombras, halla a un extraño ser mitad humano, peludo, atezado, encadenado junto a una [fétida, humeante]sima de donde vahean hórridos, hediondos vapores. El ser [responde] habla en un semiarticulado latín, y da una críptica contestación a sus preguntas relativas al destino de...

De cómo llegó el enemigo a Thulnrana - Lord Dunsany

Desde hace mucho tiempo había sido profetizado y previsto de antiguo que el enemigo llegaría a Thlunrana. Y se conocía la fecha de su destrucción y la puerta por la que aquél entraría, aunque nadie había profetizado quién sería el enemigo, excepto que se trataría de uno de los dioses que vivían entre los hombres. Mientras tanto, Thlunrana,esa lamasería secreta, esa catedral mayor de la magia, era el terror del valle en el que estaba asentada y de todas las tierras que lo circundaban. Sus ventanas eran tan estrechas y altas, y tan extrañas cuando estaban iluminadas de noche, que parecían contemplar a la gente con una diabólica mirada de soslayo, como si guardaran algún secreto en la oscuridad. Quiénes eran los magos y sus delegados y el gran hechicero jefe de aquel furtivo lugar nadie lo sabe, pues iban cubiertos con capas, capuchas y velos totalmente negros. Aunque su destrucción estaba próxima y el enemigo de la profecía debía llegar aquella misma noche a través de la puerta abiert...

Spitfire - Gilberto Solís

Agosto 20, 1941 En algún lugar sobre Inglaterra... ¡El zumbido lo alertó de la proximidad de su enemigo! Desesperado giró la cabeza hacía uno y otro lado, buscándolo con la vista. ¡Ah! ¡ahí! ¡detrás, por arriba y acercándose con celeridad!. A toda velocidad se elevó, trazando un arco hacia la izquierda. Su oponente, aun incapaz de salir de su picado, lo rebasó y se niveló unos 300 metros mas abajo. Ahora era su turno. Girando grácilmente se lanzó en una hábil catenaria sobre él, a la vez que aumentaba la velocidad. Pero el otro lo había visto, giró con presteza a la derecha ciñéndose en el giro, en un intento bastante hábil por confrontarlo. Al ver esta reacción desaceleró. Su blanco, ahora malogrado, se dirigió hacia él. Aumentó la velocidad una vez más. Si era un duelo lo que el otro quería, le iba a mostrar que él no era de los que los rehuían. Ambos contendientes se aproximaron velozmente uno contra el otro. ¡Aquel que declinase el duelo estaba perdido! Con seguridad su ad...

Camino - Luis Vigil

—¡A la derecha, David, a la derecha! —¡Cuidado ahora, Ana! ¡Afírmate bien, no vayas a salir despedida! Delante de su vehículo, una densa humareda negra marcaba el lugar donde otro que les precedía no había podido mantenerse en la ruta y se había estrellado contra la pared. Una mano crispada, sanguinolenta, se erguía entre el montón de chatarra. Otro vehículo, zigzagueando, les sobrepasó a una velocidad increíble. Vieron el rostro de su conductor, una máscara del más abyecto terror, mientras trataba de hacerse con la dirección sin conseguirlo. Se perdió de vista en la siguiente curva y, poco después, un tremendo estallido les indicó que no había podido franquearla. Dando una salvaje vuelta al volante, David logró evitar los nuevos escombros que se escondían traicioneramente a la salida de la curva de velocidad reducida y que aún lanzaban tremendas llamaradas. Las ruedas patinaron en el aceite derramado en la ruta y el humo apenas si le permitía ver lo que había delante. Por un mom...

El Eclipse - Augusto Monterroso

Cuando Fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topogáfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, en el convento de Los Abrojos, donde Carlos V condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible,que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimien...

El sueño del Rey Karna–Vootra - Lord Dunsany

El rey Karna–Vootra, sentado en su trono que todo lo domina, dijo: –La pasada noche vi con toda claridad a la majestuosa Vava–Nyria. Aunque estaba parcialmente oculta por grandes nubarrones que continuamente pasaban por delante de ella, dando vueltas a su alrededor, su rostro estaba descubierto y en él resplandecía el claro de luna. Le dije a ella: –Pasea conmigo por los grandes estanques de la hermosa y llena de jardines Istrakhan, donde flotan lirios que producen deliciosos sueños; o, descorriendo la cortina de orquídeas colgantes, ven conmigo a través de un sendero secreto a la otra jungla impenetrable que cubre el único paso entre las montañas que rodean a Istrakhan. La cercan y la contemplan con alegría por la mañana y al anochecer, cuando los estanques todavía no están habituados a la luz, e incluso, a veces, en su alegría, derriten la fatal nieve que mata a los montañeros en las cumbres solitarias. Entre ellas hay valles más antiguos que los pliegues de la luna. "Ven co...

Charon - Lord Dunsany

Charon se inclinó hacia delante y remó. Todas las cosas eran una con su cansancio. Para él no era una cosa de años o de siglos, sino de ilimitados flujos de tiempo, y una antigua pesadez y un dolor en los brazos que se habían convertido en parte de un esquema creado por los dioses y en un pedazo de Eternidad. Si los dioses le hubieran mandado siquiera un viento contrario esto habría dividido todo el tiempo en su memoria en dos fragmentos iguales. Tan grises resultaban siempre las cosas donde él estaba que si alguna luminosidad se demoraba entre los muertos, en el rostro de alguna reina como Cleopatra, sus ojos no podrían percibirla. Era extraño que actualmente los muertos estuvieran llegando en tales cantidades. Llegaban de a miles cuando acostumbraban a llegar de a cincuenta. No era la obligación ni el deseo de Charon considerar el porqué de estas cosas en su alma gris. Charon se inclinaba hacia adelante y remaba. Entonces nadie vino por un tiempo. No era usual que los dioses n...

El muchacho que predecía los terremotos - Margaret St. Clair

-Naturalmente, tú eres escéptico -dijo Wellman. Se sirvió agua de una jarra, se colocó una píldora en la lengua y, con ayuda del agua, se la tragó -. Es lógico y comprensible. No te culpo por ello, ni soñarlo. Aquí, en el estudio, había un buen montón de gente que, cuando empezamos a programar a ese chico, Herbert, sustentaba tu misma actitud. Y, entre nosotros, no me importa admitir que yo mismo sentía bastantes dudas respecto a que un programa de esa clase pudiera dar buen resultado en televisión. Wellman se rascó detrás de la oreja, mientras Read le escuchaba con interés científico. -Bueno, pues estaba equivocado - siguió Wellman, bajando la mano -. Me complace decir que erré en un mil por ciento. El primer programa del muchacho, que no fue anunciado y careció de publicidad, aportó casi mil cuatrocientas cartas. Y hoy en día recibe... -El hombre se inclinó hacia Read y susurró una cifra. -¡Oh! - exclamó Read. -Aún no hemos divulgado esa información, porque esos borregos de Purpl...

La muchacha de oro - Ellis Peters

-Shakespeare... - dijo el sobrecargo, pensativo, mientras tomaba su segunda cerveza después de salir del teatro -. Desde luego, este año sólo se representa a Shakespeare. Sin embargo, él también plagió lo suyo. Eso de "mis ducados y mi hija"... Hubo otro tipo que escribió eso mucho mejor. Una vez la obra se llamaba El judío de Malta, y el autor era un tal Marlowe. "¡Oh, fortuna, oh, muchacha! ¡Oh, belleza! ¡Oh, mi dicha!" Esta noche, viendo El Mercader, me he acordado. Y de un caso real que conocí... sólo que ella no era su hija, ni mucho menos. "Entonces era yo un jovenzuelo inexperto, y servía a las órdenes del viejo McLean, en el Áurea. De esto hará... bueno, unos diez años o así. Algunas veces sueño con ello, aunque ahora no me ocurre con tanta frecuencia. Ibamos a zarpar a Liverpool con destino a Bombay. Era mi tercera travesía. Aquella pareja llegó durante el bullicio anterior a la salida, y, no obstante, nadie dejó de fijarse en ellos a causa de la chic...

La séptima víctima - Robert Sheckley

Sentado ante su escritorio, Stanton Frelaine se esforzaba en aparentar el aire atareado que se espera de un director de empresa a las nueve y media de la mañana. Pero era algo que estaba más allá de sus fuerzas. Ni siquiera conseguía concentrarse en el texto del anuncio que había redactado el día anterior; no lograba dedicarse a su trabajo. Esperaba la llegada del correo..., y era incapaz de hacer nada más. Hacía ya dos semanas que tendría que haberle llegado la notificación. ¿Por qué la Administración no se apresuraba un poco? La puerta de cristal con el rótulo: Morger & Frelaine, Confección se abrió, y E. J. Morger entró cojeando, un re¬cuerdo de su vieja herida. Era un hombre cargado de espaldas, pero eso, a la edad de setenta y tres años, suele tener poca importancia. —Hola, Stan —dijo—. ¿Dónde está esa publicidad? Hacía dieciséis años que Frelaine se había asociado con Morger. Tenía por aquel entonces veintisiete años. Juntos habían convertido la sociedad «El Traje Protect...

La segunda variedad - Phillip K. Dick

El soldado ruso subía nervioso la ladera, con el fusil preparado. Miró a su alrededor, se lamió los secos labios. De vez en cuando se llevaba una enguantada mano al cuello y se enjugaba el sudor y se abría el cuello de la guerrera. Eric se volvió al cabo Leone. —¿Lo quieres tú? ¿O lo mato yo? —ajustó el punto de mira de modo que la cara del ruso quedase encuadrada en la lente cortada por las líneas del blanco. Leone lo pensó. El ruso estaba cerca, se movía con rapidez, casi corriendo. —No dispares. Espera. No creo que sea necesario. El ruso incremento su velocidad, pateando cenizas y montones de escombros a su paso. Llegó a la cima de la ladera y se detuvo, jadeando, y miró a su alrededor. Había un cielo plomizo de móviles nubes de partículas grises. Brotaban de tanto en tanto troncos de árboles; el suelo pelado y desnudo, lleno de desperdicios y de ruinas de edificios surgiendo de cuando en cuando como amarilleantes cráneos. El ruso estaba inquieto. Sabía que algo iba mal. Miró ...